Nota introductoria
Dedicatoria:
Oigo que a nivel nacional se han decretado diez días de luto oficial. Yo, por mi parte, he ido guardando luto y pesar por las muertes de tantos como aparecían cada día en las cifras dadas en los telediarios.
Y sobre todo, por los rostros conocidos de nuestros pueblos que se han marchado sin poder hacerles siquiera una despedida pública.
Dedico estas palabras de mi poema y los sentimientos
que expresan a su memoria.
¡Va por ellos!
Con la casa cerrada
a cal y canto, adolecida,
me revisto de negras
colgaduras y terrores
tras escuchar, nítido, el álgido
alarido de El grito
de Munch.
Existimos en negro por el coronavirus
mis hijos y yo contemplando
día tras día, sobre la pared alba
del cuarto de estar, cómo bailan
los espectros la danza de la muerte
al ritmo agrio, desalentado, de El grito
de Munch.
Mas en este instante mismo
de llantos y de espectros
y zozobras, alguien
pasa por delante de mi puerta
y en su rostro, compasivo,
lleva también tatuado El Grito
de Munch.
Yo le escucho, aterrorizado,
y bajo a correr
la calle con él: los dos,
solos, corremos calle
arriba, calle abajo, y enarbolamos
juntos El Grito
de Munch.
Al oírnos, se han llenado
los balcones de mi barrio
de deudos y amigos de las víctimas:
todos llevan tatuado en su frente,
como si una segunda
piel sobrevenida, El Grito
de Munch.
Y a las ocho en punto
de la tarde, adoloridos,
contra un cielo gris
cobalto, enemistado, juntos,
entonamos a coro
en un grito El Grito
de Munch.
Alentados -¡resistiré!-, volvemos
cada uno a nuestros
aposentos y en el raído
espejo amargo
de un telediario oímos
nuevamente El Grito
de Munch
Quizás mañana al fin
podamos abrir nuestras ventanas
y sobre la frente yerta de las víctimas
depositar, juntos, un ramo de flores
y una lágrima que mitiguen el álgido
alarido de El Grito
de Munch (42)
Quintín 2020-05-28