«Sólo maté un toro, aunque cayó redondo»
Mario González Cascón nació en Villoria en 1947. Actualmente tiene 63 años y, después de una vida dedicada a la agricultura, vive junto a la iglesia de Villoria con Madita, su novia, mujer y compañera de toda la vida. Tienen un hijo y una hija ya casados que les han dado dos nietos y uno más que está en camino.
«A mí me gustaban mucho los toros –nos dice Mario- y por entonces venían a Riolobos las vacas bravas de Juan Luis Fraile. Un día le dije al veterinario de Villoria, Don Leonardo, que yo era capaz de torear. Fue dicho y hecho. Apartaron una vaquilla en un corral de Riolobos. Me acompañaron mis amigos Alfonso, Dioni, Fide, Angelín, Manolo y otros. Alfonso y yo le dimos unos pases. A mí me revolcó pero al ganadero le gusté y me animaron a continuar. Entonces tenía quince años. Me llevaron a un tentadero de Tamames de la Sierra y toreé tres vaquillas».
Así comenzó la carrera taurina, corta pero intensa, de Mario como novillero por diversas plazas de la provincia: Rodasviejas, Cantalpino, Babilafuente y Peñaranda, donde conoció ni más ni menos que a Santiago Martín «El Viti», el torero preferido de Mario. Poco después llegó el momento que recoge la fotografía: plaza de toros de Mundo llena hasta la bandera en las fiestas de septiembre en Villoria. Mario sale a por el novillo y lo torea de capote y muleta. Saca la espada y mata al novillo. «La estocada me quedó algo baja, pero el novillo cayó redondo. El primer y último toro que maté».
Algarabía en la plaza, dos orejas y Mario Villa sale de la plaza a hombros de sus amigos de toda la vida para recorrer las calles de Villoria.
Decidido a ser torero, Mario se trasladó a Madrid para trabajar durante la semana en el mercado de Puerta Bonita vendiendo patatas en el puesto que allí tenía un hermano de Isidoro Palomero («El Chispas»). Los domingos aprendía el arte del toreo en la escuela de la Casa de Campo. Allí superó las pruebas que le hicieron y después de cinco o seis meses en Madrid salió a buscarse la vida como maletilla por las provincias de Teruel, Cuenca y Madrid. Al recordar aquello Mario sonríe: «Nos tirábamos a las plazas a dar unos pases. Yo era mejor con la muleta que con el capote. Pasé mucha hambre, nos comíamos las manzanas bravías y las uvas».
Se dice que a los toreros y a los legionarios el valor se les supone. Sin duda que Mario ha sido un hombre valiente, pues no se conformó con ser torero y decidió también ser legionario. Seguro que sus nietos no se aburrirán cuando Mario les cuente sus correrías juveniles. Cuando Madita nos enseña las fotos de su marido con uniforme legionario, Mario nos cuenta lo que trabajó y sufrió allí, pero también lo orgulloso y satisfecho que se siente de haber desfilado bajo las banderas y guiones del Tercio.
Por eso Mario sigue viendo cada año el desfile de las Fuerzas Armadas esperando a que aparezca la cabra con los legionarios detrás, y por eso sigue viendo cada sábado en la televisión los programas que hablan de toros y toreros, de sangre y arena. Mario tiene una anécdota muy curiosa: cuando estaba en Madrid participó en la película «La oportunidad», protagonizada por Sebastian Palomo Linares. Aparece al final de la película, concretamente haciendo un paseíllo detrás de los actores principales.
Después del Servicio Militar Mario y Madita se casaron y viajaron a Suiza como emigrantes durante dos temporadas: «nos marchamos a Suiza y trabajé en el ayuntamiento de Saxon, que está en el cantón francés. Hasta me tocó hacer de enterrador algunas veces». Posteriormente regresaron a Villoria donde han vivido hasta el día de hoy sin más sobresaltos. Cuando Mario hace balance después de tantos años llega a una conclusión que no admite réplica: «que se pasa la vida en un verbo y no hay marcha atrás».