Luis de Góngora y Argote
El «Cisne del Betis», el «alter ego» de Francisco de Quevedo.
Luis de Góngora y Argote (1561-1627), poeta español, cima de la elegancia de la poesía barroca y modelo de poetas posteriores. Su enfrentamiento, tanto personal como literario, con Francisco de Quevedo se mantuvo durante toda su vida y dio lugar a una producción literaria que convirtió a ambos en las dos grandes figuras del Siglo de Oro español.
Góngora tuvo en vida defensores apasionados y críticos implacables. El carácter mismo de su poesía haría que esta división de opiniones continuara después de su muerte y llegara aún a nuestros días. Sus dos grandes enemigos fueron Quevedo y Lope de Vega, aunque contó con famosos partidarios como el conde de Villamediana o los humanistas Pedro de Valencia y fray Hortensio de Paravicino.
El motivo de esta división radical de posturas reside en el carácter innovador de la poesía de Góngora, cabeza del estilo literario conocido por Culteranismo, un término que poseyó en su origen carácter burlesco, formado a partir de la palabra culto y que, de hecho, supone la fase final de la evolución de la poesía renacentista española, instaurada por Garcilaso de la Vega. Sin embargo, a pesar de su gran ornamentación verbal, y de la utilización de palabras comunes en una acepción latina, la crítica considera que el culteranismo es una manifestación peculiar del Conceptismo —la escuela literaria que supuestamente se le oponía—. En realidad, y desde el punto de
Hasta hace poco la historia literaria separaba la obra poética de Góngora en dos mitades claramente diferenciadas. Por un lado, las letrillas de inspiración popular y los romances: moriscos, amorosos, pastoriles y caballerescos. De otro, su obra cultista iniciada en 1610 con la Oda a la toma de Larache, y continuada con el incremento constante de la oscuridad estilística en la fábula de Polifemo y Galatea (1613), las Soledades (1613) y el Panegírico al duque de Lerma (1617).
Equidistante entre ambos aspectos, se podrían situar sus numerosos sonetos y canciones de estilo clásico, en los que no se advierte tanto el cultismo.
Para el Góngora de la primera manera, la crítica, desde la de sus coetáneos, sólo tuvo elogios.
Incluso en los momentos de mayor antigongorismo nadie puso en duda la belleza de letrillas como ‘Las flores del romero’, ‘Lloraba la niña’, ‘No son todo ruiseñores’ ni de los romances: ‘En los pinares del rey’, ‘Amarrado al duro banco’, ‘Servía en Orán al rey’, entre otros. Otra vena poética que domina en Góngora es la burlesca, como demuestran ‘Ande yo caliente’, ‘Ahora que estoy despacio’ o ‘Murmuraban los rocines’. Para algunos es el autor de los más bellos sonetos que se han compuesto en lengua castellana.
Escrita en octavas reales, la fábula de Polifemo y Galatea (1613) es la recreación más perfecta de una fábula mitológica (véase Polifemo; Galatea) en la poesía española. Al narrar el viejo tema —pasión del cíclope Polifemo por la ninfa Galatea, idilio de ésta con el joven Acis, venganza del gigante— Góngora crea una obra de brillante hermosura descriptiva, de construcción acabada, donde el arte del contraste y de lo hiperbólico queda sometido a formas rigurosas.
El Góngora del Polifemo y las Soledades fue muy mal entendido por la crítica. Su estilo suscitó inmediatamente la oposición. El humanista Francisco Calcals (1564-1642) cuando leyó las Soledades afirmó que el príncipe de la luz —refiriéndose al poeta de las letrillas— se había mutado en el príncipe de las tinieblas. Una actitud que se prolongaría hasta finales del siglo XIX, cuando algunos simbolistas franceses, en especial Verlaine, y los poetas modernistas de habla española, inician la valoración del gongorismo.
Esta valoración culmina en 1927, año del centenario de su muerte, cuando una nueva generación de poetas españoles, Jorge Guillén, Pedro Salinas, García Lorca, Alberti, le aclaman como a uno de sus maestros, y Dámaso Alonso, poeta también, publica su edición crítica de las Soledades, a la que siguen algunos estudios definitivos para la comprensión de Góngora. La celebración de este centenario fue el origen de la Generación del 27.
A Córdoba
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!
Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,
Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España
Mientras por competir con tu al sol relumbra menosprecio en medio el llano Mientras por competir con tu cabello.
Soneto
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada