EL PASTOREO:
No vivimos en los tiempos de la Mesta, aquella poderosa organización medieval de ganaderos que alcanzó su máximo explendor cuando la oveja merina rentaba fuertes ingresos económicos por su fina y rizada lana. El derrumbamiento del mercado de la lana y el imparable empuje de los agrocultores en el cultivo de los antiguos pastizales supuso el declive difinitivo de una forma de vida pegada a la tierra y con la vista siempre puesta en el cielo. En muchos sitios se han perdido las huellas de las antiguas cañadas, por las que transitaban los rebaños conducidos por el manso, macho castrado y amaestrado por el pastor para guiar el rebaño, que con su zumbo o cencerro grande marcaba el rumbo del rebaño.
Las tareas del pastoreo entrañaban un lento y largo aprendizaje en la soledad del campo. Apoyado en su cayada y con la morrala al hombro, y acompañado de sus fieles perros careas y mastines, le esperaban al pastor toda suerte de inclemencias. Conocedor de cada una de sus ovejas, habrá de melar todo el rebaño marcándolo con la divisa untada en alquitrán. Tendrá que preparar también un pequeño aprisco para las ovejas, construido generalmente con cañizo, donde hara su veka nocturna con el perro mastín de presa o cachorro. Dormirá en las tierras, a no ser que llueva mucho o nieve. Un pequeño bardo en medio del campo le servirá de cobijo cuando arrecie el mal tiempo, protejido de la lluvia y el frío por una zamarra de piel de oveja y unos buenos franjones o pantalones de cuero. Y le tocará emigrar, durante la trashumancia, para trasladar los rebaños desde los pastizales de invierno hasta los espigaderos/agostaderos de verano.
Antes de que lleguen los calores del estío, cuando las ovejas bajan la cabeza y amorran, tendrá lugar la faena de esquileo o motila, en la que el pastor usará moreno o ceniza para curar las posibles heridas. Con la venta del vellón de cada oveja intentará amortizar algunos de sus gatos. En la temporada de celo, cuando las ovejas amorecen y los sementales pueden cubrirlas, controlará el ritmo de la procreación por medio del mandil o tela para impedir que los sementales la preñen. Al nacer los corderos tendrá que multiplizar su atención y trabajo velando por cada parida y nacido.
En la comarca de Las Villas, hasta hace relativamente pocos años, sólo existían las ovejas comuneras. Eran rebaños en los que la mayoría de los labaradores tenían sus ovejas. Cada uno se encargaba de llevar las suyas al Corral del Concejo o bien al aprisco/rede del campo, donde esperaba el pastor comunero para juntarlas y sacarlas a pastar/carear. Por la tarde las recogían sus amos y las llevaban a sus casas. En verano remataban la rede para abonar las tierras, quedándose el mejor postor con ella durante la semana.
Hoy, el rebaño tipo de esta ona está integrado por unas 500 0 600 ovejas de raza castellana o entrefina, manejadas por un pastor y varios perros. Su alimento habitual es el aprovechamiento de los rastrojos de cereales, patata, remolacha y prados comunales. Los piensos compuestos y la comida en casa se deja para los meses crudos del invierno.
EL HERRERO
La tradicional estampa castellan del herreo en la fragua, ceñido con la badana, una especie de mandilón de cuero, resulta cada vez más obsoleta. Como verdadero artesano especilizado en la forja, va ejecutando con proverbial paciencia la compleja gama de trabajos que comporta el forjado: caldeo, soldadura, modelado, tratamientos y acabado. Las cuatro paredes ennegrecidas por el humo pero iluminadas por viejos ventanales son testigos mudos de su maestría artesanal entre el fuego de la chimenea y el golpe a golpe sobre el yunque.
Tres son los elementos básicos en toda fragua, el fuego para calentar los materiales que se van a trabajar, el aire para mantener vivio el fuego y la pila de agua para templar o endurecer el hierro y el acero. El fuego, encendido con carbón de brezo o de piedra y avivado por el fuelle, es removido por el hurgón, mientras que con el espetón se va apartando el moco o la escoria.
Una vez preparado el material a la temperatura adecuada por el calor del fuego y la refrigeración del agua de la pila, el herrero va machando la pieza sobre el hierro acerado de la bigornia o sobre el machón macizo. Son muchos y muy variados los instrumentos que necesita para modelar y configurar cada ibjeto. El acotillo, el destajador y el mazo constituyen otras tantas variedades del martillo para doblegar la férrea y obstinada resistencia del metal. Los duros golpes secos de la tajadera o los martillazos con el cortafrío sirven para el cortado, cincelado o agujereado del material. En la obtención de las láminas son usadas las tenazas, alicates o cizallas. El acabado del modelado requerirá, inicialmente, diversos tipos de limas para configurar el objeto deseado.
Imposible reseñar todas las piezas que realizaba el herrero, como los aperos de labranza: rejas, arados, picos, azadones, podaderas, cultivadores, tornadores, norias, cinchas, arcabuces de noria…El modelado de los aros para las ruedas de los carros, en el que necesitaba también de la ayuda del carpintero, requería una especial habilidad. Entre los utensilios para el hogar estaban las tenazas, badiles, tijeras para el fuego, trébedes, calderas, sartenes, llaves, cerraduras, herrajes de puertasy ventanas, picaportes, verjas…Dedicaba también bastante tiempo al herraje del ganado. Todos estos trabajos era remunerados, como en el caso del médico, por medi ode igualas.
La fragua era el lugar de encuentro de los pocos hombres que durante el día permanecían en los pueblos. Allí pasaban sus ratos de ocio entretenidos en mil dimes y diretes que han sido objeto de muchos romances, charradas y cancioncillas en las que sale a relucir la figura del herrero. El buen humor de la picaresca popular pudo dejarnos de este modo pequeños retazos de su tradición oral.