Aprovechamos este recordatorio para añadir seis palabras más a nuestro diccionario
Los oficios que ya han desaparecido son una fuente importante donde buscar este tipo de palabras que vamos añadiendo a nuestro diccionario. Todo aquello relacionado con las labores del campo está muy unido a nuestro pueblo. En el campo se siguen realizando las mismas labores que antaño pero de otra forma y con otros medios, afortunadamente para el agricultor. De cómo se trabajaba antes a cómo se trabaja ahora va un abismo. Tal vez algún agricultor se anime a enviarnos algún artículo o en su defecto a contarnos lo que era el campo hace años. Mientras tanto, rememoramos aquí lo que en su día aportó con su testimonio a la antigua Besana ( nº 3, enero 1985 ) un agricultor que en los últimos años de su vida fue alcalde de nuestro pueblo: Arsenio de La Torre.:
VILLORIA HACE 50 AÑOS
Se vivía de distinta manera que ahora, yo me acuerdo que tanto los labradores como los obreros gastábamos abarcas y la vida era muy dura; nos levantábamos en primavera y verano a las dos de la mañana y durante la temporada de los pastos, cuando los bueyes estaban aprovechando las hierbas del prado de Valdaragona se quedaban a dormir en las tierras, y los gañanes, que nos levantábamos a las dos también, teníamos que ir andando cuatro km. Que había desde el pueblo hasta la majada, con las alforjas al hombro, la merienda, un barril de agua, otro de vino, el capote y dos rejas que pesaban dieciséis kilos.
Para los obreros el verano era un martirio; se levantaban como los labradores a las dos de la mañana y preparaban el borrico con las aguaderas y todo el equipaje, que se componía del desayuno, simplemente un trozo de pan y cebolla, las hoces, el encaño y las mantas. Una vez preparado todo, montaban al rapaz, que momentos después se quedaría dormido, y comenzaba la marcha hacia la tierra, donde cuando llegaban aún no se veía. Una vez allí aguzaban las hoces y empezaban la faena, cerro arriba y cerro abajo, aguantado el sofocante calor, había días que sobrepasaba los 34 ó 36 grados.
Y no digamos nada de los que tenían que ir a Riolobos, que tenían que andar 9 km. Con los bueyes, hasta la raya del Campo de Peñaranda, mal comidos y peor vestidos. Recuerdo haber oído contar a alguno de ellos varias anécdotas como ésta: En ciertas ocasiones varios de los pertenecientes a dicha finca se quedaban a dormir en ella, a mediodía ponían el puchero a la lumbre con unos garbanzos, tocino y el que podía un cachito de chorizo; y ocurría que el primero que llegaba se lo comía todo y cuando llegaba el resto no había más que el puchero. Con decir esto basta para ver como se pasaba entonces.
Esto lo escribo para que lo lean los jóvenes, porque cuando alguien se lo cuenta suelen decir que eso es un cuento de viejos.
Arsenio de la Torre