(Un cuento de navidad)

EL NIÑO, EL LORO Y EL PORTAL DE BELÉN


(Un cuento de navidad)
En Kiraáteni, comunidad matsigenka del río Yavero, atendida pastoralmente por la misión de Koribeni, los animalitos: sajinos. monos, loros y guacamayos, paujiles, venados y todas las aves del cielo, conviven en doméstica y total armonía con los paisanos, alrededor del nido que a todos cobija, el pangochi de rama y hoja de palma. Forman una pintoresca arca de Noé. Cuando los hijos de la selva caminan, llevan su cortejo de animalitos encima y alrededor. Incluso los que ya murieron, cuelgan como amuletos del cuello de estas criaturas. Uno de estos animalitos más frecuente en las familias matsigenkas es el loro.

Personas y animales se enseñan y aprenden mutuamente sus respectivos lenguajes. Es extraordinaria la facilidad que tienen los matsigenkas para interpretar los sonidos de sus vecinos de cielo, tierra y agua. Al mismo tiempo ellos aprenden también el lenguaje de los humanos, sobre todo el loro, que tiene un increíble don de lenguas.

En uno de estos nidos multilingüísticos, en una de estas arcas de Noé, vivía Juanito, un niño bien avispado que aprendió a hablar el lenguaje de los loros antes que el de sus papás. Seguramente porque esas espabiladas aves, son mucho más locuaces que los matsigenkas; y eso que tales no se quedan cortos a la hora de hablar.

Cada dos meses, la paz y armonía de esta colonia del paraíso, alejada dos días del núcleo urbano más cercano, era alterada por la visita del misionero que llegaba acompañado de varios de sus paisanos con su mochila al hombro y nada más. Ellos se alegraban y le mostraban su cariño ofreciéndole lo que tenían ese día en la olla, casi siempre makishapa, que es el mono y animal más frecuente en esa selva y que se convierte en el menú básico de esta población. No falta nunca la yuca y el mashato. El padrecito a cambio les contaba qué sucedía por la boca de su río y por las demás comunidades de su etnia que visitaba. También les recordaba la importancia de la educación, la salud, la organización y el cuidado de los recursos que Tasorinthi había colocado allá como regalo y sustento para ellos. Al final de los dos días que compartían, se despedía con una celebración en que cantaban y también bailaban al estilo matsigenka luego de haber sacralizado la yuca y el mashato recordando a Jesús.

En la última visita de cada año, el misionero les hablaba de un niño al que sus papás José y María llamaron Jesús y que nació en una especie de pangochi como el suyo y en un poblado no mucho más grande que Kiraáteni. Ya desde niño demostraba poder y de mayor diría que le venía de su padre, que era el mismísimo Tasorintsi que había creado toda la selva: sus montañas, árboles, ríos y todos los animalitos que los pueblan en especies infinitas. También desde niño los papás y gente sabia de su comunidad, le había enseñado a preocuparse por todos y defender a los más humildes y alejados.

El padre les contaba también que allá en España, cuando él era niño como Juanito, le hacía mucha ilusión que llegara la Navidad, el tiempo en que nació Jesús; y cada año se iba al monte a buscar musgo con el que montaba el terreno sobre el que levantaba una aldeíta como la de Belén que así decía se llamaba el lugar del nacimiento.

Juanito se decidió a montar aquel Belén que tanta ilusión le hacía al padre cuando era niño como él. No le resultó difícil reconstruir la aldea, porque según el misionero era bien parecida a Kiraáteni y no necesitaba buscar el musgo porque lo tenía bajo los pies. Lo más difícil eran los personajes, pero cada día miraba a su papá y su mamá y con la arcilla de una cocha cercana, fue dándoles forma copiando sus rostros. Miró también con detenimiento a los paisanos mayores y con sus rasgos fue moldeando las figuras con sus mismos gestos y vestimentas, porque decía el padre que la gente en tiempo de Jesús vestía con una kushma como las suyas. En el portal junto a la familia del recién nacido Jesús, colocó las figuras de una sachavaca y un sajino, porque en Kiraáteni no hay vaca ni burra.

La última figura que hizo fue la del niño Jesús. Para darle rostro, una mañana que se estaba lavando en el agua, clara como un espejo, de su quebrada, se miró detenidamente y decidió a poner sus rasgos infantiles en el rostro del niño de Belén.

Ya tenía su Belén terminado y quedó muy contento del trabajo que había hecho. Pero pronto se dio cuenta que faltaba algo. No tenía más que poner atención y escuchaba el bullicio de la selva, los lenguajes de animales y gentes, hasta el canto de la lluvia y el silbo de los vientos. Juanito quería que su Belén también fuera sonoro como el ambiente de su comunidad. Quería escuchar la voz de Jesús, porque el misionero decía que la voz de Jesús era la voz del mismo Tasorintsi. Su niño estaba mudo y eso le dio mucha pena.

Así estuvo apenado unos días, hasta que antes del amanecer del día de Navidad, escuchó el llanto de un niño que salía del portal de su belén. Al rato se oyeron las risas del mismo niño. También se le oyó decir papá y mamá y hasta parecía que cantaba alguna tonada matsigenka. De pronto se dio cuenta que era su mismo llanto y su misma sonrisa y su mamá y su papá también se dieron cuenta en ese mismo momento, que era la voz de su hijo Juanito cuando era más chiquito.

Acudieron los tres rápidamente al belén para ver al niño Jesús que lloraba y reía y decía Apa, (papá), Ina (mamá). Allá estaba, junto a las figuras de José y María y la de la sachavaca y el sajino. Solamente vieron una novedad: el loro que estaba a la cabecera de la cunita de Jesús, posado encima de la estrella y con sus alas desplegadas como queriendo competir con el ángel.

El belén estaba completo y era audiovisual como quería Juanito. Y lo maravilloso era que ya no sabían si el que lloraba y reía era el niño Jesús, Juanito, el loro o los ángeles del cielo que alegraron aquella noche. Seguramente era el mismo Dios que cada Noche Buena ríe y llora en las alturas deseando paz en la tierra a todas las criaturas de buena voluntad.

Roberto Abalos
Misión Koribeni noviembre 2011

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