Nunca se me olvidará aquel beso tan tierno, que por poco me deja parapléjico.
Corría el año 1955 y con 12 añitos mis padres me ajustaron para segar y trabajar en la era en un pueblo cercano al mío llamado Moríñigo, por mil pesetas de soldada. Me llevó mi padre una mañana de primeros de junio, llegamos y les dijo a los dueños, -aquí os dejo al chaval-, que seguro que le dolería porque era la primera vez que salía de casa tan lejos, y les dijo, -si tenéis alguna queja me lo decís-. Así que algunas lágrimas rodaron por mis ojos, acordándome de mi madre y de mi hermano el pequeño, que tenía dos años.
Iba a ser duro el verano, los dueños se portaron bien, pero mi lecho estaba en el pajar, aunque tenían camas de sobra en su casa.
Allí conocí a unas chavalas de mi edad y alguna noche salí a dar alguna vuelta con un amigo que me eché de allí, llamado Balbi. Me las presentó y enseguida cogimos amistad, con una de ellas me entendía muy bien y ya me creía yo que era mi novia, cosas de chavales. Estuve dos años trabajando en esa casa, en el verano veía a mi amiga y éramos felices hablando sin derecho a roce, pero la vida corre y van pasando los años, ella se casó con un chico de Babilafuente y se fue al Norte. Nos veíamos en las fiestas del pueblo y no nos saludábamos, yo creo que por vergüenza o falta de
valentía, que nunca nos dimos un jodio beso. Van pasando los años, yo me meto en los cincuenta, estaba trabajando un día en Babilafuente haciendo una casa y todas las mañanas de verano la que fuera mi amiga pasaba a cinco metros de mí, me veía y no me decía nada. Porque ella venía a pasar unos días con la familia al pueblo, a una casita que habían hecho. Un día me armé de valor y la pregunté -¿no me conoces?-, y me contestó, -quien no conoce al guaperas de Alfonso, aquel chico tan simpático y alegre. Me explicó que le daba vergüenza, nos dimos dos besos de cariño y respeto, empezamos a contarnos nuestras vidas, a recordar los años de la niñez. Ahora cuando nos vemos los matrimonios en el baile de las fiestas siempre nos hablamos.
Segunda historia.
Me pongo con 16 años y me toca trabajar para otro señor, repitiendo, eso era buena señal porque los vagos repetían poco para los amos, que al final han sido los que más han ganado, ese año conocí a otra chica, esta era de Babilafuente, pero tenía familia en Moriñigo, era muy linda, también de mi edad, morena, con un encanto que me hacía soñar. Ese año empecé a trabajar el 6 de junio cogiendo algarrobas, aquello era trabajar, 18 horas casi sin levantar la cabeza, era como una proeza, ahora sería difícil aguantar aquel calvario, pero todavía me quedaban pilas para dar una vuelta y hablar con las chicas.
El día 13 era la fiesta de Moríñigo y quedamos en el baile de mediodía, que se hacía en las eras, fui a trabajar hasta la una, llegué a casa y me aseé lo que pude, pero claro no había llevado ropa un poco decente para ir a aquel evento, así que me fui con lo que tenía acompañado de dos amigos que iban trajeados como todo el mundo, fuimos al baile con el pelo cortado al cero, requemado por el calor del verano, con un cacho de flequillo adelante, que entonces se llevaba, me sentí avergonzado, parecía un adefesio. Por guapo no iba a destacar, aunque por dentro estuviera limpio de maleza. Les conté a los amigos que había quedado con la chica, imaginándome que estaba bailando con alguna amiga, porque luego los chicos las sacábamos, pero no fue así. De frente la vi con una pareja de jóvenes, seguro que se pensaba que yo iría a sacarla a bailar, no tuve ese valor, sentía algo que me paralizaba, aquella criatura hermosa, morena con sus brazos al aire, con un vestido precioso, yo me preguntaba a mi mismo -¿si voy y me dice que no?-, qué vergüenza, -¿y si me dice que sí?-. Ese día no estaba a su altura, lo mismo la manchaba, porque iba a dar el cante con aquella criatura y yo viendo que me miraba, con mi lucha interna desistí y me fui para casa, tumbándome en el pajar diciéndome-¿porqué señor no me has echado una mano?-, pasó ese día y a los amigos que habían bailado con ella les preguntó que me había pasado.
Van pasando los años y me pasa lo mismo que con mi primera amiga, nos veíamos y nos quedábamos mirando, hasta que un día en un baile iban con unos amigos en común y rompimos el hielo de tantos años, me presentó a su marido y yo les presenté a mi mujer, y hasta ahora, nos vemos muchas veces y nos echamos un parlao, porque es muy salada llevándonos como si fuéramos de familia, algún día la diré que de aquel plantón la culpa fue del traje, no quería que fuéramos el punto del hazmerreír, yo ese día no entonaba, siempre he tenido miedo al ridículo y más con aquellos años que te miraban como a un pigorro, era duro había penalidades, pero me sentía feliz con mis conquistas imaginarias, mis triunfos en las plazas de toros que no llegue a ser nada, mis travesuras brincando las tapias de las cortinas para probar la fruta, aunque la benemérita me ponía firme y dando disgustos a mis padres, era un soñador, nadie me lo podía quitar.
Tercera historia.
Esta chica es del pueblo, tenía como 14 años, la tiré los tejos, me habían dicho que era algo ligera, ya me entienden, y un día hablando animadamente se me ocurrió darle un beso, así de sopetón, la cogería cabreada que me dio una de esas que dan los curas, que me dejó con tortícolis. La dije, -¿si no te he hecho nada? y me contesta-¿te he dado permiso para que me beses?-, yo estaba muy verde, más que una escarola. Se lo di con cariño porque me lo pedía el cuerpo, madre, aquellas chicas tenían mucha fuerza porque segaban y sacaban patatas con el azadón, me dejó doblao. Lo di en pensar y no volví más, porque si sigo me pega otra que me trilla, no me extraña que me hayan dolido tanto las muelas del gancho que me dio, anda por ser ligera como decían.
Tengo que decir que es buena chica, la veo algún día y todavía con mucho poderío. Así que nos vemos, nos saludamos y digo yo para mi, tu bien me miras y yo bien te veo. Pero nunca se me olvidará aquel beso tan tierno, que por poco me deja parapléjico.
Así que yo casi siempre estaba a destiempo, nunca acertaba y como me parecía a Espinete poco refinado, hasta que me fui al norte, allí me hice un Rodolfo Valentino en feo con mi 850, allí tuve otras andanzas hasta que conocí a mi media naranja, dando gracias porque los años corren muy deprisa y si me espero un poco, no hubiera cogido el tren de la felicidad, aunque yo creo que estas historias a casi todos nos han pasado.
Un abrazo amigos.
ALFONSO «EL PINDOQUE»
Febrero2015