Eran los años de la transición y el cine nos ofrece, a golpe de teta y de nalga, lo que durante tantos años sólo habíamos podido ver en alguna revista prohibida que nos llegaba del extranjero o en al intimidad de una alcoba, coche, cuarto o rincón oscuro que se pusiera a tiro.
La grandes producciones de películas del oeste, de romanos, y de amores castos y puros quedaban eclipsadas ante la avalancha de pezones, tetas, culos y montes varios que llenaban las pantallas de nuestros cines para regocijo y deleite de jóvenes- y no tan jóvenes- que veían en estas producciones como sus sueños eróticos se convertían en realidad contemplando esos esculturales, morbosos y hermosos cuerpos a un palmo de sus narices aunque fuese en película. Las filas de los mancos estaban más repletas que nunca, y ahora con más aliciente.
Esto puede parecer una exageración si lo comparamos con lo que vemos ahora a nuestro alrededor y que nos parece la cosa más natural del mundo, pero sólo lo podemos entender los que vivimos a tope aquella época.
Hoy, treinta y cinco años después nos ha dejado la mujer que encandiló a más de uno con sus encantos. El mito erótico de finales de los 70 se ha ido con apenas sesenta años y nos ha dejado con ese sabor agridulce que te dejan los buenos recuerdos y la cruda realidad de que el tiempo pasa para todos.
Mientras tanto el erotismo se ha convertido en pornografía y la pornografía como algo obsceno, se está adueñando de parte de nuestra vida, porque de obscenas se podían calificar muchas de las cosas que estamos pasando y viviendo en estos últimos tiempos y no me refiero sólo al ámbito sexual.
PBS