LA HUELLA QUE SOMOS III PARTE
Parece un momento propicio para continuar «refrescando» la memoria de lo que fué una gran obra recopilatoria de la cultura y etnografia de nuestra zona: «La Huella que Somos»
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Hoy hablaremos del calendario agricola y festivo: Para el agricultor, el ciclo natural del año se abría y cerraba con el otoño. Era la estación en que se hacia la sementera temprana de las lentejas, algarrobas, centeno, trigo y cebada y en la que se recogían los últimos frutos de la cosecha con la vendimia. Decían los antiguos que las espigas que tenían una carrera más si se sembraba el trigo el día de Santa Teresa y la cebada en la semana de las ánimas. La vendimia tenía lugar en torno a San Miguel, a finales de septiembre.
Las lluvias y heladas del invierno paralizaban casi por completo las labores del campo. Los labradores salían a los montes de alrededor para acarrear leña o recoger retamas y gamarzas. No sólo para calentar el hogar y defenderse del crudo invierno, sino también para alimentar el horno del panadero, donde llevaban el pan amasado en las casas. Era también la época oportuna para preparar convenientemente las herramientas que se utilizaban durante el año.
Para el hombre del campo plenamente identificado con su trabajo, sabía también disfrutar de la vida. Acabada la vendimia, con las bromas juveniles de los populares lagarejos, comenzaban a preparar en casi todos los pueblos a finales del otoño y durante el invierno obras de teatro para ponerlas más tarde en escena en fechas o fiestas principales. La cultura popular era eminentemente comunitaria. Igual que la lumbre de la chimenea de campana acurrucaba en las noches frías a todos los miembros de la familia, así también el escenario convocaba a todo el vecindario para disfrutar de unos momentos colectivos inolvidables.
La obligación de la misa dominical al son de las campanas facilitaba de forma habitual el encuentro posterior de todos. Más allá de su sentido religioso, constituía sin duda el acto social más relevante de la semana. Junto a esta cita semanal, el agricultor esparcía también su calendario de fiestas, especialmente en el invierno, para acompasar el trabajo con el tiempo libre y expresar así su cultura y sentido de la vida su demasaidas líneas fronterizas entre lo profano y lo religioso. El calendario agrícola y festivo maracaba de este modo el ritmo cotidiano y manifestaba el sentir de sus gentes. Era como una liturgia o escenificación premanente en la que iba mostrando gradualmente los repliegues y matices más íntimos de su alma popular.