Éramos jóvenes llenos de vida y no pensamos en las consecuencias
Esta historia aunque sea repetida es como un buen libro o el que reza padrenuestros, muchas veces alimenta y les cuento. Hay gente que ya la ha oído o leído, pero está a medias, a mí me impactó porque en ella hay mucha vida con alegrías y tristezas. Es verdad que cuando he sido joven no se me ha puesto nada por delante, que me podría haber salido caro, pero mi vida ha sido forjada a golpe de martillo.
Éramos jóvenes llenos de vida y no pensamos en las consecuencias, mi mujer (estábamos recién casados y todavía no me conocía) me preguntó , ¿sabéis lo que vais a hacer? Pero como no me conocía porque entonces estábamos vírgenes, lo dio por bueno, aun sabiendo que yo estaba muy tocado con las depresiones. Mi madre no lo vio bien, así que el día 16 de junio de 1973 a las cuatro de la mañana salimos de Bilbao para Salamanca, llegamos tan contentos, comí, me eché la siesta y a las seis de la tarde con un cacho fardel y una botella de agua empezamos la aventura, creíamos que íbamos a una romería, sin sombrero que calentaba un rato, sin un triste palo y encima yo descalzo.
Cenamos y a las cinco de la mañana cogimos el pendingue y a andar. Era una mañana hermosa, fuimos por la carretera general porque había poca circulación, contemplando la belleza de nuestra querida Salamanca que parecía que nos quería engullir con aquel sol que estaba saliendo, dando vida a las fachadas y sus catedrales. Llegamos a ella y un poco más adelante nos paramos a comer un cacho porque el día se avecinaba con mucho calor, yo me iba dando cuenta de que habíamos salido casi sin protección y nos podía pasar factura. Ya llevábamos veintitantos kilómetros y mis pies se iban calentando demasiado, pero bueno íbamos contentos hablando de nuestras cosas, yo tenía a la mujer en estado y mi hermana tenía dos hijos por entonces, el trabajo nos iba bien, recordamos nuestras aventuras segando y a los toros que no se me iban de la cabeza.
Eran las doce, mi hermana es muy valiente, aunque veía que iba haciendo alguna mueca de la fatiga. Yo tenía la planta de los pies con unas borjas terribles, siempre he sido muy duro pero ya eran muchos kilómetros. Paramos a la sombra de una nave, que allí había una peara de ovejas, con sus perros grandotes, poniéndose a ladrarnos, yo diría que cansados por el calor que hacía. Descansamos como una hora y continuamos, mi hermana se asustó al ver las ampollas que llevaba y cuando ponía los pies en la carretera hacían agua, esparciéndose el liquido en la carretera. Pepa preocupada me puso una venda y un calcetín, en un kilometro andando sobre la brea ya estaban quemados, así que me salía de la brea e iba a la orilla. Se pegaban las chinas a las plantas de los pies, así que aquello era como un calvario, yo no le decía nada a mi hermana, demasiado tenía ella.
Ya se divisaba el pueblo de las Veguillas con sus molinos de viento que parecían incansables de las vueltas que daban. Nos faltaban cuatro o cinco kilómetros para llegar, nos encontramos con un señor de por allí, le preguntamos que nos habían dicho que había un atajo que nos llevaría hasta la ermita y nos dijo que a unos quinientos metros salía un camino y nos acortaría tres kilómetros. Ya estábamos perdiendo la noción del tiempo y yo muy preocupado por mi hermana, porque llevaba las piernas muy hinchadas, así que a los diez minutos sale el maldito camino, lleno de cantos y piedras, que era de ganado. Por allí nos metimos, no se si no entendería, que seguro que fue así, madre pobres pies. Era ya casi al oscurecer y a unos doscientos metros divisamos tres bultos, blanco y pardo, mi hermana se asustó no siendo que fueran toros, pero yo no estaba dispuesto a dar marcha atrás, porque si me agachaba ya no sería capaz de levantarme, así que nos llevamos una sorpresa y alegría porque eran tres burros.
A cincuenta metros nos metimos en el caserío a una esquina de la vivienda pegando a la carretera, que raro que no hubiese algún perro, supuse que había un comedor donde centelleaban algunas luces y vimos el cielo abierto. Miré y por un ventanal divisé a una joven espigada de unos veinticinco años, y a un tío alto y seco de bastante edad. Llamé a la puerta y abrieron con mala leche, diciéndonos largo de aquí y yo exponiendo el problema, que nos dejara dormir en algún pajar, yo pagando lo que fuera. De malos modos nos decía no se les ocurra atravesar la dehesa que tenía alambradas, en eso tenía razón, aunque hoy la hubiese atravesado aunque me hubieran devorado los toros.
Ya iba haciendo un poco de frío, que yo creo que teníamos fiebre, a unos cien metros por la carretera se desplomó mi hermana, empezó a echar bilis que no sé cómo no se murió, allí se acabo la última estación, como a Jesús, yo me asuste mucho porque toda la culpa había sido mía. Se sentó en medio de la carretera y a esperar, a las cinco minutos vemos unas luces que se acercan, era un 4.L, baja un señor con su mujer y sus niños asustados al vernos, venían de la fiesta de las Veguillas, allí se produjo el milagro, era el administrador del señorito anterior, el marqués de Yen, le contamos la historia y se cabrearon mucho, donde estaba la humanidad de esta gente.
Según iba hacia mi hermana vi a un ángel, una mujer, y le expliqué en la situación que nos encontrábamos, nos dijo a cien metros en la ladera hay un matrimonio que no tiene hijos y por las fiestas siempre acogen a gente así. Nos llevo hasta allí que nos vimos mal para subir, dimos las gracias y llamamos a la puerta, salió un matrimonio como de 70 años, Manuel y Guadalupe, se asustaron de cómo íbamos. La mujercita se puso a llorar diciendo que si llamaba a un médico, nosotros que no, que lo que queríamos era descansar, con ternura y amor nos lavaron los pies, los de mi hermana hinchadísimos y los míos desollados, que estaban pegados de chinas, con que cariño ella me las quitó, como si fuera una enfermera, diciéndonos ahora a cenar, nosotros solo queríamos descansar, nos preguntó si nos importaba dormir en la misma cama. Nunca hemos dormido tan bien mi hermana y yo, tenía el busto de Jesucristo en la cabecera de la cama, imponía respeto. Nos levantamos, nos puso el desayuno y nos despedimos de ella con un fuerte abrazo. Nos fuimos al Cristo de Cabrera en un autocar, cuando llegamos allí estaban mis padres, mi mujer y mi hermano Santos, que había jurado bandera en Matacán, el día antes le había dejado yo mi coche para irnos a buscar.
Mi madre se puso a llorar por como nos vio, le contamos la historia y me dieron un poco de caña. Pasamos el día muy bien y al siguiente a Bilbao, ya estaba nuevo aunque tenía una espina de no haber conseguido llegar hasta allí, pero como no me doy por vencido a los 63 años lo consigo con un amigo, pero en dos etapas, nos costó mucho porque hizo mucho calor, así que por ahí he quedado tranquilo, diciéndome el Cristo, Alfonso te ha costado.
Como vivía sola, al año siguiente la fuimos a ver, había arreglado el baño y la cocina poniendo calefacción, estaba loca de contenta, me contó que tenía una sobrina en el barrio San José y que la quería llevar para allá con ella, pero temía porque en casa era la dueña, pero se quejaba de los inviernos tan crudos en el pueblo y ella sola.
Así que al año siguiente en una comunión de los niños de mi hermano Vale, ella vivía aún en el barrio San José, nos encontramos, se puso tan contenta y nos dijo que echaba mucho de menos su casa en el pueblo. Así que fueron pasando unos años y fuimos a verla a la casa del pueblo y no estaba, aquello me dio mala espina. Había dos casa adosadas al lado y en una vivía un matrimonio con dos niños que eran de allí, se acercó y nos conto que había muerto hacía poco, pero que había sido cuatro años muy feliz. Diciéndonos que ya no estaba con la sobrina, estuvo un tiempo, pero aquello no funcionaba y volvió al pueblo. Nos contó que el primer novio que tuvo la Sra. Guadalupe era de un pueblo de por allí, se había quedado viudo y un gran día estuvo el señor de excursión y la fue a ver, se pusieron los dos tan contentos hablando de su juventud, se fue el señor con los que había ido de excursión y perdió el autocar y la dijo que lo había perdido. La señora Guadalupe le dijo no te habrás perdido tú, y así sucedió, le mandó entrar diciéndole como entres no sales, porque no somos unos chiquillos para entrar y salir, aunque la crítica va a salir al día siguiente.
Pasaron tres o cuatro años muy intensos, pero un mal día se puso enferma porque estaba delicada del corazón y allí terminó el romance de dos personas que con pocos años disfrutaron mucho, diciendo el señor destrozado de dolor que si lo llega a saber no se hubiera juntado, porque ahora se quedaba solo y a estos años duele mucho el corazón.
Amiga:
Te deseo ahora que estás junto a tu otro amor entre molinos de viento, toros, encinas, muros, alambradas y hierba, donde los pájaros anidan en primavera, donde los grillos cantan aunque no los veas, pero es el mundo que tenemos, aunque estemos debajo tierra, con esa paz que digo yo que merece la pena, si no esto no sería justo con tantas desgracias y penas sin saber donde llegamos porque vives a oscuras, aunque las obras buenas se crean desde que naces, pero te agarras a ellas con constancia, ilusión y sin penas, porque has hecho lo que tenías que hacer, tendiendo la mano a todos los que te lo pedimos, porque con tus años y fe ciega en Jesús supiste dar paz y amor a todos los que tuvimos la suerte de conocerte.
Tus amigos que nunca te olvidaran.
ALFONSO «EL PINDOQUE»