Erase una vez hace ya mucho tiempo, que una cuadrilla de niños de Villoria…
….se desplazaba a una dehesa, lejos, muy lejos del pueblo y en la estación de
Varias horas, todos calzados con las típicas albarcas. pantalón de pana y la boina, que por entonces era de uso general, para mayores y menos mayores,. Pues esa boina era como una apéndice de los españoles de la época. Tanto era así, que poco antes el propio Hitler se atrevió a decir ¡Que los españoles éramos unos hombres pequeñitos, con gorra y muy mala leche!
Estos hombrecitos que aun por entonces ni siquiera tenían esa mala leche que aquel tirano dijo que los españoles tenían, no eran otra cosa que unos niños con una inocencia innata, que iban a ser explotados por un tirano, de características hitlerianas y que ambos sí que demostraron tener, esa mala leche con sus obras, el primero, con la cruel guerra que provoco y el otro, explotando a todo el que caía en sus manos. .
Estos niños iban a tierra de montes, a convivir entre toros y cerdos para ganarse unas pesetas que eran muy necesarias para sus humildes familias, que lo necesitaban para lo más necesario que era el pan y el rico tocino, que era la mejor tajada de entonces. Quien lo tenía, que había mucha pero mucha gente, que ni eso tan necesario tenia.
Esto que voy a escribir que en su comienzo parece que se tratara de relatar un cuento, porque empiezo diciendo, erase una vez. No solo no es un cuento, sino unos hechos que visto con los ojos de hoy, son de una crueldad desmedida, pero sucedieron tal como yo lo voy a contar.
Lo malo que en estos momento que estoy escribiendo esto estoy viendo venir en esta España cosas muy, muy graves que ya veremos qué pasa porque el hambre está volviendo.
Pero en aquellos años los de mi niñez en la piel de toro que es la España nuestra se vivían situaciones muy semejante, el hambre era terrible y no se sabía como hoy, hoy si se sabe donde se está pasando mal. Pero entonces los propios mandones se preocupaban que no se supiera.
Cuando llego el racionamiento algo se supo al ver las colas en los comercios, pues algo se mitigo la hambruna, porque fue con lo que se iba tirando, pero había quien estaba ya tan mal que tenía que vender parte de lo poco que se le daba para comprar una medicina aunque la enfermedad fuera por el hambre que se había pasado.
No dudo que haya quien diga que estoy exagerando, quizá quien lo niegue es que no vio llorar a su madre porque no tenía que darles de comer a sus hijos, pero yo si lo vi y os digo que paso, aunque haya quien lo niegue y diga que lo vivido por nosotros, no se parece en nada con lo que se vive hoy en África, quizás no por la situación geográfica en que nosotros nos encontrábamos que es diferente a la de ellos, ya he dicho que nosotros agua si teníamos, pero lo nuestro fue malo muy malo.
Lo que está pasando hoy en Siria, paso en España y el que no lo crea que mire algún reportaje donde se ve a los españoles saliendo por la frontera a Francia, camino a un no sabían dónde, pero a un sitio igual o peor que los que están los de Siria, ellos mueren en el mar los españoles de frio al travesar los Pirineos y más tarde como ellos en los campamentos. Tan malos o peores que los que tienen estas pobres gentes en esta era llamada moderna.
Recuerdo que era pleno invierno, por tanto el frio era intenso, allí entre encinas, en la ladera de una pequeña montaña, que estaba nevada ,el frio era varios grados bajo cero, frio que aguatábamos estoicamente como lo hacen personas curtidas en las más adversas situaciones, pero nosotros éramos simples niños, que ninguno pasaba de doce o catorce años, niños que debíamos estar en el colegio.
Pero entonces los que mandaban no consideraban que el colegio es donde se forman para que de adultos sean hombres capaces y donde lo que se aprende sirva para hacer un mundo mejor y más prospero.
¿Pues qué puede hacerse sin cultura? ¡Nada! Y eso es lo que pretendía el régimen que por entonces en España había, que lejos de fomentar la cultura te decía. ¿Usted escuche y calle que eso es cosa nuestra? Es decir que te decían, que ya estudiaban ellos por ti, que tu trabajaras y callaras, sin importarles que tú eras un niño, que tenias que formarte. ¡Aunque no era eso con todos, pues había niño que tenia mejor suerte según quien fuera su familia, si vestían camisa azul, te trataban de otra manera!
Estoy seguro que una gran mayoría de los niños de mi época en las estadísticas figuramos como analfabetos relativos pues pocos podrán demostrar con papeles que sabían leer y escribir, yo en el único sitio donde dice que si se leer y escribir es en la famosa cartilla militar, en la que decía que si sabía, lo que me sirvió después de una pequeña prueba hecha por un teniente, que pasara a dar clases ha analfabetos absolutos, yo que por entonces no sabía si burro se escribía con, b o con v.
A Dios gracias que muchos tuvimos el coraje de perder muchas horas de sueño para ponernos un poquito al día cuando ya éramos adultos, Bueno esto es otra cosa que quizás comente en otra ocasión.
El trabajo era retirar todos los cantos que había en los prados que había muchos y allí donde había un canto no crecía la hierba,. Los prados, eran de una gran extensión y los cantos que en ellos recogíamos, teníamos que acarrearlos a hombros a un sitio bien alejado, se nos pelaban los hombros de el peso que soportábamos de acarrear las canarras y las uñas de los dedos, de coger los cantos senos gastaban asta echar sangre.
El nombre de canarra puede que sea una palabra con su origen en Villoría pues no figura ni en el diccionario. Es una cesta de mimbre sin pelar, con dos asas, para agarrar fuerte, donde echábamos los cantos que cogíamos en el prado y así llevarlos a hombros aguantando el dolor por el peso y el roce y todo para ganar unas míseras pesetas.
Y si el acarrear aquellos cantos era duro, el recogerlos quizás lo era más, pues era pleno invierno, diciembre y enero, las heladas hacían que los cantos estuvieran pegados por el hielo a la tierra como si les pegaran con cemento, tanto, que hasta que se descongelaban había que ir levantándolos con un pico para despegarlos del suelo y de seguido otros cogerlos con las manos, aguantando el dolor en los dedos por el frio y el roce, pues huelga decir que entonces los guantes ni había ni nos los hubieran dado.
¡Qué duro era aquello, sin nadie que te consolara, ni los dolores físicos, ni los morales, porque aunque éramos duros también teníamos nuestro corazoncito!
Continuará……………………….
SIGI.
Sigifredo María Cascón