A mí entonces me daban buenos revolcones en las plazas
Cuando yo era pequeño e iba teniendo uso de razón recuerdo que cuando se moría una persona aquello era todo dolor, según los años que tuviera la persona. No se abrían ni las persianas para airear la casa, las puertas estaban cerradas a cal y canto, los familiares se ponían la corbata negra y el brazalete, a mí me imponían porque casi ni se reían, aquello era un mutismo tan grande que me costó entenderlo. Luego las mujeres y mocitas con su pañuelo negro en la cabeza y su ropa, no quiero exagerar, pero lo mismo se tiraban cuatro años de luto, así que si eran jóvenes, su juventud la pasaban de negro, aunque el muerto tal vez les hubiera dado mala vida y estaban esperando a que se muriera, pero había que acatar las reglas, aunque no lo sintieran.
Este primo tenía mucha fuerza, no puede ser más que levantaba la bigornia de la fragua a pulso, que pesaba ochenta o noventa kilos, donde se aguzaban las rejas de los labradores y le gustaban mucho los toros, como a mí, así que un día eran las fiestas de un pueblo, no sé si del Villar o del Campo, soltaron una vaquilla y me contaron que le dio una panadera en el medio de la plaza que quedó trillado. Así que a los dos meses cayó enfermo, se murió el día de la víspera de la fiesta de nuestro pueblo, el siete de septiembre. Aquello impactó mucho, era joven con un valor increíble. Según dicen murió del corazón, yo no lo sé. Pues bueno, aquello era todo dolor y lágrimas. Esos días estando el cuerpo presente solo se consentía llorar y llorar, de fiesta nada de nada, yo no estaba dispuesto a aceptar lo que me imponían mis padres y con veinticinco pesetas que me daban, a ver como las iba a guardar con el baile que había donde Simón y los toros donde Mundo. Le velaría un rato y ya, así que ese día que estaba de cuerpo presente, me fuí a los toros con mi primo Peraca poniéndome una bufanda para que no me reconocieran. Si es vedad que no me tiré a la plaza, porque si no habría sido parda y por la noche me fuí al baile y bailé alguna pieza. Yo no estaba preparado para el luto, aunque me acordaba mucho de él.
Así que se enteraron mis padres y vaya timbiramba que se armó, no me dejaron salir más en toda la fiesta, diciendo ¡ te podía haber pasado a ti por no tener cabeza!, porque a mi entonces me daban buenos revolcones en las plazas, pero no estaba preparado para morirme. Yo quería divertirme, era demasiado joven para entender estas desgracias.
A este hombre le lloraron sus allegados, era un poco mayor, pero los hijos a los cuatro días ya andaban por ahí de parranda. Si no sentían otra cosa, pues bien que hicieron. La mujer se puso de negro y según iban pasando los años alguna florecilla, no era el luto riguroso y luego con un vestido morado con un cordón largo, duró quince años, así murió la pobre mujer sin salir a ningún sitio. Era muy buena la señora, pero lo que más me extrañó que él no es que fuera malo, pero no se portó muy bien con ella. Aquellas mujeres querían y temían a aquellos hombres, hasta que se morían. Anda que no cambia con lo que tenemos ahora.
Bueno va corriendo la vida, se mueren amigos y familiares, lo sientes de corazón, pero aquellas triquiñuelas ya no se usan, estás un rato en el velatorio acompañando a los dolientes y allegados, si es mayor salen muchas anécdotas, porque se habla mucho. Para mi es una pantomima muchas veces, porque ya no hay remedio. Si es joven ya cambia, no tienes ganas ni de hablar porque todo es dolor, aunque entiendo que lo que no has hecho en vida de muerto sobra. Lo que intento es recordarles y rezarles un padre nuestro.
En vida se hizo todo lo que se pudo, si es verdad que me acuerdo mucho de ella, por las pícias que la hice, que me las perdonó todas. Va pasando el tiempo, se me mueren familiares y amigos, pero como esta vida sigue su curso yo digo lo que decía un señor mayor amigo mío, a aquel hombre no le gustaba ir a los entierros y le preguntaban ¿ porqué no vas? y contestaba, ellos ya tampoco van a ir al mío. Así que yo lo único que intento, porque ahora no es como antes, por lo menos que no me olviden y si van alguna vez a la tumba no quiero que preparen un sainete, con su presencia me vale, solo os pido que me recordéis porque siempre he intentado ser esposo y mejor padre.
Un abrazo.
ALFONSO PRIETO «EL PINDOQUE»