Pero esta dramática situación de cuarentena tan prolongada, también nos ha proporcionado una buena oportunidad para la reflexión y hacer bueno el refrán: “el hambre agudiza el ingenio”. Pocas veces en tan poco tiempo se ha producido semejante exuberancia de reflexiones y escritos sobre el pasado, el presente y el porvenir de la Casa común. Este tiempo de coronavirus ha desatado una corriente impetuosa de solidaridad, de generosidad y riesgo por aliviar tanto dolor. Ha sido la sociedad civil la que ha actuado antes y con mucha mayor eficacia ante la pandemia y la que ha puesto el mayor número de víctimas, de auténticos héroes en la Patria. Las autoridades están demasiado atadas al sillón, al interés particular y político, a la burocracia y los medios de comunicación. Se han cerrado las puertas de los colegios, iglesias, centros de recreación… pero se han abierto las puertas del corazón y las vetas del ingenio solidario.
Como dominicos misioneros, nos ha estimulado volver a la primera parte de nuestra identidad dominicana: “Contemplata aliiis tradere” y cargar nuestras mochilas de renovado espíritu comunitario. Menos tiempo para decir y mucho más tiempo para escuchar. Hemos sosegado a Marta e imitado a María. A los ministros de la palabra nos cuesta mucho estar callados, incluso en este tiempo de cuarentena morimos si no salimos por los medios. Estos meses hemos incrementado considerablemente la interrelación entre hermanos de misión. La liturgia compartida y tiempos de reflexión personal y comunitaria. Prepararnos la comida. Hasta desempolvar el parchís.
Asimismo hemos tenido tiempo para repasar nuestra propia historia y releer y reescribir la huella centenaria de los dominicos en esta Amazonía. Hemos tenido tiempo de contemplar también las muchas imágenes de los lugares y gentes con las que hemos convivido a lo largo de nuestra vida y misiones. Hemos levantado nuestra memoria ante rostros tan queridos que nos han transmitido una tormenta espléndida de recuerdos y sensaciones. Muchos de ellos ya no están, pero siguen bien vivos en nuestra memoria y en nuestro corazón y sabemos que esa energía de amor no se destruye y nos envuelve y acompaña. La mantenemos viva y nos mantiene.
En este tiempo doloroso, se han vuelto a abrir las venas de nuestra Amazonía y ya corre por ella el maldito virus, como en otros tiempos lo hizo el vicio de la codicia por el oro, la madera, el petróleo, el gas, el desgarro de la madreselva y las entrañas abiertas de sus criaturas. Es dolorosamente paradójico que los hijos de la selva que se han ocupado en liberar de veneno a todo el planeta, estén muriendo ahora por ausencia de un balón de oxígeno.
Esta cuarentena nos está obligand
No hemos resistido la santa tentación de huir de lo virtual y acudir a paliar en lo posible las penas de nuestros hermanos, extendiendo la generosidad de los aportes recibidos desde España, en alimentos, compra de una planta de oxígeno, repartiendo concentradores y balones del preciado y saludable gas, adecuando espacios de cuarentena con camas, por todas las postas que atienden a nuestros nativos y que está librando de la muerte a muchos. Hemos repartido también por todo el ámbito de nuestra misión, medicinas y útiles de aseo y prevención. Desde aquí nuestro agradecimiento a todos.
En estos seis meses de cuarentena por este bichito que parece vengarse del gran depredador natural, el resto de seres del planeta han recuperado en parte su esplendor: el agua es más cristalina y los peces surcan más alegres, el verdor de la selva resplandece y destaca su variedad de arco iris, el viento más puro facilita el vuelo de las aves que planean y cantan más ligero, el sol desata los auténticos colores del amanecer y el ocaso y los ojos de las estrellas de un firmamento más cercano en que moran y miran nuestros antepasados, iluminan con más fuerza nuestras vidas.
Sin salir de nuestra casa misión, el jardín ha resucitado y nos visitan a diario muchas criaturas. Así nos acompañan en el rezo de laudes, los manacaracos, jilgueros, loros, paucares, carpinteros y colibríes, con variados cantos, suaves,
No nos hemos aburrido este medio año de confinamiento, incluso podemos caer en la tentación de acostumbrarnos a él; pero aunque no hemos contraído, por ahora, el virus, nos ha faltado el oxígeno de nuestra selva:
- Me falta y añoro la mochila:
- Me falta el oxígeno del aire libre de la montaña y del agua de los ríos cristalinos
- Me falta la hierofanía de Tasorintsi en las cascadas del Pongo de Mainike
- Me falta la caricia y a veces el ramalazo de la lluvia sobre el rostro
- Me falta el tropiezo en el camino y el reto de la víbora enfrentada
- Me falta el sabor de la adrenalina cuando el río embravecido hace naufragar nuestra balsa.
- Me falta en la epidermis la huella punzante del zancudo, el isango y la isula
- Me falta el aroma de la selva: de la flor del café y otros azahares.
- Me falta el cansancio y el sudor que libera toxinas
- Me faltan las largas caminatas que ponen en plena función las neuronas cerebrales
- Me falta el ramalazo del árbol que extiende sus brazos en brutal saludo.
- Me faltan las tormentas colosales que incendian el firmamento de energía y tiembla la tierra estremecida.
- Me falta el lodo, los resbalones y las caídas
- Me falta oler el dolor que no es virtual
- Me falta el calor y candor del abrazo de las criaturas
- Me faltan los gritos, susurros y llantos en modo tierra y selva
- Me faltan las noches a la intemperie contemplando Kashiri, cortejada de infinitas estrellas en un cercano cielo.
- Me falta el sabor de la yuca y el mashato en comunal compañía.
- Me faltan los rostros y sonrisas de inocentes y angelicales criaturas.
- Me falta el calor del pankochi junto al fuego donde se desgranan mitos y leyendas.
- Si me falta todo eso, no sé qué decir, no sé qué escribir, no sé qué celebrar…
- No me acostumbro a ser misionero virtual.
- Porque me falta todo eso, aquí termino.
- Roberto Ábalos
Misión Koribeni – Fiesta de Santa Rosa de Lima – Agosto 2020