Ahora podemos hacer un ejercicio de imaginación: ¿Qué sucedería en nuestros días si se nos presenta un personaje cualquiera a decirnos que él es el mesías y que ha llegado al mundo para redimirnos de nuestros pecados?, ¿cuánto tardaríamos en reírnos en su propia cara o en llevarle a cualquier programa de televisión para animar un poco los índices de audiencia?, ¿quiénes de nosotros nos pararíamos un minuto para escuchar detenidamente sus palabras?, ¿Qué pensaríamos de un hombre que se denomina a sí mismo «Hijo de Dios»?. Difícil de imaginar, sin duda.
Estamos en una sociedad tan curiosa que vive, vivimos, la mayor parte del año de espaldas a la religión y cuando llegan estas fechas nos disponemos sin ningún reparo a asistir o participar como fieles devotos a los actos procesionales de la Semana Santa que ya tenemos en ciernes. Así, tal cual, sin darle la mayor importancia. Y aún más: muchas personas de las que soportan los pasos sobre sus hombros o luchan cada año a brazo partido por pertenecer a una determinada cofradía, ni siquiera son creyentes.
¿En qué nos hemos convertido?, ¿qué pretendemos demostrar y a quién?. De acuerdo que no están de moda muchos de los valores que predica la Iglesia Católica y que nos pasemos por el forro los mandamientos, sacramentos, liturgias…Entonces deberíamos ser más consecuentes y eliminar todo vestigio de lo que durante siglos tuvo sentido y ya no lo tiene. Empecemos por eliminar todas las fiestas que celebramos cada año y conmemoran a distintos santos: San José, San Valentín, San Isidro, Santiago Apóstol, Nuestra Señora,
Esto no es un alegato a favor de la Iglesia, ni mucho menos. Es romper una lanza por un hombre, ni siquiera necesito que fuera hijo de Dios, que hace dos mil años tuvo el coraje y la valentía de plantarse ante una sociedad corrompida y dominada por el hedonismo. Pagó su osadía con una horrorosa tortura y una muerte atroz sólo destinada a los peores delincuentes. Los creyentes dicen que al tercer día resucitó y a mí me gusta creerlo; en mi pueblo ese día repican las campanas y se rompen los velos en la iglesia. Dicen que es el triunfo de la vida sobre la muerte, pero yo creo que no, que es el triunfo de un hombre que nos dejó bien claro su mensaje y que nosotros hemos olvidado hace mucho tiempo.
Dentro de unos días volveremos a repetir el proceso constante, incansable y repetido año tras año durante dos milenios, aunque el origen de todo se haya perdido en el fondo de nuestras memorias. Y no me cabe la menor duda, de que volveremos a condenarle, y a torturarle y, finalmente, le colgaremos en el «Gólgota» del siglo XXI una vez más. Eso sí, sacaremos sus imágenes primorosamente talladas y vestidas sobre soberbios pasos procesionales y cantaremos y gritaremos a su paso con un fervor inusitado que nos ayude a sentirnos conformes con nosotros mismos. Pero no perdamos la esperanza: quizás sea cierto que Jesucristo resucitó al tercer día y quizás algún día nos paremos a escuchar sus palabras. Lo segundo no me lo creo.
EL PÁNCARO.