Nota introductoria
Mi poema El grito (romance espúreo del confinamiento 2020) gira una y otra vez, estrofa tras estrofa, como una especie de noria obsesiva, en torno al cuadro El grito de Edward Munch (1863-1944). Y por lo mismo creo imprescindible entender bien previamente el cuadro. Por esta razón me atrevo a sugerir o invitar a los posibles lectores del poema que se asomen en google, antes o después de la lectura del poema, al cuadro original, que lo contemplen, y lean luego alguna introducción que explique las circunstancias personales y familiares del autor que provocaron esa angustia, ese miedo y ese terror plasmado en el cuadro. Así resultará más comprensible la comparación que hago del cuadro con lo que intento expresar con mis palabras sobre la situación de confinamiento 2020.
Dedicatoria:
Oigo que a nivel nacional se han decretado diez días de luto oficial. Yo, por mi parte, he ido guardando luto y pesar por las muertes de tantos como aparecían cada día en las cifras dadas en los telediarios.
Y sobre todo, por los rostros conocidos de nuestros pueblos que se han marchado sin poder hacerles siquiera una despedida pública.
Dedico estas palabras de mi poema y los sentimientos
que expresan a su memoria.
¡Va por ellos!
Con la casa cerrada
a cal y canto, adolecida,
me revisto de negras
colgaduras y terrores
tras escuchar, nítido, el álgido
alarido de El grito
de Munch.
Existimos en negro por el coronavirus
mis hijos y yo contemplando
día tras día, sobre la pared alba
del cuarto de estar, cómo bailan
los espectros la danza de la muerte
al ritmo agrio, desalentado, de El grito
de Munch.
Mas en este instante mismo
de llantos y de espectros
y zozobras, alguien
pasa por delante de mi puerta
y en su rostro, compasivo,
lleva también tatuado El Grito
de Munch.
Yo le escucho, aterrorizado,
y bajo a correr
la calle con él: los dos,
solos, corremos calle
arriba, calle abajo, y enarbolamos
juntos El Grito
de Munch.
Al oírnos, se han llenado
los balcones de mi barrio
de deudos y amigos de las víctimas:
todos llevan tatuado en su frente,
como si una segunda
piel sobrevenida, El Grito
de Munch.
Y a las ocho en punto
de la tarde, adoloridos,
contra un cielo gris
cobalto, enemistado, juntos,
entonamos a coro
en un grito El Grito
de Munch.
Alentados -¡resistiré!-, volvemos
cada uno a nuestros
aposentos y en el raído
espejo amargo
de un telediario oímos
nuevamente El Grito
de Munch
Quizás mañana al fin
podamos abrir nuestras ventanas
y sobre la frente yerta de las víctimas
depositar, juntos, un ramo de flores
y una lágrima que mitiguen el álgido
alarido de El Grito
de Munch (42)
Quintín 2020-05-28