Las Navidades de aquella época eran esperadas por todos los niños con impaciencia porque se solía hacer algo distinto al resto del año
Hace muchos años en un sencillo pueblo vivía una familia con cinco hijos, su casa no era pequeña pero sí humilde.
La madre les protegía muchísimo de los crudos inviernos que transcurrían en aquel pueblo ubicado en la fría Castilla, concretamente en una zona árida de la provincia de Salamanca.
Sentados los cinco hermanos se tapaban con una manta que también era vieja por si había algún descuido y se quemaba, pero como era vieja no importaba.
¿Sabéis lo que sí se quemaba muchas veces? su calzado, lo cual se notaba enseguida por el olor a goma de sus botas o sandalias.
La habitación donde estaba este brasero tenía dos alcobas, en alguna de las camas a veces había algún enfermo, con catarro, sarampión o dolor de tripa, que casi siempre se curaba con una tortilla francesa, un tazón de leche y aspirinas. Estando allí, se acompañaba al enfermo, jugando al parchís, al veo veo, haciendo los deberes o estudiando alguna lección de la enciclopedia Álvarez que usaban dos o tres hermanos. Lo más importante de aquella época era aprender el catecismo con preguntas y respuestas.
Aunque os parezca mentira aquellos niños eran felices. No les faltaba que comer. De vez en cuando le quitaban a su madre algo de chocolate o las galletas María que también se vendían al peso. Lo que les gustaba muchísimo eran unos caramelos que se llamaban «lágrimas». Con todo esto y el trigo que cultivaba su padre tenían el pan asegurado, el cual compraban con una tarja en casa de la Señora Rosa.
Las Navidades de aquella época eran esperadas por todos los niños con impaciencia porque se solía hacer algo distinto al resto del año.
Los cinco hermanos nos recuerdan que en su tienda el turrón también se vendía por medias tabletas, y su madre el día de Nochebuena ponía en la mesa todos los trozos que habían quedado de la venta. Había uno de cacahuete y junto a él las peladillas, el pan de higo, los capones que se hacían con las nueces y aquel gallo que criaba su madre en el corral. Cenaban opíparamente, tenían sus panderetas, cantaban villancicos hasta caerse de sueño, tanto que a los más pequeños los tenían que llevar a la cama porque se quedaban dormidos junto al brasero.
En estos días se soñaba despierto y casi siempre todo quedaba en eso en sueños imposibles por la escasez de todo.
Durante las Navidades los días más esperados por los cinco hermanos eran los Reyes Magos, pedían tantas cosas que al final se quedaban en casi nada. Lo que siempre les traían era una caja de jalea y, sobre todo, lo que necesitaban para ir a la escuela. Con qué ilusión volvían a clase después de esas fechas con su cabás y estuche nuevos y algunos lápices de colores. Lo que más molaba era cuando les echaban una pluma de pico cigüeña porque en esa época se escribía con pluma y tintero que daba muchos problemas porque se derramaba todos los días y luego la maestra, doña Encarna o doña Teresa, les hacían limpiar las mesas.
¿Sabéis lo que también llevaban a la escuela los días más fríos? una lata con un asa de alambre, porque los pies se quedaban tan fríos que les salían sabañones que picaban y dolían muchísimo.
Aunque han pasado muchos años la mayor de los cinco hermanos no ha dejado de recordar estos hechos en toda su vida. Y estas Navidades quiere compartir con todos vosotros estos recuerdos.
FELICES FIESTAS
Basi
MI SENTIR EN NAVIDAD
las luces de la ciudad
de contradicciones llena
una año más Navidad.
Ojos que miran sin ver
las ramas de pino verde
metidos en una concha
huyendo de sonsonetes.
Una balada aprendida,
con hilos intermitentes
entonada con rutina
sin deseos convincentes.
Un chorro de pergaminos
van y vienen por el aire,
¿qué pasa durante el año?
silencio, hielo en la sangre.
llenarán nuestras cocinas
al sentarnos a la mesa
algunas sillas vacías.
Hielo en la noche cerrada
cayendo la tarde mansa
ruido de aire que adormece
entre músicas y brasas.
La noche se está cerrando
para que nadie la toque,
la calle queda desierta
nadie mira los faroles.
Cerramos nuestras persianas
también nuestros corazones
en la calle sueña alguien
con los altos corredores
sólo les queda por techo
la luz que dan los faroles.
de chimeneas chisporroteando,
por donde bajaba magia
se respiraba su encanto.
Las gloriosas Navidades
siguen aún en mis pupilas
las recordaré por siempre
son mi timón estos días.
Se van perdiendo raíces
con silencios ondulados,
nadie mate mi recuerdo
de blancor almidonado.
Una zambomba que suena
al son de los villancicos
panderetas, campanillas,
hoy, sin querer, seré niño.
Estrella guía el camino
que sea largo y tranquilo,
que el nuevo año nos traiga
valores que se han perdido.
Aunque yo pudiera verlo
después de mil años más
más verde y agrio sería
mi sentir en Navidad.
Basi Cascón