Queridos paisanos, por unas cosas y otras Villoria ya no es Villoria.
Queridos paisanos y algunos amigos, una vez más se pasaron los cuatro meses largos que tengo la suerte de estar cada año entre vosotros. Una época tan agradable que recargo las pilas de esta calidad de vida que aquí se respira y que me ayuda a pasar mejor el invierno, sin agobios, sin prisas y sin la contaminación de la gran ciudad. Aunque aquí la vida es muy distinta, procuro aprovechar lo bueno de cada momento y lugar. Allí tengo ventajas que el pueblo no me puede ofrecer y eso es algo que no veo justo. Aun así, cuando llega junio mis hormonas se alteran y organizo la estancia en mi pueblo con gran alegría. Os preguntaréis «¿pero que nos está contando esta, si no es la única que viene aquí a pasar el verano?», y nunca mejor dicho, yo no vengo a pasar el verano, vengo a convivir con mis paisanos y observo cómo lo hacen porque me interesa y me preocupa. Me preocupa por no encontrar lo que siempre fue mi pueblo. Es cierto que debemos estar orgullosos de él, con unas infraestructuras aceptables, que se podían haber mejorado en años de bonanza en vez de mermar algunas de ellas como hicieron en su día algunos gobernantes.
De lo que menos orgullosa estoy es de la convivencia entre los habitantes. Sus críticas están en cada boca que respira, encuentro pocas personas que les agrada lo que hacen o piensan los demás. Me viene a la mente una frase anónima que dice «todavía no encontré a nadie que se critique a sí mismo con el mismo empeño que critica a los otros».
Durante estos meses he rebobinado mis recuerdos sobre ciertas personas que entre ellas siempre fueron amigas de verdad. Hoy ni se saludan. En cambio, se codean con aquellos que en otros tiempos era algo impensable, porque siempre hubo clases sociales y, aunque yo pensé que estaban erradicadas, me queda muy claro que en Villoria sigue habiéndolas hoy, pero no por cariño o amistad sincera y sí por ideas absurdas y ese virus que contamina el mundo. En Villoria se está acabando esa rancia y bonita amistad de otros tiempos. Todo esto no es otra cosa que la mal entendida política, mirando por encima del hombro a quien no piensa como tú. Estamos tan ciegos que los árboles no nos dejan ver el bosque. Aquí en Villoria no nos deja ver ni la alameda y eso que la tenemos encima.
Deberíamos pensar más en nosotros y no seguirle el juego a los que nos gobiernan, a quienes les viene muy bien esta desunión, para así aprovecharse y conseguir mejor sus propósitos haciéndonos caminar hacia atrás y quién sabe si consiguiendo que algún día nuestros pueblos vuelvan a vivir en los años 40. Mientras tanto, ellos cada vez están mejor, porque no son tan tontos como nosotros que nos embaucan con sus discusiones televisivas para cabrearnos mientras ellos comen y beben y juegan las mismas cartas y consiguen así sus propósitos con esos enfrentamientos que son estériles y hacen que nos hundamos más. Analizad esta frase que dijo un día un filósofo «jamás esperes mucho de aquellos que prometen demasiado, es mejor estar sorprendido que decepcionado».
Queridos paisanos, por unas cosas y otras Villoria ya no es Villoria. Observo poca alegría y lo peor es que se convertirá en una tristeza profunda, en nuestras manos está hacer algo por esa unión que hace la fuerza y dejar a un lado el orgullo y el «yo más». Acordémonos cada uno de dónde venimos, dónde crecimos, con respeto, mucho trabajo y mucha hambre y que la memoria quebradiza de algunos ya no recuerda, con lo bueno y honesto que es recordar de vez en cuando tus raíces, que cuanto más profundas mucho mejor. Os dejo otra frase, en este caso de Erich Fromn, psicólogo y humanista, y que es para pensar: «el peligro del pasado no es que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que se conviertan en robots».
Que a nosotros no nos ocurra esto, pensemos y actuemos por nosotros mismos, entre todos, con esa juventud ayudando a los mayores con tantos conocimientos como tienen a su alcance. Y los abuelos les inculquemos esos valores que llevamos a gala, de los que debemos sentirnos muy orgullosos, contémosles lo que fue nuestra vida, seguro que nos contestarán «¡no me ralles!» pero siempre será mejor eso a que les coja por sorpresa, y sin querer ser catastrofista, no está muy lejos, esto sólo acaba de empezar.
Bueno amigos al final de mis colaboraciones en Besana suelo dejar algunos versos. Estos son para reflexionar acerca de lo que tuvimos, lo que tenemos y lo que podemos volver a tener.
CAMINANDO YO RECUERDO
Hoy la memoria me encarga
recordar la historia amarga
y llena de sacrificios
cual animales de carga.
Nuestras vidas caminaban
con llanto del que lloraba
entre el adobe y la lumbre
y amores de los que amaban.
Cómo se pasa la vida
entre luces, sombras, dudas
con sus idas y venidas
hasta el cristal se madura.
En mi mente se acumulan
como innúmeras hormigas
los recuerdos que me acercan
a fríos, calor y espigas.
Qué vida más trabajada
poco placer ni dulzura,
nadie defendió el derecho
ni sueños de criaturas.
No quiero recordar vidas
por llenar tristes renglones,
con mi mano torpe y dura
se pueden plasmar recuerdos
como escultor su escultura.
En un abismo muy hondo
de tareas sin final,
mascando el polvo y la tierra
en la noche al descansar,
con la luna por almohada
por colchón un retamal.
Se quebrantaban los hombros
con el saco y el costal,
remontándolo al sobrado
por un mendrugo de pan.
Fríos, calores y espigas
caminando yo recuerdo,
ideales ya olvidados
deseos insatisfechos.
Aquel tiempo fecundo
a mí me dio cinco hermanos,
y mi sombra caminaba
con un niño de la mano,
hacía el papel de madre
con silencio mutilado.
Recuerdo aquel ciego sol,
el frío cortante y negro,
las tardes grises de otoño
lavando en los lavaderos
dejando en los restregones
mil sollozos y algún beso.
Me acuerdo de los temores,
mal entendido respeto,
me acuerdo de los tomentos
por el miedo, siempre miedo.
La adolescencia de muchos
pasó cruzando fronteras,
torres llenas de ilusiones
quedaron en nuestra tierra.
A saltos de tristes y alegres
por esta vida de paso
andamos mientras vivimos
caminando hacia el ocaso.
Caminando yo recuerdo
con voluntad placentera,
tejiendo algún galardón
de hilo, esparto o seda
que nos impondrá la vida
si ganamos la pelea.
Basi Cascón