Quintín García, ganador del XXI Certamen Nacional de Poesía de Peñaranda.
Quintín García, ganador del XXXI Certamen Nacional de Poesía de Peñaranda
Hace tiempo que su maltrecha garganta le impide comunicarse como el quisiera, pero, a cambio, cada día se muestra más activo en su faceta de escritor dejándonos muestra de su buen hacer literario a través de artículos, libros y poesías. Incansable en esta labor, una vez más ha visto reconocido su esfuerzo y dedicación con otro premio para añadir a su ya larga colección. Esta vez ha sido galardonado con el primer premio del XXI Certamen Nacional de Poesía de Peñaranda compartido, en esta ocasión, con el poeta Juan Carlos Rodríguez Burdalo.El poema presentado por Quintín lleva por título Noche de laberínticos vuelos de murciélagos. Poema laberíntico para los profanos en la materia, pero clara y perfectamente explicado por su autor en las palabras de su presentación. En ellas Quintín habla sin tapujos de la realidad que nos rodea y aquí si, aquí le entendemos todos. Merece la pena su lectura. Enhorabuena por este nuevo premio.
noche de laberínticos
vuelos de murciélagos
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.
La poesía
OCTAVIO PAZ
1
¿De dónde cuelgo yo mis ojos vulnerados, estas casas vacías
que me habitan, el frío invierno de mis huesos y silencios? ¿De dónde
la herida soledumbre de mis noches siguiendo y siguiendo, una
hora tras otra, este laberíntico vuelo de murciélagos, el sordo
reptar de las serpientes? ¿Acaso de estos brazos ya muñones y baldíos?
¿Del quicio de mi puerta removido por tantas tormentas y derrotas?
¿O de las diademas y tiaras que adornan las cabezas de los dioses al uso?
2
Colgaré -me dije- esta historia mía de hombre, desolada, de los hombros
patronales de tronos, dominaciones y potestades ( la Bestia, la Gran
Ballena Blanca, las Torres de Babel –torres KIO, torres Petronas, torres
Gemelas redivivas-, la Gloria de Bernini hipostasiada, el Mercado, las Patrias
que me susurran paraísos a la carta: nuestros vigías salvarán tu nave.
O de la bífida lengua de la serpiente, siempre enhiesta y en ascuas,
siempre viva, que me ofrece en sus escaparates flambeados refulgentes
frutas prohibidas, adagios de violines de marfil, mientras subo la senda.
Quizás te convenga colgarla –insistí- de los dulces augures (diosecillos
virtuales, el Gran Hermano catódico e icónico, la Wikipedia…), tan solícitos,
que te gritan desde el ágora: siempre que llueve escampa y ya verás
cómo mañana sale el sol.
3
Pero siguió lloviendo tanto, tanto, que cuando por fin escampaba
estaba ya calado hasta los huesos, a puntito de ahogarme, la cara
entumecida, amarga de cenizas la lengua y los andares, derrotado
(Laoconte dolido de serpientes). Y además había siempre alguien
que robaba el sol por muchos días y soltaba de la madriguera
del Averno a los cuatro jinetes –rojo, negro, verdeamarillo y blanco-
de El Apocalipsis aprovechando sin duda la complicidad obscena
y bastarda de la noche: mi boca solo acertaba a imitar, torpe,
en sorda bocina, el grito de El Grito de Munch: la ceguera
y el frío se me hicieron persistentes.
(En fin, tampoco allí había percha
donde asir mis soledades y cobijar estos ojos heridos de zozobras,
menesterosos de luz y paraísos: Creció mi sed)
4
Así que prescindí de los dulces augures, tan solícitos, y de los cantos
de sirena del Becerro de Oro y de los buitres –el Ángel Exterminador,
el filicida dios Cronos y sus devastaciones, la Gran Crisis deicida, Wall
Street- que día y noche me asaltaban con sus altavoces desde los altos,
turbadores cascabeles de La Farsa. Ya puestos me atreví incluso
a prescindir de mis castillos en el aire, tan carne de mi carne
aunque sin carne y huesos, fantasmas áureos que me han acompañado
desde la larga orilla de la infancia. Me quedé desnudo.
(Alguien
me había borrado, inmisericorde, del número
de los 144.000 salvados, escritos en el Libro)
5
Hasta de mis lamentaciones prescindí, a veces tan convincentes.
Y una vez purificado del exangüe fulgor de los líquenes
adheridos a mis pies, me puse, como Sísifo, a subir por mi cuenta la piedra
acodada a los ijares. Me puse a aprender que nunca se hace cumbre
sino con la muerte; que detrás de una cima viene otra, y otra, y otra; que
la piedra se cae; que la vida es sólo tener las manos llenas de tejer
día a día la choza de espadañas, la choza, ay, donde guarecernos
de la lluvia, la que hemos de dejar en herencia a los vientos
y a los hijos.
Aprender
que sólo nos corresponde un trocito de sol. Y de tierra –la justa
para asentar los pies-. Y de fuego.
Y saber que es bastante. Por lo menos
hasta la partida final contra la muerte. (Solo nos examinarán
del dolor de las manos)
6
Desde entonces he perdido esa obsesión por encontrar perchas ajenas
donde colgar mi ropa y mi condena. O quizás me he acostumbrado
a que sólo es posible esperanzarse en la sola andadura de mis pies. ¡Miento!:
hay calor y luz en las manos tendidas de cuantos menesterosos
arroja La Bestia contra los acantilados. Y de los ciegos y mudos
a los que el miedo arrancó los ojos y la boca y claman señales
para ascender la senda. Con ellos subiré la piedra. Y tejeré
la choza de espadañas. Con ellos beberé del fuego y de la miel
que logremos robar a los salteadores. De ellos seré testigo, enmudecido
centinela en esta larga noche de huerto de los olivos, antihéroe
melancólico alimentado de las brumas inocentes de la Arcadia
o del núbil asteroide de El Principito.
7
De ahora en adelante me pasaré las noches vigilando la oculta
andadura del sol, tan lenta, tan oscura, por esos mundos ignotos
que le ocultan hasta su exacta cita con el alba. No vaya a ser
que algún día alguien vuelva a robar el sol –tronos, dominaciones,
el Hongo nuclear, los Agujeros Negros, el Lehman Brothers-
y no haya luz con que lavarme y renacer, prístino, al flujo
verdadero de las cosas.
Ni fuego en los abrazos de los náufragos
con que consolar esta carne dolida y fría, esta historia de hombre
tan crecida de soledumbres y de laberínticos
vuelos de murciélago.
Quintín García
Palabras de QUINTÍN GARCÍA en la presentación del poema Noche de laberínticos vuelos de muerciélago, primer premio ex aequo del XXI PREMIO DE POESÍA HERMANDAD DE COFRADÍAS DE PEÑARANDA DE BRACAMOENTE (tema obligado: «laberintos de la soledad». Ceremonia de entrega de premios. Peñaranda de Bracamonte. 5 de Abril del 2014
Para mí se ha hecho ya costumbre obligada el escribir uno o dos poemas para el premio de poesía que organizáis desde la Hermandad de Cofradías de Peñaranda. Y he de confesar con agradecimiento que pienso que yo me aficioné en serio a la creación poética por culpa de este premio. Al principio por aquello de colaborar y apoyar una actividad cultural de la comarca en la que vivía, precisamente porque entonces yo dedicaba mucho tiempo como organizador a actividades socioculturales en la zona próxima de Las Villas. Luego porque todos los años me he sentido urgido y provocado por el fulgor humanista de los temas que el concurso ha ido proponiendo. Así que en gran parte mi vocación poética, ya tardía, cuando tuve que ir virando el foco de mis actividades por unas razones o por otras, os corresponde a vosotros. Gracias.
Mi agradecimiento también al jurado, uno por uno, a los que he leído y escuchado desde hace años en libros y recitales. Y de los que conozco su alta dignidad poética. Como la de mis compañeros de premios, a los que felicito. En la parafernalia de los concursos los poemas compiten. En el reino de la poesía no compiten, se yuxtaponen los unos junto a los otros. Os los escucharé y leeré con mucho gusto.
Una palabra sobre mi poema por si sirve de guía para quienes no estáis acostumbrados al lenguaje de imágenes, símbolos y metáforas de la poesía. La soledad es una realidad humana con muchas caras. La padecemos o la gozamos de mil maneras. Yo en este poema he querido pintar un paisaje de experiencias de soledad entendida como desamparo, como impotencia del ser humano ante un montón de cosas que se le imponen: por ejemplo la enfermedad, el dolor físico y moral, la muerte dolorosa de otros o la propia, las angustias mil, los miedos y zozobras que sufrimos por unas cosas o por otras, cuando niños por niños y cuando mayores por mayores; los desencantos y decepciones personales, sociales, políticos, religiosos; la oscuridad de las respuestas ante los eternos interrogantes que nos asaltan y devoran. Hoy, además, en esta humanidad nuestra, está la soledad como situación continuada de abandono y desamparo de millones y millones de personas arrojadas a la miseria por los mecanismos económicos impuestos: esa imagen terrible en la televisión de ayer de seres humanos colgados como pingajos (crucificados como actuales Cristos en el Gólgota) de unas vallas asesinas que separan la parte privilegiada de la humanidad de los otras tres cuartas partes sumidas en la geografía del hambre. Pasan los años, los siglos, las instituciones y reuniones internacionales, los políticos de unos y otros signos, vienen y van unas y otras doctrinas filosóficas, económicas y sociales, unas y otras doctrinas y grandes maquinarias religiosas; llegan más y más avances científicos y tecnológicos, y sin embargo no se solucionan estos dramas humanos. Y aún en nuestro primer mundo, en las clases populares a las que pertenezco, la soledad, el desamparo y las angustias que siente, por poner un ejemplo simbólico, ese chaval de treinta años con dos hijos, al que se le niega durante tiempo y tiempo el trabajo como ocupación y forma de dignificar su vida, al que se le niega el salario y otros tantos derechos sociales. ¿A quién acudir, de quien esperar algo, si ya le han dado con tantas puertas en el rostro? ¿A las élites y castas económicas, políticas, sociales, religiosas, que hablan y hablan, que defienden y aumentan sus privilegios sin vergüenza ninguna por las injustas desigualdades que ellos mismos provocan y los métodos de abuso de poder y corrupción flagrante tantas veces empleados?
Estas son algunas de las noches oscuras, de la Bestia y las Torres de Babel bíblicas, de los laberintos y encrucijadas, de los asquerosos y repugnantes murciélagos de los que habla mi poema. Estas son algunas de mis soledades y desamparos; y las soledades, angustias y desamparos de muchos de los seres humanos que me rodean y a los que miro con ojos de misericordia. Y en cuyo nombre hablo en el poema. Con mucha rabia, con mucha desolación e impotencia, atemperadas con las formas en apariencia de terciopelo de las formas poéticas. Nos queda el consuelo de acompañarnos unos a otros, de vigilar y luchar juntos para que no nos roben otros la felicidad posible (el sol), concluye el poema; de lavar con vino las heridas de los que son desvalijados en los caminos, como en la parábola evangélica de El Buen Samaritano. Nos queda la solidaridad practicada frente a las adversidades y limitaciones de nuestra propia naturaleza, como en la novela La Peste de Albert Camus, también de reciente centenario como Octavio Paz, al que se honra y recuerda este año con el lema del concurso: «Los laberintos de la soledad».
En fin, el poema tiene muchas más cosas, claro. Pero me he alargado. Las escuchamos.
Quintín García