RAFAEL ALBERTI
«Se equivocó la paloma, se equivocaba…»
«Mi lucha política, mi forzoso desarraigo de España, mi nostalgia, mis amores, mis temores, todo lo he volcado en mi poesía de forma más o menos velada, pero ahí está. Pocas veces, tal vez nunca, me he evadido totalmente de mi mundo». Así hablaba de su obra Rafael Alberti, poeta y dramaturgo español nacido y fallecido en el Puerto de Santa María después de una azarosa existencia que transcurrió entre los años 1902 y 1999.
De su amor al mar que le vio nacer parte y nace el impulso de su poesía, con la publicación de «Marinero en tierra», obra por la que recibió el Premio Nacional de Literatura en 1924, con tan sólo veintidós años de vida. El mar se convierte en algo universal y alcanza la categoría de mito para el pueblo, para las personas sencillas a las que siempre dirigió gran parte de su obra.
Se vio obligado al exilio junto con su compañera María Teresa León después de la derrota de la República en la Guerra Civil española. Vivió en Argentina hasta 1962 y después en Roma, y no regresó a España hasta 1977. Fue elegido diputado por la provincia de Cádiz. Los años de su exilio fueron recogidos en la obra «La arboleda perdida». Entre sus obras no políticas destacan «Entre el clavel y la espada», «A la pintura», «Retornos de lo vivo lejano» y «Baladas y canciones del Paraná», donde mezcla la nostalgia con la ironía.
Ninguno de los poetas que conocieron a Alberti se resistió a definirle de una manera u otra: Jiménez Caballero le calificó de «poeta juglar», surreal, metafísico, cinéfilo, vanguardista, bullidor, cercano, riguroso, festivo, espiritual, náufrago en tierra firme; «de corte en corte, de dama en dama Alberti, eres todavía un poeta cortés, cortesano». Pedro Salinas dice de él que «representa un refinamiento y depuración de la escuela modernista con sus ambiciones de dar al verso castellano la flexibilidad, elegancia y gracia de que carece casi, casi desde nuestro Siglo de Oro». Y así un sinfín de epítetos de Octavio Paz, Ernesto Sábato, etc.
Pertenece, por derecho propio, a la llamada Generación de 27. Participó activamente en el acto de homenaje al tercer centenario de la muerte de Góngora, origen de esta generación de poetas. En esta época su obra ya tiene personalidad propia y comienza su activismo político, participando como activista a favor del Frente Popular. Es elegido secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Se alista en el Arma de Aviación Republicana y publica sin tregua obras combativas con propósito político. La derrota republicana da al traste con su idea de España y toma el camino del exilio hacia París. De allí viaja a Argentina tras el estallido de la Guerra Mundial. Esta es la época mas triste y amarga de su vida, recuerdos que recoge en su obra «La arboleda perdida».
Su regreso a España en 1977 se convirtió en un acontecimiento de primer orden, con homenajes continuos no sólo populares, sino también oficiales. Es elegido diputado por el Partido Comunista de España. En 1981 recibe el Premio Nacional de Teatro, en 1982 lo nombran Comendador de las Artes y las Letras de Francia, y en 1983 le otorgan en Premio Cervantes. En 1989 ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en la de Bellas Artes y Letras de Francia.
El 28 de octubre de 1999 falleció Rafael Alberti, el último exponente de la generación del 27 y figura clave de la poesía española de todos los tiempos. Un paro cardiorrespiratorio fue la causa de su muerte, cuando se encontraba en su casa del Puerto de Santa María, en Cádiz, en la misma ciudad que le vio nacer 97 años antes. Por expreso deseo del poeta, sus restos mortales fueron incinerados y sus cenizas devueltas a las aguas de la Bahía de Cádiz, a la que tan estrechamente vinculadas han estado su vida y su obra.
Yo, marinero, en la ribera mía,
posada sobre un cano y dulce río
que da su brazo a un mar de Andalucía,
sueño en ser almirante de navío,
para partir el lomo de los mares
al sol ardiente y a la luna fría. ¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares
islas del norte! ¡Blanca primavera,
desnuda y yerta sobre los glaciares,
cuerpo de roca y alma de vidriera!
¡Oh estío tropical, rojo, abrasado,
bajo el plumero azul de la palmera!
Mi sueño, por el mar condecorado,
va sobre su bajel, firme, seguro,
de una verde sirena enamorado,
¡Arrójame a las ondas, marinero:
-Sirenita del mar, yo te conjuro!
Sal de tu gruta, que adorarte quiero,
sal de tu gruta, virgen sembradora,
a sembrarme en el pecho tu lucero.
Ya está flotando el cuerpo de la aurora
en la bandeja azul del océano
y la cara del cielo se colora
de carmín. Deja el vidrio de tu mano
disuelto en la alba urna de mi frente,
alga de nácar, cantadora en vano
bajo el vergel añil de la corriente.
¡Gélidos desposorios submarinos
con el ángel barquero del relente
y la luna del agua por padrinos!
El mar, la tierra, el aire, mi sirena,
surcaré atado a los cabellos finos
y verdes de tu álgida melena.
Mis gallardetes blancos enarbola,
¡oh marinero!, ante la aurora llena
¡y ruede por el mar tu caracola!
SE EQUIVOCÓ LA PALOMA
Se equivocaba.
Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo;
que la noche la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas eran rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)