Éramos jóvenes llenos de vida y no pensamos en las consecuencias
Esta historia aunque sea repetida es como un buen libro o el que reza padrenuestros, muchas veces alimenta y les cuento. Hay gente que ya la ha oído o leído, pero está a medias, a mí me impactó porque en ella hay mucha vida con alegrías y tristezas. Es verdad que cuando he sido joven no se me ha puesto nada por delante, que me podría haber salido caro, pero mi vida ha sido forjada a golpe de martillo.
En el año 1973 íbamos saliendo de muchas penalidades y se veía el mundo con alegría e ilusión, yo siempre he sido fiel al Cristo de cabrera, todos los años vamos la familia a hacerle una visita y le pido salud. Por entonces, vinimos de Bilbao, que era donde estaba trabajando, a pasar 15 días al pueblo y fuimos a hacerle una visita. Mi hermana Pepa es muy devota de este Cristo, y yo creo que de todos, estábamos allí en la romería debajo de una encina viendo a los peregrinos que llegaban, y no sé como salió de uno o de otro que dijimos, para el próximo año venimos los dos andando, vi a un chico con unas ampollas en los pies que no sabía de dónde vendría y le dije a mi hermana si te atreves venimos y yo descalzo, como mi hermana y yo hemos sido como dos amantes, no hizo falta más.
Éramos jóvenes llenos de vida y no pensamos en las consecuencias, mi mujer (estábamos recién casados y todavía no me conocía) me preguntó , ¿sabéis lo que vais a hacer? Pero como no me conocía porque entonces estábamos vírgenes, lo dio por bueno, aun sabiendo que yo estaba muy tocado con las depresiones. Mi madre no lo vio bien, así que el día 16 de junio de 1973 a las cuatro de la mañana salimos de Bilbao para Salamanca, llegamos tan contentos, comí, me eché la siesta y a las seis de la tarde con un cacho fardel y una botella de agua empezamos la aventura, creíamos que íbamos a una romería, sin sombrero que calentaba un rato, sin un triste palo y encima yo descalzo.
Al salir de Villoria en la gasolinera estaba mi amigo Fernando trabajando y le contamos lo que queríamos hacer y nos llamo locos con cariño. Me parece que por donde fuimos nosotros había 60 kilómetros, a los dos kilómetros se preparo un nublao que nos caló toditos, pero pasaba por allí mi primo Félix, el pescadero, y nos llevo hasta encinas, allí nos quedamos a dormir en casa de mis padrinos Isabel y Serafín, les contamos la historia, y nos dijeron que os salga bien.
Cenamos y a las cinco de la mañana cogimos el pendingue y a andar. Era una mañana hermosa, fuimos por la carretera general porque había poca circulación, contemplando la belleza de nuestra querida Salamanca que parecía que nos quería engullir con aquel sol que estaba saliendo, dando vida a las fachadas y sus catedrales. Llegamos a ella y un poco más adelante nos paramos a comer un cacho porque el día se avecinaba con mucho calor, yo me iba dando cuenta de que habíamos salido casi sin protección y nos podía pasar factura. Ya llevábamos veintitantos kilómetros y mis pies se iban calentando demasiado, pero bueno íbamos contentos hablando de nuestras cosas, yo tenía a la mujer en estado y mi hermana tenía dos hijos por entonces, el trabajo nos iba bien, recordamos nuestras aventuras segando y a los toros que no se me iban de la cabeza.
Eran las doce, mi hermana es muy valiente, aunque veía que iba haciendo alguna mueca de la fatiga. Yo tenía la planta de los pies con unas borjas terribles, siempre he sido muy duro pero ya eran muchos kilómetros. Paramos a la sombra de una nave, que allí había una peara de ovejas, con sus perros grandotes, poniéndose a ladrarnos, yo diría que cansados por el calor que hacía. Descansamos como una hora y continuamos, mi hermana se asustó al ver las ampollas que llevaba y cuando ponía los pies en la carretera hacían agua, esparciéndose el liquido en la carretera. Pepa preocupada me puso una venda y un calcetín, en un kilometro andando sobre la brea ya estaban quemados, así que me salía de la brea e iba a la orilla. Se pegaban las chinas a las plantas de los pies, así que aquello era como un calvario, yo no le decía nada a mi hermana, demasiado tenía ella.
Recuerdo que se paró algún coche para llevarnos, pero yo no estaba dispuesto a tirar la toalla, el carnicero de Encinas, Miguel y su mujer, se asustaron y dijeron por favor dejarlo, lo único que les pedía yo era agua, porque no encontrábamos ni una jodía fuente.
Ya se divisaba el pueblo de las Veguillas con sus molinos de viento que parecían incansables de las vueltas que daban. Nos faltaban cuatro o cinco kilómetros para llegar, nos encontramos con un señor de por allí, le preguntamos que nos habían dicho que había un atajo que nos llevaría hasta la ermita y nos dijo que a unos quinientos metros salía un camino y nos acortaría tres kilómetros. Ya estábamos perdiendo la noción del tiempo y yo muy preocupado por mi hermana, porque llevaba las piernas muy hinchadas, así que a los diez minutos sale el maldito camino, lleno de cantos y piedras, que era de ganado. Por allí nos metimos, no se si no entendería, que seguro que fue así, madre pobres pies. Era ya casi al oscurecer y a unos doscientos metros divisamos tres bultos, blanco y pardo, mi hermana se asustó no siendo que fueran toros, pero yo no estaba dispuesto a dar marcha atrás, porque si me agachaba ya no sería capaz de levantarme, así que nos llevamos una sorpresa y alegría porque eran tres burros.
A cincuenta metros nos metimos en el caserío a una esquina de la vivienda pegando a la carretera, que raro que no hubiese algún perro, supuse que había un comedor donde centelleaban algunas luces y vimos el cielo abierto. Miré y por un ventanal divisé a una joven espigada de unos veinticinco años, y a un tío alto y seco de bastante edad. Llamé a la puerta y abrieron con mala leche, diciéndonos largo de aquí y yo exponiendo el problema, que nos dejara dormir en algún pajar, yo pagando lo que fuera. De malos modos nos decía no se les ocurra atravesar la dehesa que tenía alambradas, en eso tenía razón, aunque hoy la hubiese atravesado aunque me hubieran devorado los toros.
Ya iba haciendo un poco de frío, que yo creo que teníamos fiebre, a unos cien metros por la carretera se desplomó mi hermana, empezó a echar bilis que no sé cómo no se murió, allí se acabo la última estación, como a Jesús, yo me asuste mucho porque toda la culpa había sido mía. Se sentó en medio de la carretera y a esperar, a las cinco minutos vemos unas luces que se acercan, era un 4.L, baja un señor con su mujer y sus niños asustados al vernos, venían de la fiesta de las Veguillas, allí se produjo el milagro, era el administrador del señorito anterior, el marqués de Yen, le contamos la historia y se cabrearon mucho, donde estaba la humanidad de esta gente.
Montamos al coche y nos llevó al pueblo que quedarían como unos tres kilómetros, nos dejó en la plaza y mi hermana que es muy cumplida les dio doscientas pesetas para los niños. Eran las doce de la noche, vi un portalillo con una piedra para sentarse, para pasar la noche, como José y María, pero aquí no había ni buey, ni burro. Nos arrimamos los dos, pero era mucho el frío que teníamos y no es que estuviera mala noche, pero estábamos sin comer y beber. Me fui a un bar que había baile, a preguntar si nos daban cama, nos dijeron que no tenían habitaciones, mentira porque si las tenían.
Según iba hacia mi hermana vi a un ángel, una mujer, y le expliqué en la situación que nos encontrábamos, nos dijo a cien metros en la ladera hay un matrimonio que no tiene hijos y por las fiestas siempre acogen a gente así. Nos llevo hasta allí que nos vimos mal para subir, dimos las gracias y llamamos a la puerta, salió un matrimonio como de 70 años, Manuel y Guadalupe, se asustaron de cómo íbamos. La mujercita se puso a llorar diciendo que si llamaba a un médico, nosotros que no, que lo que queríamos era descansar, con ternura y amor nos lavaron los pies, los de mi hermana hinchadísimos y los míos desollados, que estaban pegados de chinas, con que cariño ella me las quitó, como si fuera una enfermera, diciéndonos ahora a cenar, nosotros solo queríamos descansar, nos preguntó si nos importaba dormir en la misma cama. Nunca hemos dormido tan bien mi hermana y yo, tenía el busto de Jesucristo en la cabecera de la cama, imponía respeto. Nos levantamos, nos puso el desayuno y nos despedimos de ella con un fuerte abrazo. Nos fuimos al Cristo de Cabrera en un autocar, cuando llegamos allí estaban mis padres, mi mujer y mi hermano Santos, que había jurado bandera en Matacán, el día antes le había dejado yo mi coche para irnos a buscar.
Mi madre se puso a llorar por como nos vio, le contamos la historia y me dieron un poco de caña. Pasamos el día muy bien y al siguiente a Bilbao, ya estaba nuevo aunque tenía una espina de no haber conseguido llegar hasta allí, pero como no me doy por vencido a los 63 años lo consigo con un amigo, pero en dos etapas, nos costó mucho porque hizo mucho calor, así que por ahí he quedado tranquilo, diciéndome el Cristo, Alfonso te ha costado.
Y como es de buen vecino ser agradecido, dejándonos una huella esa gran pareja que nos ayudó, pues al año siguiente que venía de vacaciones la visitaba ya con mi niño, y a los tres años siguientes que nos veníamos a vivir definitivamente al pueblo fuimos a verlos, pero ya no vivía el señor Manuel, acababa de morir, sintiéndolo mucho porque era muy buena gente, quedamos con la señora Guadalupe que ese verano iría a buscarla para pasar unos días en nuestra casa. Así sucedió, que feliz fue el tiempo que estuvo aquí, se salía por las mañanas con mi madre de paseo por las parcelas, cuidado lo que hablaban y se reían, no se me olvida que nos salvó la vida, para mí me parecía que teníamos dos madres, mis hijos las llamaban las abuelas, así que disfruté todo el tiempo que estuvo aquí, porque a mi hermana tampoco se le olvidó lo que hizo por nosotros, así que la tratamos todos como si fuera de la familia.
Como vivía sola, al año siguiente la fuimos a ver, había arreglado el baño y la cocina poniendo calefacción, estaba loca de contenta, me contó que tenía una sobrina en el barrio San José y que la quería llevar para allá con ella, pero temía porque en casa era la dueña, pero se quejaba de los inviernos tan crudos en el pueblo y ella sola.
Así que al año siguiente en una comunión de los niños de mi hermano Vale, ella vivía aún en el barrio San José, nos encontramos, se puso tan contenta y nos dijo que echaba mucho de menos su casa en el pueblo. Así que fueron pasando unos años y fuimos a verla a la casa del pueblo y no estaba, aquello me dio mala espina. Había dos casa adosadas al lado y en una vivía un matrimonio con dos niños que eran de allí, se acercó y nos conto que había muerto hacía poco, pero que había sido cuatro años muy feliz. Diciéndonos que ya no estaba con la sobrina, estuvo un tiempo, pero aquello no funcionaba y volvió al pueblo. Nos contó que el primer novio que tuvo la Sra. Guadalupe era de un pueblo de por allí, se había quedado viudo y un gran día estuvo el señor de excursión y la fue a ver, se pusieron los dos tan contentos hablando de su juventud, se fue el señor con los que había ido de excursión y perdió el autocar y la dijo que lo había perdido. La señora Guadalupe le dijo no te habrás perdido tú, y así sucedió, le mandó entrar diciéndole como entres no sales, porque no somos unos chiquillos para entrar y salir, aunque la crítica va a salir al día siguiente.
Allí se quedó con ella hasta que murió, me dijeron que habían sido muy felices, paseaban juntos todos los días, se fueron a Benidorm y muchos más viajes haciendo cosas que no habían hecho en su vida. Yo casi no me lo creía por sus creencias, era muy religiosa.
Pasaron tres o cuatro años muy intensos, pero un mal día se puso enferma porque estaba delicada del corazón y allí terminó el romance de dos personas que con pocos años disfrutaron mucho, diciendo el señor destrozado de dolor que si lo llega a saber no se hubiera juntado, porque ahora se quedaba solo y a estos años duele mucho el corazón.
Amiga:
Te deseo ahora que estás junto a tu otro amor entre molinos de viento, toros, encinas, muros, alambradas y hierba, donde los pájaros anidan en primavera, donde los grillos cantan aunque no los veas, pero es el mundo que tenemos, aunque estemos debajo tierra, con esa paz que digo yo que merece la pena, si no esto no sería justo con tantas desgracias y penas sin saber donde llegamos porque vives a oscuras, aunque las obras buenas se crean desde que naces, pero te agarras a ellas con constancia, ilusión y sin penas, porque has hecho lo que tenías que hacer, tendiendo la mano a todos los que te lo pedimos, porque con tus años y fe ciega en Jesús supiste dar paz y amor a todos los que tuvimos la suerte de conocerte.
Tus amigos que nunca te olvidaran.
ALFONSO «EL PINDOQUE»