Por Alfonso «El Pindoque» Cuando yo era pequeño había tres cosas que a los niños nos daban pánico, por lo menos a mí. La primera los famosos Maquis, si andabas un poco tarde jugando por ahí y se hacía de noche, pasaba algún mayor y nos decía iros para casa que andan por ahí los Maquis, pobrecitos. La segunda cosa que te metía el ombligo para dentro era cuando te mandaban ir a algún sitio o hacer una cosa y si no te amenazaban con llamar a los guardias, así que veías un tricornio y salías corriendo, porque parecían los hombres del miedo, ahora si es verdad que voy conduciendo y si veo una pareja de la Guardia civil y más si me paran me acojono. Vamos con la tercera cosa, las famosas brujas. Yo siempre he oído que hay personas que tienen poderes y si los usan en bien cojonudo, pero si los utilizan para hacer el mal te hunden y con los que más se ceban es con los niños.
Hace años en las noches frías de invierno se hablaba mucho al amor de la lumbre o en las famosas matanzas. Oí contar a mi padre que en la carretera donde vivían mis abuelos, tenían los hijos pequeños y por las noches no dormían las criaturas y se comentaba que tenían una vecina bruja. Mi abuelo era muy valiente, se levantaba por las noches y daba una vuelta por la casa y veía un gato negro grande y andaba a ver si lo cazaba, pero nada. Así que una noche a oscuras se escondió en una esquina de la habitación donde estaban los niños, apareció el gato negro y le arreó un palo que salió maullando, ese era el motivo del llanto de los críos. Cuando mis abuelos se levantaron por la mañana vieron a la vecina con un brazo roto. En el pueblo se comentaba que esa mujer era bruja.
Otro caso que se ha comentado mucho en el pueblo, el de una mujer que era muy buena, la gente la veía a las tres o a las cuatro de la madrugada dando vueltas por el pueblo, haciendo cruces en el suelo o en las paredes, la gente la preguntaba ¿qué hace usted a estas horas y con el frío que hace? y contestaba que lo hacía para no hacer daño a nadie, esto me lo contaron mis padres muchas veces.
Luego estaban las brujas o brujos de Garcihernández, estos debían de ser los jefes porque cobraban por quitarnos el mal de ojo. Yo fui una vez en bici, pasé por una finca y me salieron unos perros que por poco me devoran, llegué y le conté el mal que teníamos en casa. Mi padre había comprado con otras personas unos marranos pequeños con el mismo peso, los marranos estaban tres o cuatro meses por las tierras con el porquero, que era el que los guardaba, en agosto empezábamos a cebarlos para hacer la matanza en diciembre, se cebaban con patatas pequeñas, salvaos y panija. Y mi padre veía que no cogían kilos como los de las otras gentes, me mandó al brujo para ahuyentar a las brujas, pero no se dio cuenta que las tenía en casa, porque las patatas se cocían en un pote colgado en la chimenea, y yo y algún hermano más dábamos buena cuenta de ellas, que era lo que echábamos a los cerdos, así que los que engordábamos éramos nosotros, por necesidad y los pobres cerditos a dos velas porque ellos no hablaban solo chillaban, un idioma que nunca entendió mi padre y se murió sin saber que las brujas las tenía en su casa, no fuera.