Faltan pocas semanas para que comience en Villoria y demás pueblos de la comarca la campaña de comercialización de la patata de este año. Muchas son la esperanzas e ilusiones depositadas; el futuro de muchas familias de agricultores pasa por que las inversiones y los esfuerzos realizados se vean recompensados en forma de una producción elevada y unos precios dignos que permitan al sector recuperar lo perdido durante la nefasta campaña del año pasado.
Es triste que los profesionales del campo hayan visto poco a poco cómo se han visto reducidas sus alternativas de cultivo de forma inexorable hasta llegar al punto de no saber qué sembrar. Por eso la patata se ha convertido en una forma de vida, en una esperanza para el futuro de la profesión y en una de las pocas salidas que les quedan. Pero esto también lo saben los especuladores y las empresas relacionadas con el sector, que han acudido como las moscas a la miel dispuestos a llevarse la mayor parte de la tarta. Todo esto ya nos suena y lo conocemos de otros años, por eso los agricultores no las tienen todas consigo y piensan que hasta el rabo, todo es toro. Y cada uno sabe las necesidades que tiene en su casa y las obligaciones que supone sacar adelante una familia.
Este tubérculo que se ha convertido en un alimento de primera necesidad para medio mundo existe desde hace ocho mil años en las altiplanicies sudamericanas, de dónde lo trajeron a Europa los españoles durante la conquista del Perú por Francisco Pizarro. En un principio fue utilizado como planta ornamental por los botánicos de la época y tuvo gran aceptación entre las clases populares que lo colocaban en las puertas de sus casas y fachadas como si fueran geranios. Fue utilizada como alimento para los cerdos hasta que el hambre y la necesidad en épocas de cosechas desastrosas obligó a los más pobres a comerlas para poder sobrevivir. Ahora nos resultaría imposible imaginar nuestra dieta sin las patatas fritas o la tortilla de patata.
Cualquier día de estos oiremos que fulano, mengano o citano ha empezado a sacar patatas y en seguida la inquietud y el nerviosismo se apoderará del resto de agricultores; estarán ansiosos por saber si los rumores son ciertos y si el precio es el soñado. Y todos querrán acelerar el proceso y conseguir el mismo precio y que todo sea muy rápido. Esta actitud, comprensible por otra parte, puede volverse en contra de los propios agricultores y favorecerá los intereses de los intermediarios. Tengamos en cuenta que España por sí misma no produce las patatas necesarias para autoabastecerse. El problema de saturación del mercado es lo que origina la bajada en picado de los precios. Por lo tanto, y aunque desde aquí sea fácil decirlo, calma y tranquilidad. Por nuestra parte y desde la redacción de Besana no podemos hacer otra cosa que desearos mucha suerte. Dentro de unos meses veremos los resultados. Esperamos que la moneda salga cara.