VICENTE ALEIXANDRE.
El Premio Nobel de «la mala salud de hierro».
«Nací en Sevilla y, como digo siempre, me crié en Málaga. De modo que de Sevilla sólo sé que nací allí, pero no tengo memoria de infancia. Todos mis recuerdos primeros de la vida son malagueños. Nací a la luz, e incluso a los libros, en Málaga –otro modo de nacer-, porque allí aprendí a leer, que es el segundo nacimiento».
En 1898 nació Vicente Aleixandre, considerado uno de los grandes poetas españoles del siglo XX. Perteneciente a la Generación del 27, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1977. Falleció en Madrid en diciembre de 1984.
Después de pasar sus primeros años en Málaga, la familia Aleixandre se instaló en Madrid, donde el futuro poeta cursó el bachillerato y las carreras de Derecho y Comercio. Se especializó en Derecho Mercantil, materia que después enseñó como profesor en la Escuela de Comercio de Madrid. Su amistad con Dámaso Alonso y su influencia le llevó a la lectura de Bécquer y Rubén Darío, así como de los simbolistas franceses. Surgió, a partir de entonces, la necesidad de escribir poesía.
Su legendaria mala salud comenzó en los años veinte, cuando sufrió una tuberculosis que le afectó a un riñón, órgano que tuvieron que extirparle. Las obras escritas durante su convalecencia comenzaron a darle fama a partir de 1926, cuando fueron publicadas en la prestigiosa Revista de Occidente. Entabló entonces amistad con los miembros de la Generación del 27, sobre todo con Lorca y Cernuda.
Fue uno de los pocos poetas de su generación que se quedó en España durante y después de la Guerra Civil, dedicado al cultivo de su obra poética. En 1949 fue elegido miembro de la Real Academia Española y, desde entonces, fue el gran protector y maestro de los jóvenes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX.
Su entrega a la poesía fue total durante toda su vida, ya que apenas tocó otros registros. Sus primeros temas son comunes al resto de autores de su generación, con influencias de autores del pasado reciente, los grandes maestros vivos (Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado y la atracción por las vanguardias, sobre todo por el Surrealismo. Su primer libro «Ámbito», por ejemplo, tiene una clara influencia de Juan Ramón.
«Espadas como labios» y «Pasión de la tierra», están marcadas por el influjo del surrealismo, con una visión panteísta de la naturaleza y un erotismo romántico. En esta misma línea publicó «La destrucción o el amor» en 1935, que mereció el Premio Nacional de Literatura.
Hacia 1954 cambia de registro e inicia una nueva época, con obras como «En un vasto dominio», «Presencias» o «Retratos con nombre»; su poesía se vuelve más sencilla y directa, sin tantas complicaciones surrealistas. Se acerca a los temas más humanos, al mundo que le rodea. Para Aleixandre, el hombre es un ser que sufre, pero que sabe sobrellevar el sufrimiento con valentía.
En su última etapa aparece como un hombre maduro que asume su vejez y acepta, con elegancia, la proximidad inevitable de la muerte. Las obras más destacadas de este período son «Poemas de la consumación» y «Diálogos del conocimiento». Después de su muerte apareció «En gran noche», que recoge varias de sus poesías inéditas.
El propio Aleixandre solía ironizar sobre la enfermedad que lo mantuvo convaleciente casi toda su vida. El propio Pablo Neruda decía: «Ahí está Aleixandre, con su mala salud de hierro».
Hemos hablado a menudo en nuestro Rincón de la Poesía de la famosa Generación del 27, cuyo origen se remonta al verano de 1918, cuando un grupo de amigos de entre 18 y 20 años coinciden en un pueblo de la Serranía de Ávila llamado Las Navas del Marqués. Ellos nunca pudieron imaginar que aquel encuentro es el preludio de uno de los grupos literarios más importantes de la historia literaria española. La Generación del 27 pasa por ser la mejor y mayor conjunción de poetas que han dado las letras iberoamericanas. Sus integrantes fueron: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego. Algunos estudioso también incluyen a Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. Se denominó «Generación del 27» porque se reunieron para conmemorar el cuarto centenario de la muerte de Luis de Góngora (1627).
Adolescencia
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
-El pie breve,
la luz vencida alegre-.
Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.
Amante
Lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.
La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.
Los besos
No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.
Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
En tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?
Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.
¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan. revuelan, mientras ciega tú brillas.
No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.