EL CHOCOLATE DEL LORO


Hablar de chocolates y de loros en los tiempos que vivimos requiere, cuando menos, una pequeña introducción sobre el significado con el que queremos utilizar estas dos palabras tan conocidas y utilizadas en nuestro vocabulario habitual.

El chocolate al que nos referiremos es el de siempre, ese que antes se compraba en formato de una libra o media libra en la tienda del señor Juanito o de la señora Benera o, concretando más, ese que ahora nos tomamos con una buena ración de churros, y que de unos años para acá forma parte de los rituales de nuestras queridas fiestas de septiembre. En cuanto al loro, ni que decir tiene que nos referimos a ese ave siempre exótica, a veces simpática y otras indiscreta y parladora.

Una vez puestos en antecedentes, diremos que chocolate y loro, sin tener nada en común, se han puesto muy de moda últimamente cuando de hablar de economía se trata. Quién no ha oído decir alguna vez «esto es el chocolate del loro». Y ¿Qué puñetas es eso del chocolate del loro?. Seguramente que muchos ya lo sabréis, pero siempre hay alguien a quien le importa un pimiento el chocolate, el loro y su bendita madre y que cuando oye esto se queda igual o peor que con la explicación del finiquito de Bárcenas.

Para estos despistados aclararemos que este dicho se utiliza-casi siempre en referencias a economías domésticas-cuando, para ahorrar, alguien prescinde de gastos mínimos dejando que los grandes gastos sigan su curso. Por ejemplo, si usted se ducha con 11 litros por ahorrar agua y luego resulta que se gasta 10000 para llenar su piscina o regar su jardín, pues aquello que se ahorra en su aseo personal es lo que se llamaría el chocolate del loro, vamos que es como el que se echa sacarina en el café para no engordar y luego se pone hasta el culo de dulces y de grasas saturadas que ahora están tan de moda.

En estos tiempos difíciles y duros que nos ha tocado vivir, y en los que hemos pasado del todo a casi nada, a nuestros ínclitos dirigentes les ha tocado la ardua tarea de decidir cuales eran los gastos prescindibles y los que no, es decir, tenían que elegir que loro y que chocolate no tocaban y donde metían la tijera para que nadie dijera que eran malos administradores.

Y a fe que no han sido tontos porque los loros y los chocolates que no han tocado son los que estaban directa o indirectamente cercanos a su economía, y a las pruebas nos remitimos. Recortar lo sueldos de sus señorías, quitarse privilegios, eliminar duplicidades en cargos, dejar de viajar en primera clase, disminuir la cantidad de coches oficiales, suprimir absurdas embajadas, cerrar de un plumazo empresas estatales deficitarias, mandar a hacer gárgaras a los que viven instalados en la mamandurria, reducir el número de políticos que viven de la política y no para la política, meter en cintura a banqueros y grandes fortunas… Todo esto y muchas cosas más que se pueden añadir, para ellos era y es el chocolate del loro, por tanto, como buenos gestores que son, no lo han tocado y si lo han hecho, ha sido de cara la galería o para guardar las apariencias.

Seguro que nos tacharán de demagogos si ahora decimos que con esos chocolates no es que se hubiera matado mucha hambre, sino que se hubiera evitado su aparición. Pues eso, somos unos demagogos.

T.P.

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