Nos sirve este artículo para añadir nuevos vocablos a nuestro diccionario de palabras antiguas
Frío, lo que se dice frío parece ser que ya no hace como antes; al menos eso es lo que nos cuentan nuestros mayores, aquellos que todavía vivieron en sus carnes los duros tiempos de la guerra y la posguerra mas inmediata.
Y a todo esto, pocos recursos con los que combatir el intenso frío si los comparamos con lo que tenemos ahora. El brasero de cisco en la mesa camilla y en muchas hogares la chimenea con su correspondiente lumbre eran los únicos sitios de la casa donde los rigores del invierno se mantenían a raya.
El pote con las «patatas chicas» cociendo para los marranos, el fuelle, las tenazas y la badila completaban el paisaje en torno al cual se seguían tejiendo los comentarios sobre lo cotidiano: el mal tiempo, la matanza, las labores del campo, el trabajo si es que lo había, lo dura que era la vida, y como sacar adelante la familia con lo poco de que se disponía. No faltaban tampoco los cotilleos sobre las andanzas de la gente del pueblo y cómo no, esas historias de fantasmas, muertos y mala gente que metían el miedo en el cuerpo del más valiente y que hacían que los temblores que se sentían en la cama se confundieran con los de frío. Hasta las cejas se tapa alguno cuando los aullidos de los perros en el silencio de la noche servían de banda sonora a lo que pasaba por la imaginación después de oír tan misteriosas narraciones.
En casa del señor Justo, su mujer Antolina y su hija Benita también se reunían en torno a la lumbre. Todas las noches recibían la visita de Roque, novio desde hacía tiempo de Benita. «Buenas noches», decía Roque cuando llegaba a ver su novia; «buenas noches», contestaban los tres a la par. En silencio pasaba Roque las dos o tres horas que duraba su visita y donde lo único que hacía era intercambiar algunas miradas cómplices con su amada y alguna que otra de reojo con sus futuros suegros. El humo, las morceñas y el crepitar de la leña en el fuego eran las imágenes y sonidos más destacados de semejante situación. «Hasta mañana», se despedía Roque;» hasta mañana», contestaban los tres. Así, velada tras velada, transcurrió el invierno hasta que una noche y después de los saludos de rigor, Roque, haciendo alarde de su verborrea natural dijo: «Señor Justo, tengo que decirle una cosa»; «dila, hijo dila», le contestó el padre de su novia con el desparpajo que le caracterizaba. «La Benita está preñá», le espetó Roque a bocajarro. El bueno del señor Justo no entendió o no quiso entender lo trascendente de la noticia y sólo se le ocurrió decir: «anda calla, hablador, que eres un hablador.»
Lo que no nos contó nuestro amigo es cuándo escribieron Roque y Benita a la cigüeña. Suponemos que sería durante el día, porque la noche ya sabemos en que la ocupaban. El cómo y de qué manera lo hicieron lo dejamos a la libre imaginación del lector.
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