Besana Villoria – Revista digital Besana de Villoria

QUINTOS DEL 52.DESDE EL RECUERDO Y LA DISTANCIA.

 

UNO DE SEPTIEMBRE

Quintos del 52

 

Desde este refugio familiar aislada por la inmensa cordillera, siento que del otro lado de la gran muralla queda el mundo. Un mundo tan allende como el último viaje. Me cuesta creer que estamos en el mismo mes. Son sensaciones que ocurre cuando viajas. Sobre todo si la distancia es tan lejana. El tiempo no transcurre igual cuando vivimos la rutina cotidiana. En este caso es como si estuviera asentado. En el otro, tengo la impresión que permanece en un espacio tiempo indeterminado. A pesar del movimiento  se queda flotando en nuestra cabeza, buscando un lugar donde quedarse . Filtrando las impresiones importantes para guardarlas.

 

Poco a poco retomo mi vida familiar. El campo me conecta con la tierra. Desde este lugar, mientras trabajo en el jardin, puedo pensar y recordar el viaje. Un viaje distinto a los últimos hechos a mi país. Daría para contar muchas impresiones. El Camino de Santiago tiene su propio relato. Ahora solo quiero hablar del encuentro con Los Quintos del 52 de Villoria, mi pueblo.

 

Cogí un bus Madrid  Salamanca. Me bajé en el pueblo de Encinas. Ahí me recogieron mi prima Mari y Curro, su marido, para quedarme con ellos ese fin de semana en Cordovilla. Agradezco su familiar acogida y su casa. Al día siguiente sábado era el encuentro. En el bus pensaba a los muchos años, exactamente catorce, desde que enterramos a mi madre, que había recorrido por ultima vez ese paisaje . Tan familiar y tan igual. Un horizonte plano. Solo cielo y tierra. Sostenido por la más ancha soledad. A veces, viejas encinas centenarias recuerdan que hace miles de años tuvo que ser otro entorno menos desamparado. Me emociono con la secularidad del paso del tiempo sin cambio. Yo percibo el mio y el pasar de los años.  Me iré de este mundo sin ser nada. Sin embargo, la tierra seguirá estando ahí; Testigo de millones de vidas e historias. Un profundo sentimiento atávico me conecta con este entorno. Aquí nací y viví una infancia que me preparó para iniciar la aventura de mi vida.

 

Llegado a este punto levanto la mirada para fijarla afuera. Pienso a las distintas raíces que nos une con la tierra. Las miás de ahora quizás también tengan el atavismo de otras vidas. Tal vez, la cordillera sea demasiado grande y me arropa con manos de madre infinita. La lluvia lo silencia todo. Desde anoche sigue lloviendo sin parar. En la madrugada cayó un gran chaparrón. Hoy son Las Fiestas Patrias. Un desastre para Las Fondas. ( Espacios donde se come parrillada de carne y chorizo, se bebe y se baila la cueca, típico baile  chileno). Este año no tengo ganas de celebrarlas. Con mi hijo llegamos el fin de semana. Nos apetece estar estos días tranquilos. El necesita descansarse y avanza con su novela. Yo aprovecho a limpiar y ordenar el abandonado jardín. La lluvia de hoy me permite darme esta pausa y ponerme a escribir.

 

Me distraigo un rato porque me cuesta ponerle palabras  a ese intenso día  de gran fiesta. Curro nos dejo en La Alameda. Por mi parte nerviosa y avergonzada de no reconocer a la gran mayoría. Casi todas estábamos en las mismas. Algunas quintas preparaban las mesas donde íbamos a pasar el día, protegidas por la sombra de los álamos. La naturalidad de nuestro carácter abierto lo hizo todo mas fácil. Abrazos y bienvenida de espontaneo recibimiento derrumbaron todas las resistencias internas. El deseo de pasarlo bien, festejando tantos años de ausencia compartida en la infancia, era una buena ocasión. Algunos encuentros me produjeron gran emoción. Con mi prima Pilar nos abrazamos y besamos con lagrimas. Había pasado más de treinta años de la ultima vez que nos habíamos visto. Con otras primas, Neme y  las siempre presentes, sin ser quintas, las gemelas, Pili y Merce. Como dos gotas de agua. Simpáticas y dicharacheras. Las dos, turnándose con su cámara de paparazzi fotografiando el encuentro. Muchas de esas fotos para publicarlas en Besana, la revista del pueblo. En verdad me sentí acogida y se lo agradezco a todas. Ese día fuimos todas una, festejando la alegría.

 

Al mediodía partimos en procesión hasta la Iglesia. Luis y Quintin, los sacerdotes, oficiando la misa en circulo sin mucho formalismo. La Iglesia la encontré maravillosa. El altar mayor sencillo, sin el barroco dorado que existía en mi infancia. Creo recordar que se vendió hace muchos años para reparar la Iglesia. La cincelada piedra como elemento principal de su origen. Todas las hornacinas sencillas con algunos santos. Otros permanecían adosados en un rincón del fondo, cerca de la escaleras que lleva al campanario. Los bancos, aseguraría que son los mismos. Me hicieron el honor de leer un texto sobre la amistad de Khalil Gibran, poeta árabe del siglo XIX,  que Luis el párroco había elegido para la ocasión. Pilar,  una de las organizadoras del encuentro, leyó un emotivo texto. Otro quinto improvisó palabras de agradecimiento. Se recordaron a los quintos que se habían ido.

Pili, mi prima la melliza fotógrafa, me arrastro para que leyera el texto escrito “ Palabras del Tiempo” Algunas lo habían leído en la revista. Estaba un poco nerviosa por ser la mirada de todos. En algún momento empece a sentirme mal porque me di cuenta que era muy largo. Luis el sacerdote,  preocupado por el retraso con el bautizo que esperaban a que terminara lo nuestro. Agradezco a Quintin, el sacerdote,  las felicitaciones por el texto. Venido de una persona tan letrada y sensible como el me honra.

 

Salimos a la calle. Las mellizas empezaron a inmortalizar las fotos del grupo en la escalinata de la fachada principal de la Iglesia. Nos hicimos fotos las cuatro primas, incluido el primo Florencio, como marido de Pilar otra quinta.  De nuevo en procesión nos encaminamos al Cementerio a ponerle flores a los ausentes. El pueblo lo encontré muy cambiado. La casa donde nací, enfrente de la de Don Pedro, párroco de entonces, no había sufrido cambios. Aproveché a visitar las tumbas de mis padres y abuela. Mis recuerdos con esa calle están muy nítidos en mi memoria. Donde estaba el frontón, enfrente del cementerio, y espacio de muchos juegos nuestros  ya no existe. Recuerdo que, en una esquina del cementerio con el camino a Villoruela, había un gran piedra de granito donde los pequeños nos lanzábamos en saltos como si fuera una gran proeza. Creo que era un resto de lo que fue la otra Iglesia que hubo hace siglos. Cuando el pueblo tuvo su gran apogeo y llego a tener dos parroquias.

 

De vuelta a la Alameda las mesas se llenaron de entremeses variados de jamón serrano, fiambres y queso. Repartida en porciones una ensalada con productos del pueblo. Después algunos quintos trajeron la gran paella cocinada en el Bonal, restaurante al otro lado de la Alameda. Gerardo, el marido de mi prima Neme  me ofreció vino del pueblo que me gustó.  De postre sandia y melón. Por supuesto no faltaron las perronillas y mantecados. Dulces típicos de esas tierras. Muchas veces me acuerdo de ellos.

 

Raquel fue la que derrochó una energía inagotable. Animó en todo momento con su espontanea gracia. Nos hizo cantar canciones de infancia. “ El señor Don Gato….”      y otras. A Santos le hizo cantar “ Soy minero “ de Antonio Molina y hasta hubo declaraciones retrasadas de amores frustrados. No faltaron las risas en ningún momento. La sobremesa se fue alargando hablando con unas y otros. La tarde fue cayendo y el calor también.

Dejamos la Alameda para dar un paseo por el pueblo. Las construcciones de nuevas casas me desconcertaron y me costaba reconocer esos nuevos barrios. De vuelta por calle Larga pase por segunda vez delante la casa de mis padres. Esta sigue igual, con el estilo de viviendas que fue en su mayoría el pueblo. Quizá, sea la calle que menos ha cambiado.

 

Volvimos a la carretera para ir a cenar al restaurante. Pienso a ese día como una gran abbuffata ( atracón) de comida.  En la cena  de entrada hubo pulpo a la plancha y croquetas.  Después trajeron una parrillada de carne y pimientos. Yo tenia alternativa de pescado, pero había comido ya tanto que renuncie, y preferí comerme los pimientos que nadie los probó.  Hubo postre doble  con velita incluida que encendimos para festejar el primer encuentro.  De regalo una taza con el diseño heráldico de los distintos escudos geográficos de los quintos del 52.

 

Releo lo escrito y soy consciente que me cuesta ponerle palabras a los sentimientos que tuve ese día. A veces se necesita más tiempo para  ordenarlos y mirarlos con distancia. Cuando llegué a la Alameda aprecié ese agradable espacio de recreo y sombra. Lo que recuerdo de ese lugar eran unos cuantos chopos abandonados a su destino. Sé que hace muchos años se recuperó para hacer de ese espacio lo que es hoy. Confieso que nunca lo había disfrutado.

 

Este encuentro destaca en especial la ilusión de rescatar la memoria de la infancia.  Difícil el tema. Tengo algunas dudas, si las cosas que recordamos fueron así, o la memoria, cómplice de la imaginación, guardó lo que quiso. Lo que si recuerdo son imágenes y sensaciones precisas que siempre vuelven con mucha nitidez. Frio, olores, calor, canciones de juegos, escuela, viento silbando por las rendijas de las puertas, lumbre, brasero, campo, niños matando pájaros con sus tirachinas, mujeres cosiendo en la calle, lavando en las fuentes, y  ropa extendida por los prados y matorrales, atardeceres de verano en las Heras….  Con esas y más imágenes construyo historias. Tal vez, para honrar y rescatar  la inocencia. Creo que a todos nos pasa lo mismo. Más mayores nos hacemos, más queremos volver a esa Arcadia perdida. Quizá porque sin ser conscientes, o sí, estamos más próximos de cerrar nuestro circulo de vida, porque el principio de nuestra existencia  esta  cada vez mas cerca del final.

 

Creo que ese día logramos convivir el recuerdo de una niñez compartida. Agradecernos de haber tenido ese vinculo que nos dejó nuestro querido pueblo. Muchos echamos raíces en otras partes, pero ese día logramos desentrañar sentimientos de pertenencia con nuestro más sagrado origen. El tesoro más querido y mejor guardado. Nuestra infancia.

 

Por ello quiero agradecer el espíritu y esfuerzo de las quintas que pusieron todo el empeño y cariño para que este encuentro se lograra y saliera todo bien. Emilia, Pilar y Raquel, manteniendo siempre activo el wasap y ese día. Me disculpo si olvido a alguna. Felicitarlas por el diseño de las camisetas y el detalle de los escudos de los distintos puntos geográficos donde vivimos. En verdad fue un día estupendo y entrañable. Por mi parte he necesitado distancia y días para procesar las distintas emociones que viví. Lo que más he valorado es descubrir que, muertos mis padres, el pueblo estaba cerrado en mi vida a cal y canto. Sin embargo, una fina rendija se abrió en mi cabeza dejando entrar un espacio de posibles regresos.

 

Chile, septiembre 2018

Ágata Martín

 

 

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