Acabo de leer y te agradezco mucho S.P.P. el hermoso artículo que escribes acerca de nuestra amiga, casi madre, sacristana, campanera, camarera, capitana y todo lo que se diga es poco de esta aguerrida mujer con tierno y bravo corazón y amante como pocos de Villoria. Dedicar tanto tiempo a nuestra iglesia, a pesar de tener que atender una familia campesina, con todas las labores, urgencias, compromisos, alegrías y penas que conlleva y encontrar tiempo para «dejándolo todo», abrir las puertas del templo, floreado y limpio como patena, a la comunidad para celebrar sus bautizos, comuniones, confirmaciones, bodas y despedidas, merece todo nuestro reconocimiento. ¡Qué grande eres Conce y qué mérito tiene todo lo que has hecho. Y nunca cobraste un centavo por ello, a cambio no pocos disgustos, incluso con los mismos curas y conmigo en particular. ¡Perdóname¡ ¿Te acuerdas? Si grande era mi genio, el tuyo no le quedaba a la zaga. Pero qué pronto hacíamos las paces porque la iglesia, la comunidad, y el cariño, lo requería.
¡Qué recias mujeres ha dado Villoria¡ Y tú has sido uno de los mejores ejemplos.
No quiero dejarme a nadie, porque tendría que repasar a todo el pueblo y de cada casa saldría alguna persona muy cercana al templo y que se haya rozado, mejor acariciado, contigo. Por eso, y perdonadme, no quiero nombrar ninguno, pero estáis en mi mente y mi corazón agradecido. Siempre tuvimos un equipo de primera y de todas las edades. Ancianos que consumaron su vida al servicio de causas tan nobles como las misiones amazónicas, miembros de la Cofradía que estos días nos sonreían en el salón municipal, alcaldes y concejales que amaron y vivieron, y viven y aman a nuestro pueblo y nuestras gentes. Catequistas que transmitieron los valores del Evangelio de Jesús con delicadeza y esfuerzo. Teresianas. Quintos y Aguederas que nos alegraban el templo con sus vidas florecientes y fecundas y nos invitaban a sus bulliciosas fiestas. Caseras y caseros que nos ofrecieron, como tú, sus hogares a nuestra llegada. Aquel bonito coro de muchachas y muchachos jóvenes con buenos músicos e instrumentistas que cantaron misas campesinas, castellanas y hasta latinoamericanas que no solo invitaban a cantar, también a bailar y veía que tú Conce sonreías, aunque a veces torciste el morrillo. Ese hermoso plantel de mujeres con enorme sensibilidad para el adorno y la creatividad en el templo y en los locales donde unos a otros nos animábamos en común aprendizaje. Tú estabas en todo, como San Pedro eras guardiana de aquellas temibles llaves que parecían llamadas a abrir todas las puertas. Eso sí, nunca te ví en ninguna obra de teatro, pero, como tú misma decías, bastante teatro tenías con la iglesia que como decía Calderón, creo que el de la Barca, es el gran teatro del mundo. Y en este escenario, has sido intérprete insuperable.
Nunca faltaron las flores en nuestro templo mudéjar. Raro el hogar que no tenía alrededor de la casa o en el huerto, un cuadrito para flores con destino la mayoría para nuestras ceremonias en un completo calendario litúrgico y sobre todo las celebraciones de la vida en todas sus edades. Tú sabías pedir a cada uno una flor y con ellas forjabas el mejor ramillete.
Qué buena central telefónica teníamos contigo. Cualquier acontecimiento lo sintonizabas y transmitías sin demora: primero a pié, luego a voces y a veces con regaño si no cumplíamos con la prontitud y generosidad con que tú lo hacías.
Creo que para alguno de estos años venideros, se debiera preparar en Villoria un Belén que, sin desplazar a las divinas y tradicionales figuras, todas ellas tuvieran los rostros de estos personajes que han adorado como nadie al Hijo de Dios y a toda su familia y corte celestial, en nuestra villa. A ti Conce, creo te corresponde estar bien cerca de la puerta del pesebre o como ángel de la guarda del mismo, aunque sé que camuflarás tus alas.
Tenemos muchas anécdotas que contar, pero no tengo tiempo ahora porque me urge el agradecer a Sátur su artículo y a ti tan ingente y hermosa labor. Algún dia lo haré con más detenimiento. Solo una. Recuerdas cuando recuperamos el local adosado a la iglesia que nos vino de perlas para celebrar con más calor y recogimiento las misas invernales y que teníamos por sagrario la caja fuerte. En una ocasión diste alguna vuelta a la rosca muescada de números y rayas y el Santísimo quedó prisionero en ese peculiar sagrario. Recuerda que gritamos los dos, pero a ambos el Santísimo nos apaciguó cuando, otro día, enredando y girando la singular piececita, como al conjuro de Alí Babá, la puertecita se abrió y pudimos rescatar el Divino Sacramento, ya un poco rancio. Pero no tardamos mucho, tú dices que yo, yo digo que tú, en que giramos de nuevo la manecita y hasta el día de hoy, Jesús permanece encerrado; pero como es Espíritu siempre libre, sabe que todos en Villoria le tenemos reservado en el sagrario de nuestro corazón. Sobre todo en el tuyo.
Ahora Conce, que tendrás más tiempo y menos prisa, date una vueltecita de vez en cuando ante ese sagrario, como sé que lo seguirás haciendo a diario ante el del templo, y mueve un poco la manija del otro, si logras abrirlo, déjalo así y ahí meteremos algún día todos nuestros recuerdos de nuestra común estancia en esa bendita y hermosa como ninguna villa de Villoria. Luego la giraremos para que solo Dios la abra cuando quiera.
A propósito: ¿quién te sustituye? Espero que el padre Luis no tenga que sacar la plaza a concurso.