El sábado día 7, en el teatro de Villoria tuvo lugar la presentación del tercer libro de nuestro paisano Alfonso «El Pindoque»
Un nutrido grupo de familiares, amigos, conocidos , vecinos de Villoria y otros pueblos acompañaron a Poncho en este acto entrañable que contó con la aportación musical de dos miembros de su familia «Los Trota», hijo y sobrino de Alfonso, también «Pindoques» y que amenizaron la velada con esas canciones que ya nos van resultando conocidas y que quizá algún día tengan su momento de protagonismo como el sábado lo tuvo el libro de Alfonso.
Entretenida y amena fue la charla de Francisco, donde resaltó la importancia que tiene la palabra, sobre todo cuando ésta queda escrita y lo difícil que es escribir y más cuando se hace en primera persona, sin tapujos, sin poner en boca de terceros aquello que queremos decir de primera mano con la responsabilidad que eso conlleva. De ahí su admiración por lo que Alfonso ha sido capaz de escribir no solo en este libro, sino en los dos anteriores ya publicados y que están escritos en esta misma línea.
Quintín García necesitó la colaboración de Marcelino, «Rapi», y Diego (de Babilafuente) , ya que su maltrecha garganta no le deja hablar en el tono y el tiempo que el quisiera. Aquí reproducimos integro el texto que se leyó para la presentación de «Andanzas de un prejubilado», texto que sirvió para dar a conocer este libro y que nos sirve a nosotros para poner un punto y seguido por nuestra parte a la obra de Alfonso, porque estamos seguros que, tarde o temprano, nos regalará a todos los que hacemos y leemos esta página una nueva historia de las que abundan en su vida y en su cabeza.
Enhorabuena «Poncho» y descansa, porque te lo has currado como el que más. Sabemos que es difícil siendo como eres, pero seguro que tu familia más cercana te lo agradecerá.
PRESENTACIÓN LIBRO DE ALFONSO «Andanzas de un prejubilado»
La mayoría de los que estamos aquí, que pertenecemos al círculo cercano a Alfonso, muchas cosas de las que habla en este tercer libro se las hemos oído varias veces. Porque Alfonso es de los que no se callan cuando algo le bulle en la cabeza o en el corazón. Y necesita contarlo, discutirlo, compartirlo con alguien. Tiene ese don natural de la palabra, la cualidad de poder hablar y hablar, como si las palabras le fluyeran con naturalidad de un manantial.
Esta facilidad es una cualidad que tienen algunas personas. Otras no, son más calladas, más introvertidas, les cuesta incluso la comunicación con los demás. En nuestros pueblos, y en Castilla en general, hay grandes conversadores entre la generación mayor. (Miguel Delibes captó esto muy bien en sus novelas, sobre todo en el personaje femenino de Cinco horas con Mario que alguno habréis leído o visto en televisión). Yo miro a mi alrededor y recuerdo a mi madre como una gran conversadora; mi padre no, era más contenido. Y a alguno de mis tíos acaparando las tertulias que hacían sentados en las piedras grandes que hacían de asiento a la puerta de su casa. Estoy seguro de que si los que me escucháis miráis a vuestro alrededor encontraréis también varios grandes habladores entre los mayores.
Supongo que es una cualidad que en parte se hereda, pero quizás sea sobre todo fruto de un estilo de vida que ha favorecido esa facilidad y esa necesidad de hablar y comunicarse. De niños, entonces, vivíamos más en la calle, en pandillas de amigos, que recorríamos cien veces el pueblo, hablando, jugando y mangándola por aquí y por allá. Hoy, nuestros hijos y sobre todo nuestros nietos, tienen una vida más individual: las horas de clases y de actividades académicas son mayores, sus formas de diversión están más ligadas a la televisión, las consolas, los juegos individuales.
Pero sobre todo era luego, de mozos y de mayores con las largas tertulias en las esquinas de las calles o en las plazas, después del trabajo, debajo de alguna de aquellas bombillas de 25 vatios que malamente permitían distinguir las caras, hablando absolutamente de todo durante dos o tres horas. O en las casas, entre los miembros de la propia familia hasta que se cenaba en el largo invierno. O en las tertulias a la puerta de casa para tomar el fresco en el verano, dale que te pego a la lengua hasta las tantas, que todavía perduran, pero ya estorbadas por los telediarios o las series de la televisión y los partidos de fútbol.
De esa facilidad para la palabra hablada le viene ahora la facilidad para la palabra escrita. Al principio decía que él no sabía escribir (eso era para gente de estudios), cuando yo le invité a trasladar por escrito aquellas historias que contaba de forma brillante en los ratos de cháchara sobre su infancia o juventud, de sus andanzas sobre el mundo de los maletillas, de su marcha del pueblo y su estancia en el País Vasco y de su vuelta al pueblo, y ahora, cuando se one, llena el tío un montón de folios y folios que maltratan a la pobre Cristina que se lo tiene que pasar a ordenador. Y que luego inevitablemente yo le tengo que cortar, aunque no le gusta: esto no, macho, que ya lo contaste en el primer libro o en el segundo o hace dos capítulos; esto no que alarga mucho y luego no te lo leen ni tus hijos; esto no que no viene a cuento aquí, etc. Pero siempre volvía al día siguiente con un capítulo nuevo, que era muy importante, muy importante, decía, porque se le había ocurrido hablar de no sé qué otro asunto. Y eso que habíamos dado por cerrado el libro.
Ha adquirido además capacidad para escribir no sólo de sí mismo, sino que habla de cualquier cosa. Eso sí, siempre que tenga o haya tenido alguna relación con él. Porque sus libros, los tres, son autobiográficos, hacen constantemente relación a su vida y a su forma de pensar. En este tercer libro se atreve con temas tan complicados y polémicos como la crisis económica actual, el problema de los emigrantes, el asunto de las jubilaciones, la situación de nuestros mayores y sus soledades, la memoria histórica, las maledicencias y el daño al honor en los comentarios y chismes en nuestros pueblos, las situaciones dramáticas de una familia con un hijo homosexual no aceptado por el padre (un capítulo muy largo que podría dar pie para una buena película), la ayuda que se prestó a la muchacha encarcelada en República Dominicana, etc.
Muchos asuntos. Y tratados, claro, a su estilo, a su aire, con el corazón, desnudándose ante los demás a veces excesivamente. Pero es su forma y manera. De los tres es el más anárquico y desordenado, como dice él mismo en la introducción, porque él escribe así, a impulsos del corazón. Y empieza temas sin acabar los anteriores. Y eso que me he partido los cuernos para juntar cosas que él había escrito por separado. En fin, Alfonso en estado puro. Pero esa es la gracia que tienen sus libros. Además de ese tono fresco y ese lenguaje popular que no se encuentra uno en los miles de libros que se publican al año. Porque los que escriben y publican son gente de libros y no un trabajador de la construcción después de nueve o diez horas al sol o al frío. Ese es el gran valor de los libros de Alfonso: haber tenido la valentía de decir en voz alta, sin sentirse menos que nadie, lo que vive cada día, lo que siente, lo que llora o ríe. Y también lo que piensa. Con ánimo de respeto y diálogo con quienes le lean y no piensen como él.
Detrás de estos tres libros hay muchas horas de trabajo, de disciplina, de quedarse en casa con un cuaderno en blanco y lanzarse al vacío de escribir una palabra tras otra. Que no es fácil. Yo que lo he vivido de cerca admiro y aplaudo el tesón y la voluntad de Alfonso. Y encantado presento en público y hago esta tarea taurina de cabestro con su tercer libro ANDANZAS DE UN PREJUBILADO.
Quintín García