Si nuestra clase política no fuera tan sinvergüenza, tan inútil, tan ineficaz y tan rastrera, ya habrían presentado ipso facto su dimisión y se habrían largado a su casa con viento fresco. Y cuando hablo de clase política me refiero tanto a tirios como a troyanos, que aquí no se salva nadie. Si tuvieran un poco de dignidad estarían las veinticuatro horas del día pidiendo perdón por ser tan nefastos e hipócritas. Lástima que la mayoría de ellos hace tiempo que olvidaron el significado de esa palabra: dignidad.
Pero nosotros, los que vamos cada cuatro años a votar, tampoco tenemos perdón de Dios. El varapalo económico que nos están dando nos ha pillado tan de sopetón, tan de golpe, que se nos ha quedado cara de tontos y con ella seguimos, sin saber muy bien si esto está pasando de verdad y sólo es una pesadilla de la que despertaremos en cualquier momento. Parece que nos han inyectado una droga colectiva que nos ha dejado paralizados y sin capacidad de reacción. Y eso que vivimos en un país sembrado de episodios como éste y bastante peores. El problema es que tenemos la memoria frágil y venimos de una época de vacas gordas.
Nos hemos acostumbrado a vivir muy bien y hemos adquirido unos compromisos de consumo, prescindibles en su día, pero de los que resulta muy difícil dar marcha atrás. Y cada mes llegan a casa, puntuales a su cita, esas facturas que te golpean como una martillo pilón y van minando poco a poco la economía familiar: la hipoteca, la letra del coche, el combustible de calefacción, el teléfono fijo, el móvil, la luz, el Canal +…
Así es la verdadera cara de las personas que se esconden bajo las cifras y estadísticas que nos dan cada mes quienes nos gobiernan. «No llegaremos a los cinco millones de parados», dicen. ¡Vaya, menos mal! Deberían salir algún día a la calle y cruzarse con esas personas, una de cada cinco, que caminan sin rumbo mirando al suelo, una de cada cinco, soñando con un trabajo, una de cada cinco, que les ayude a recuperar sus manos, su vida y su dignidad.
Pero no se preocupen ustedes. Pronto habrá elecciones e iremos todos como tontos e ilusos a votar con entusiasmo y a discutir y enfrentarnos con todos aquellos que se atrevan a discutir nuestras ideas. Unas ideas, las políticas digo, que cada vez tienen menos sentido y que nos han llevado al lugar en que nos encontramos. En este tema tenemos el consuelo de que todos somos iguales; las estadísticas son abrumadoras: cinco de cada cinco.
EL PÁNCARO.