Me conto mi padre que cuando terminaban el día quedaban reventados de tanto esfuerzo
Según me contó mi padre corría el año 1942 donde nuestra querida España estaba devastada por aquella maldita guerra, donde solo había ignorancia, persecución, miedo, hambre y todo era pecado. Así que, mucha gente de los pueblos tenían muy poco para subsistir y no les quedaba otro remedio si querían sacar a sus seres queridos adelante que buscar las habichuelas en otros lares, porque aquí no había trabajo, en este pueblo había mucho obrero y era un problema gordo.
Mis padres por entonces tenían cuatro hijos: Justo, Nano, Valentín y Pepa, luego seguía yo que creo que lo pensarían mucho para engendrarme porque no iba a ser una joya por los disgustos que les di de pequeño. Quedaron un poco cansados conmigo y luego vinieron Pauli, Petri y Santos, dándose más tiempo en nacer que con los primeros, yo creo que ya iban perdiendo fuelle por los años. Porque en aquellos años no salía un joven con 1.90 o 2.00 metros de altura como ahora si salía uno tenía que ser de dos o tres padres porque de uno imposible. Que sucedía que la mitad de los que nacíamos en esos años veníamos al mundo revenidos como la avena loca, ¿Porque sería? ante la situación había que buscar trabajo allí donde lo hubiese así que al acabar la sementera a primeros de noviembre, se fueron a escepar seis personas con mi padre a Cortos, no puedo poner los nombres de los que fueron con el, porque la vida a sus hijos y nietos les ha ido mejor y no reconocen el pasado, es una pena porque ahí está. Algo que a mí no me importa porque las pasamos más hambre que los pavos de manolo que de grande se los comió el solo y no me avergüenzo de nada de mis antepasados, al contrario ahora todos somos ricos.
Así que un día cogieron el hato con sus herramientas y se presentaron en la finca de D. José Montalvo a asmatar, como ya les he dicho que era cortar las raíces de las encinas para hacer cisco y para la lumbre, cortándolos con un peto parecido a un pico donde por el lado estrecho hacía de hacha y el otro como una zuela para escavar y descubrir las raíces, esta herramienta pesaba como trece libras (6 Kg). Mi padre era el encargado y el que cocinaba, echando una mano cuando podía. Terminaban por navidades, echaban un ojo a los montones de lo que habían sacado por qué no creo que lo pesaran, les pagaba el dueño y se venían tan contentos con las perras que habían ganado y unos kilos de bellotas, donde aquí dábamos buena cuenta de ellas asadas, cocidas o crudas.
Me comentaba que cuando terminaban el día quedaban reventados de tanto esfuerzo, donde su menú eran sopas y tocino por la mañana, para comer garbanzos, tocino y la cena ídem de ídem con bellotas cocidas y unas pintas de vino, así que cuando volvían al pueblo eran medio ibéricos de tantas bellotas que comían. Me dijo que por entonces había muchos lobos que se acercaban a la chabola donde dormían, aullando, y que sucedía que alguno no dormía bien del miedo, pero por las mañanas se tenían que levantar a las 5.00 para ir al pueblo a aguzar la herramienta, que pesaba un rato. Así que con el miedo en el cuerpo iban todos los días, que las pasaban canutas, como me dice un hermano, así estuvieron la temporada.
Ante vísperas de navidad y con las cuatro perras que habían ganado estaban deseando volver al pueblo para ver a sus seres queridos, porque era Nochebuena. Como habían acabado ese día lo celebraron con vino y algún extraordinario, se fueron a la cama tan contentos, donde dormían en saco de hojarasca o paja arrimados a la lumbre.
Al levantarse los «Ceperos» se encontraron sorprendidos con una nevada cojonuda de unos 20 o 30 cm con el siguiente disgusto, que ya no podían venir al pueblo a pasar las navidades con su familias porque tenían que ir andando unos 25 km hasta Salamanca para coger el tren que les llevaba a Babilafuente, y desde allí andando hasta Villoria, que hay 5 km. Vaya putada que se les presento. Mi padre viendo la situación les dijo » muchachos esto es lo que tenemos no hay que acojonarse, hay que cazar unos conejos para cenar que con la nieve corren muy poco», así lo hicieron, mi padre los guisó y todos tan contentos, pero acordándose de los suyos.
Al terminar de cenar se produjo el milagro, el ama de llaves y el encargado se presentaron con cuatro botellas de champagne, higos, nueces y muchas más cosas. Dice mi padre que la dueña era buena persona y viendo que estaban allí los «Ceperos» solos, les mando para que sintieran un poco la navidad. Me dijo mi padre que vaya si la sintieron, comieron cosas que nunca las habían visto y con el champagne se cogieron una cogorza terrible, porque nunca lo habían bebido y con las bellotas, los conejos, todo envuelto, sus cuerpos entraron en erupción donde toda la noche estuvo la caseta abierta, porque estaban más ligeros por arriba y por abajo que cogiendo los conejos.
Uno dice que la cogió llorona que se quería ir con su madre diciéndole los compañeros, pero si estas casado, pero nada el tío la cogió con su madre y mi padre que era muy creyente dio gracias al señor por la noche que habían pasado. Donde los lobos aullaban las ovejas balaban en el redil o en la tenada y dando gracias los «Ceperos» de aquellas navidades fuera de casa, donde cantaron pero mira como beben los peces en el río, claro que bebieron. Y sigo diciendo que las navidades son todos los días del año, acordándome de mí querido padre por el valor y sacrificio que pasaron para sacar a los hijos adelante sintiéndome muy orgulloso de ellos.
ALFONSO «EL PINDOQUE»