Mi abuelo ya hubiera dado la sentencia: «Eso le pasa por meterla donde no le llaman.»
El protagonista de la historia había acudido previamente al hospital tras ver que su desvarío sexual podía costarle la pérdida de su querido miembro viril al no poder sacarlo del mencionado tubo.
Una vez llevado con éxito el rescate (que diría Rubalcaba) o la liberación (que diría Rajoy) del falo del susodicho, se me llena la cabeza de un montón de dudas y de interrogantes. Es obvio que la solución al enigma la tiene el propio interesado, pero dudo mucho que, dadas las circunstancias, vaya a salir a la palestra a contarlas, salvo que alguna cadena televisiva le suelte una buena cantidad de euros que aumente su cuenta corriente y se aplique el cuento de que las penas- en este caso las vergüenzas- con pasta son menos.
¡Pero, alma de cántaro!. A quien se le ocurre hacer esto en los tiempos que corremos. Al menos si hubiera utilizado un ladrillo, la solución hubiera sido más sencilla y no hubiera pasado de algún pequeño roce. Una de dos, o no sabe que tanto en el hombre como en la mujer hay agujeros mucho más interesantes y menos dañinos, o está tan harto de todo que ha intentado un I+D+i por su cuenta y riesgo. ¡Qué lo cuente ya!, Jorge Javier.
T.P.