Como yo era un torbellino y no veía el peligro en ningún sitio, solo en los hombres, pues las liaba como Amancio
Soy la repera, esta historia se la he contado a mi mujer; me dice tú querías a los animales y la digo ahora sí, más que a las personas porque son más fiables, pero de pequeño dejé mucho que desear.
Entonces no teníamos teléfonos, ordenadores, teles, ni whatsapp, ni thermomix, que mi prima Mari Carmen a veces me hace un arroz con leche que me chupo hasta el plato. He dejado caer el pañuelo prima, pero no lo cojas a pecho que si no me pongo más gordo que algún vecino y luego viene su cachondeillo. Que si mi marido está muy gordo y el tuyo mas, porque nuestras mujeres nos quieren tener en línea. Digo yo que de joven no engordaba porque no comía y eso que no me hacía daño nada y ahora que tienes para comer con estas cosas tan buenas que hace la thermomix me hincho y me pongo como Popeye.
Yo siempre he sido rebelde con causa y de joven hacia cosas de las que ahora me arrepiento, porque eran feas, pero el sistema nos las metió por el alma, cosas que no hacen ahora los niños por su educación, además son pocos en cada familia y se les controla mejor. Entonces éramos una manada de ocho para arriba, hasta catorce y quince.
Terminé a mis once años mi licenciatura en la universidad, yo ya me consideraba un mocito niño y me contratan para un labrador llamado Demetrio, su mujer Francisca y su hijo Francisco, que para mí es un hermano, estuve en esta casa tres años trabajando, menos en verano que iba a ganar la soldada, que un año gané 4000 pesetas, que bien les vinieron a mis padres que fue en el año 59, año de una gran cosecha, pero se estropeó la mitad por lo que llovió, ya que se nacía el trigo en los haces y las cosechadoras no lo podían limpiar. Fue un año duro para mi, así que como os decía me ajustaron para todo, porque tenían mucho ganado de todas clases.
Yo ya me estaba haciendo más sensible, pero seguía haciendo de las mías, así que llegué a esa casa y allí estaba de mozo Angel «Pajarila», el señor «Negrito», el señor Feliciano «El Sordo», que ya eran muy mayores, estaban para las huertas y viñas. Para este amo no trabajaban engarañados, y también un gran señor mayorcito que se llamaba «Canatas». Pues a este hombre un día le mandaron a la Calera, a arar una tierra con una pareja de bueyes para hacer labores con un braman, que debía de ser el padre de las vertederas, porque se metía más de medio metro, dejando una labor divina, que pobres bueyes , y el señor Canatas para mover aquella herramienta, así que llegamos al corte , hacía un día de perros, como está hoy, lo que pasa que estoy mejor porque estoy al brasero.
Empezamos a hacer la tarea, llegó mediodía y me dice el abuelete «vamos a comer y nos vamos para casa», porque estábamos arrecidos, al lado de los bueyes que echaban vaho del trabajo tan duro, pobrecitos parecía que te calentaban porque estábamos a la obrigada de ellos. Sacamos el fardel con la fiambrera y estaba todo helado, la tortilla seguro que no tenia clara porque no la echaban, el cacho de tocino amantecado, ¡madre, ni la navaja lo cortaba!, no pudimos comer. Esto fue cercano a las navidades, nos tapábamos con una manta mulera, que yo no sé como no nos arrecíamos porque carecíamos de todo. Se puso en pie el señor Canatas y me dijo» vamos para casa que esto no hay quien lo aguante», así que recogimos el hato que había poco y fuimos a echar el braman encima del yugo de los bueyes, porque él no podía solo, lo echamos y como pesaba tanto, se volteó y según llegó para que se asentara al yugo, en el intento le metió un formón por el ojo al animal. Pegó un brinco que por poco nos mata el buey, que dolor el pobrecillo, allí dejamos el aparato destartalado, porque no éramos capaces de echarlo, luego fue a buscarlo Ángel. Recuerdo que llegamos a casa y le riñó el amo, el pobre hombre bajó la cabeza relatando lo sucedido, entonces pensaba yo lo que me espera en este jodio mundo, porque las alegrías eran pocas, me dió mucha pena de aquel gran hombre. Pero tenías que trabajar hasta que eras muy mayor, ya que todavía no había jubilaciones.
Pero yo seguía a lo mío, en ese año el señor compra un caballo negro, árabe, precioso, que me dió muchos disgustos, y yo a él, no éramos compatibles, ilusionándome mucho porque siempre había montado en burro. Así que fuimos a buscarlo una tarde muy fría a Cordovilla, el amo y yo en un burro. Recuerdo que pagó al que se lo vendió, dije para mí, lo mismo me deja a mi montarlo hasta el pueblo. No fue así, yo montado en el burrito, porque el señor Demetrio ya era mayor, así que parecíamos Don Quijote y Sancho Panza, aunque yo de gordo nada, ¡ que porte tenía el jodio caballo !, además andaba al paso, que le costaría aprenderlo, pero conmigo se le olvido, ¡que sotabandas me metió!, no sé cómo no me mató.
Una vez se me desbocó, llegué al corral del dueño que estaba la puerta abierta, menos mal que me agaché, porque no era un caballo alto, si no allí me deja los sesos. Mi padre siempre me estaba riñendo, hijo algún día te mata el caballo y el dueño me decía ¿qué le pasa al caballo que cuando lo vas a montar sale como una bala?, porque me montaba agarrándome a la crin y así subía y yo le contestaba: le picará alguna mosca. Éramos unos niños y lo único que queríamos era correr. Y sucedió lo que tenía que suceder , y no quiero acordarme cuando se perdió, que si no aparece él, el que me muero soy yo, que estuve a punto.
Como yo era un torbellino y no veía el peligro en ningún sitio, solo en los hombres, pues las liaba como Amancio, ese año compró unos chotos para engorde y luego los vendía ( yo esa carne nunca la probé). Uno de ellos se tiraba como un demonio, ya tenía unos cuernos de treinta centímetros, que hacían pupa. Le iba a echar al cabronazo y se liaba a escarbar, me miraba muy mal, le dije » que mal nos vamos a llevar tu y yo». Como quería ser torero, va pasando el tiempo y los chotos estaban atados a una cadena al pesebre, así por las mañanas cuando le iba a echar que no me veían, hice una muleta con un palo y un saco, que corridas preparé en esa casa. Si la cadena tenía dos metros, con dos que se retiraba el novillo eran cuatro, así que tenía una señal puesta hasta donde llegaba, le citaba,¡ jé toro!, arrancaba como un relámpago y yo aguantaba como un tío, como me lo pasaba madre, pensaba el día que se rompa la cadena me «esciparra».
Con todo este cachondeo, el novillo cogió tortícolis, le estaba escojonando y no engordaba, así que un día me pregunta el dueño ¿qué le pasa a este novillo que no engorda y tiene como tortícolis? y le contesté eso me parecía a mí, se lo iba a decir, mentira. Así que un hermoso día estaba el novillo hasta los huevos, no le cogí la distancia al tío y me la preparó. Le voy a echar pienso y no me dejó envolverlo con la paja, que paliza me metió, creía que me mataba, si no es por un criado el que queda con tortícolis soy yo, me magulló, me dejó como una gallina cuando la despluman, así que se enteró el dueño y me la armó buena.
Pero no me asustaba porque lo que quería yo era que me echaran, para gamberrear con mis amigos y hacer pícias.
Seguí haciendo de las mías como todavía sigo y me dice el señor un día ¿qué pasa cuando entras en el corral que corren los patos y las gallinas huyendo de ti?, le dije no lo sé señor Demetrio, me tendrán manía como el novillo. Claro que me tenían manía, aquellos patos y gallinas tan hermosos con sus huevos de casi dos yemas, andaba yo casi entonces como el pobre Lute, pero puedo asegurar que nunca me llevé un avichucho de esos a mi casa y cuidado las palomas y pichones que tenían, en tres años solo me dió una vez un huevo la señora Francisca para que lo engüerara una paloma que tenía en casa, que luego salió un polluelo, que por poco mi madre se volvió loca del milagro de la paloma y la polla. Eso si nunca me faltó el pequeño jornal.
Un abrazo
ALFONSO «EL PINDOQUE»