Pinchar en título Nacieron en los albores del siglo XX y algunos de ellos, muy pocos, todavía siguen entre nosotros. Han vivido grandes acontecimientos históricos que nosotros hemos estudiado en los libros de texto en el colegio: las I Guerra Mundial, la Dictadura de Primo de Rivera, el advenimiento de la República, la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial o la Dictadura de Franco. Posiblemente la mayoría de ellos no fueron protagonistas de estos hechos, pero sin duda padecieron en primera persona sus consecuencias. Son verdaderos supervivientes, son nuestros mayores: hombres y mujeres mayores de noventa años que han sufrido en carne propia todos los avatares por los que pasó España durante el siglo pasado. Ahora muchos de ellos afrontan la última etapa de su vida en residencias de ancianos, otros se han quedado solos esperando que Dios se los lleve porque aquí ya no pintan nada. Algunos, los más afortunados, recorren cada mes las casas de sus hijos y pueden recibir su atención y su cariño, ver cómo crecen sus nietos y compartir sus desvelos. La sociedad en la que vivimos va demasiado deprisa, nos absorbe en su vorágine infernal y nos arrastra hacia adelante. No disponemos de tiempo para escucharles y charlar un rato con ellos. Y no nos damos cuenta de que corremos precisamente hacia un futuro en el que al final nos veremos como ellos, sin haber disfrutado de su vida ni de la nuestra y cuando la «soledad» sea la mayor de nuestras muchas dolencias. Dicen que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Ellos han sufrido mucho y saben mucho. Esas profundas arrugas que cruzan sus rostros como cuchilladas son la historia de su vida: el hambre, la miseria, la humillación, la muerte de los seres queridos, la falta de libertad. Pero también las alegrías, las fiestas, los pequeños triunfos de cada día, el nacimiento de hijos y nietos. Son historia viva de nuestro pueblo…y se nos están marchando. Podemos buscar en internet o en cualquier libro de historia este o aquel hecho histórico que queramos y encontraremos textos de grandes expertos y eruditos que nos darán todos los detalles, pero nada comparado con el brillo de los ojos de un anciano cuando te habla de hermanos que se enfrentan en una guerra, de niños que mueren por falta de alimento o de medicinas, de días enteros tras el arado para arrancar a la tierra el alimento de su familia. Eso no se estudia en los libros de historia. Ellos han visto todo eso y mucho más. Sus compañeros de infancia, de juventud, de servicio militar, de trabajo, de partida…hace tiempo que se fueron. Por eso nada en su mente es futuro y todo es pasado, recuerdos, nostalgias. Su cerebro es como el disco duro de un ordenador, lleno de información, pero que nadie se molesta en conocer. Cuentan historias que nos parecen ciencia-ficción, «batallitas» del abuelo, decimos y ellos sonríen. En el fondo se alegran de que sus hijos y nietos no hayan tenido que pasar por aquello o incluso que no se lo crean. Sólo ellos, esos verdaderos héroes anónimos, los que llevan su historia escrita en la cara, saben lo que tuvieron que luchar para llevar cada día un trozo de pan a la mesa.
Seguro que estarían encantados de que alguien les preguntara de vez en cuando: «Oiga Abuelo, ¿por qué no me cuenta…?»