Hablar de chocolates y de loros en los tiempos que vivimos requiere, cuando menos, una pequeña introducción sobre el significado con el que queremos utilizar estas dos palabras tan conocidas y utilizadas en nuestro vocabulario habitual.
Una vez puestos en antecedentes, diremos que chocolate y loro, sin tener nada en común, se han puesto muy de moda últimamente cuando de hablar de economía se trata. Quién no ha oído decir alguna vez «esto es el chocolate del loro». Y ¿Qué puñetas es eso del chocolate del loro?. Seguramente que muchos ya lo sabréis, pero siempre hay alguien a quien le importa un pimiento el chocolate, el loro y su bendita madre y que cuando oye esto se queda igual o peor que con la explicación del finiquito de Bárcenas.
Para estos despistados aclararemos que este dicho se utiliza-casi siempre en referencias a economías domésticas-cuando, para ahorrar, alguien prescinde de gastos mínimos dejando que los grandes gastos sigan su curso. Por ejemplo, si usted se ducha con 11 litros por ahorrar agua y luego resulta que se gasta 10000 para llenar su piscina o regar su jardín, pues aquello que se ahorra en su aseo personal es lo que se llamaría el chocolate del loro, vamos que es como el que se echa sacarina en el café para no engordar y luego se pone hasta el culo de dulces y de grasas saturadas que ahora están tan de moda.
En estos tiempos difíciles y duros que nos ha tocado vivir, y en los que hemos pasado del todo a casi nada, a nuestros ínclitos dirigentes les ha tocado la ardua tarea de decidir cuales eran los gastos prescindibles y los que no, es decir, tenían que elegir que loro y que chocolate no tocaban y donde metían la tijera para que nadie dijera que eran malos administradores.
Seguro que nos tacharán de demagogos si ahora decimos que con esos chocolates no es que se hubiera matado mucha hambre, sino que se hubiera evitado su aparición. Pues eso, somos unos demagogos.
T.P.