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Que haya personas y familias que se ven privadas o con enormes dificultades de acceder a un derecho humano tan fundamental como la alimentación, considero que es absolutamente inadmisible. Y estas situaciones son lamentablemente ciertas entre nosotros y nosotras, con rostros concretos y miradas de dolor que parten el alma a todo buen nacido. Hemos visto durante muchos años esta dificultad de acceso a la comida diaria como en lugares lejanos; y hoy es una realidad en personas y familias vecinas.
Debemos sentirnos en la obligación de enfrentar el engaño y la tozudez de quienes nos hacen llegar desde las Instituciones públicas y privadas del Estado el aparente convencimiento de «que esta situación es irremediable o que es consecuencia de un esfuerzo que hay que hacer necesariamente».
No debe de importarnos el mayor o menor número de personas o de familias que sufren esta situación, y que, sobre todo, vemos en el medio urbano de los barrios. Hemos de potenciar un rechazo frontal a esta realidad; y como colectivos ciudadanos sentirnos con la responsabilidad solidaria y en justicia de intentar paliar estas escandalosas situaciones a la vez que tenemos fuerza para denunciarlas por una sola razón, porque son inhumanas y extremadamente injustas.
En los pueblos pequeños del medio rural, la mirada la dirigimos con indignación hacia quienes han decidido, desde fuera, que el mundo campesino que la agroindustria no controla para el mercado, no produzca alimentos, incluso que se subvencione por no producirlos, o se utilice la estrategia de «lo Bio» para generar energía que no necesitamos la gente, pero que sin embargo soportamos ante la hipocresía del negocio «sin rostro» que busca esta agroindustria.
Ante estas dos situaciones relacionadas con el derecho a la alimentación en lo rural y en lo urbano, la apuesta más justa está en buscar, apoyar y poner en práctica soluciones comunitarias. Abrir espacios comunitarios y compartidos entre las personas afectadas por estos problemas y aquellos ciudadanos y ciudadanas que sintamos la necesidad de implicarnos en la lucha contra esta injusticia; creo que será el camino adecuado para paliar y dar salida a unos problemas que nos avergüenzan el vivirlos, y no porque no haya recursos suficientes, sino porque son consecuencia de un sistema socio económico que demuestra cada día que no cree ni está dispuesto a posibilitar que vivamos en una sociedad de todos y de todas; que no quiere responder a situaciones tan fundamentales de los seres humanos.
Por el contrario, desde los grupos y colectivos que formamos, no debemos apoyar el reparto de alimentación desde los Bancos de alimentos, o desde mecanismos institucionales perversos; pues, creo que de esta manera no se cuida algo tan necesario en el desarrollo y dignidad de la vida de cada persona, como es la participación y la implicación en la manera de afrontar y solucionar problemas que nunca debieron darse. Es más, debemos denunciar lo que suponen estos Bancos y estos mecanismos, como instrumentos del propio sistema para intentar ocultar sus propias injusticias.
Como en tantos otros momentos, muchos movimientos y colectivos sociales, siempre hemos permanecido en tensión ante la realidad que nos empuja a la utopía y la puesta en práctica de iniciativas que nos vayan sirviendo en el camino del día a día como respuesta a la necesidad de cada persona.
La tensión de la utopía la mantenemos afrontando en justicia el derecho a la alimentación y otros derechos de todas las personas a través de la reivindicación de las Rentas Básicas universales.
Pero, a la vez que estamos apoyando y desarrollando, como están haciendo en muchos lugares otros colectivos, pequeñas iniciativas que abren nuevas relaciones entre el medio rural y el urbano en la búsqueda de poder conseguir el objetivo fundamental, los derechos humanos más elementales, y sobre todo, el derecho a la alimentación.
Artículo aparecido en Tribuna el 04-06-2013.
Emiliano de Tapia Pérez