Quisiera deciros que aquel día fue para mí un día feliz…
Y cine, pues el cine, por entonces no existía y el que hacían en el pueblo alguna vez era mudo, que lo llevaba un hombre que no sé de donde venia, lo que si me acuerdo es que él tal señor nos decía que era sonoro porque él nos explicaba algo de la trama de aquellas cintas mudas. Nosotros nos lo creíamos todo, pues no habíamos visto cine de otra manera y si lo había a nuestro pueblo no había llegado.
Los más mayores, recordamos bien que obras como las que vosotros representáis ahora, jamás se podrían haber representado en aquellos tiempos que lo mejor es olvidarlos, pues la censura no lo permitía, porque un simple beso estaba prohibido, obras como «La extraña pareja» conllevaría una fuerte represalia o más, por los puritanos del pueblo, que haber los había. Por eso veros a vosotros representarla, como yo os vi en una ocasión en la que me coincidió estar en el pueblo, tengo que deciros que me encantó y mas sabiendo que no erais profesionales aunque lo parecíais, por eso seguir haciendo teatro que es hermoso.
Con lo que a continuación escribo quiero alabaros y deciros que lo hermoso siempre será hermoso, por eso quiero deciros que el día que yo estuve en ese teatro también representasteis pequeños retazos de obras de García Lorca y de otros que en la dictadura estaban prohibidos, por eso yo a continuación hablo de lo que aquel día vi y escuche, hace ya diez años.
En aquel cachito de «Bodas de sangre», os lo juro Zaranda, mi alma tembló, viví la tragedia al ver en vuestras caras la verdad fingida, que vosotros nos mostrasteis casi verdadera. Como ya os he dicho cuando yo era niño, de García Lorca todo, todo, hasta sus lindos versos estaban prohibidos. Por eso, vosotros, haced teatro, seguir danzando, que linda es la danza, qué lindo el teatro, cuando vuestros gestos nos hacen reír, nos hacen soñar o temblar por dentro.
Os miraba atento, muy atento y erais para mí casi forasteros y una pena embargó mi ánimo porque quise deciros que me había gustado pero me callé para que no creyerais que era todo cuento, otra vez lo siento. En ese teatro pensaba en el pasado y miraba a un lado y a otro, arriba y abajo porque allí donde yo estaba sentado, cuando era niño, bajo aquel cemento, hubo un «mudadal» y también pasaba un cristalino y limpio regato. Como cambia todo….la vida, la vida es teatro.
Estoy escribiendo a la sombra de un árbol, sentado en un banco, me rodean las palomas y con cachitos de pan escribo dos nombres: Zaranda y Villoria, y antes que me dé cuenta, avaras sin compasión los dos nombres devoran y sin querer esparcen por el aire mi sentimientos, mi obra y en silencio yo me pregunto ¿estaré yo ahora haciendo teatro? Quizá sí, pues la vida es eso, teatro, teatro fingido, por eso os escribo, por eso os animo a mostrar libertad, a allanar los caminos, a seguir repartiendo ilusión, que eso nunca caerá en terreno baldío, la risa de un niño, la emoción de un viejo, porque Zaranda y su teatro sois ilusión, sois hacer vivir, sois recordar vida, al niño inocente que aun no la ha vivido y al viejo que cree que todo lo tiene perdido. Aquel día que yo os vi, hacía frio, era el mes de enero, la gente para evitar aquel gélido viento luchaba para entrar al teatro el primero, y allí mi alma tembló como un árbol viejo cuando aquel chaval que yo no conocía me dijo: ¡oiga amigo!, primero soy yo, que tú eres forastero…¡Ay caballo loco que te desbocas y vas a la brava!, te hierve la sangre y sin mirar por donde pasas todo lo aplastas, sin pensar que un día también tu fuego se apaga. Por eso yo os digo amigos de Zaranda, seguid mostrando luz a la gente para que nada se pierda y cuando todo pase, porque todo pasa, siempre habrá quien diga de vosotros aquello que hizo Zaranda fue hermoso, muy hermoso.
Me gustaría que mi carta os animara a seguir, porque lo bueno perdura, lo bueno aunque pase el tiempo no pasa.
Sigifredo María Cascón.