Allá por los años 50, con seis o siete añitos, me llevaron a mi querido Riolobos; situada a siete kilómetros de mi pueblo Villoria. Una finca que la República expropió a una marquesa y de la que se hicieron lotes para cincuenta o sesenta obreros y así poder subsistir a las calamidades que pasaron, esto ya lo he contado. Y que quede claro que esta finca no fue regalada. Cada colono, en plena dictadura, pagó lo suyo.
Hay cosas repetidas que te dan mucha paz; era el niño más feliz de la faz de la tierra, lo veía todo tan hermoso; la torre con sus cigüeñas, los nidos que me sabía, los animales del campo que te alegraban el día con sus cantos, los grandes corrales y comederos para los animales, los pastores con sus burros y aquellos perros tan grandotes que nunca los he tenido miedo.
Mi pasión en la vida han sido los toros y las vacas bravas, y allí también había una punta de vacas bravas que iban a comer los pastos. Eran de la ganadería de Lamamié de Clariac. Sentía gran alegría al oír sus bramidos y verlas era mi pasión. Que bello era todo para mí.
Ver y oír los grillos, los saltos de las cigarras, había una alameda al lado de una charca que tenía mucha hierba y juncos, me metía en ella y salían los sisones como proyectiles con sus zumbidos de alas porque allí tenían el nido con los polluelos, también las perdices y codornices. La charca estaba llena de agua y había muchas gallinas ciegas y ratas de agua (creo que eran un manjar exquisito) y algún pato que cuando te arrimabas salía volando porque sabía que iba al puchero. Aquello era un lujo para un niño que empezaba; cuantos sueños se me han desvanecido.
Pero también tenía mis obligaciones. Dormíamos con mis abuelos, mi tío Diego, mi tío Vitoriano, mi padre y con otras diez o doce familias en un pajar de unos ciento cincuenta metros, donde miles de pulgas y muchas ratas compartíamos el mismo hogar; con sus cosillas entre las familias, pero era muy buena gente.
Como mis padres iban a segar, la abuela Carmen hacia las sopas para el abuelo Paulino, con un cacho tocino y me decía, ¡hijo! no te pares si alguna persona se acerca, porque las eras estaban a mil metros de la finca.
A mí las letras nunca me han entrado, pero como era un niño espabilao y rebelde, me daba cuenta de que había mucho miedo por lo que tuvieron que pasar en la maldita guerra y después. Eran hombres y mujeres luchadores por la paz y fuertes como una roca. Defendían a sus familias como leones, también tenían sus ratos buenos y por la noche, al fresco, se hablaba de muchas cosas que yo aprendí.
A mí me tocaba trillar con los bueyes, el Ojalao y el Zamorano, uno rojo y otro negro, que si me pisa uno no sé si hubiese crecido. Me llevaban a respigar con aquel calorazo como a muchos niños, que yo creo que nunca lo fuimos. Yo me sentía el rey del cante, no tenía penas y, sí es verdad que di bastantes disgustos a mis padres, pero el cinto de mi padre y la zapatilla de mi madre me amansaban pero a las veinticuatro horas volvía a las mismas andanzas.
Aquella generación, al terminar el verano, recolectaba sus cosechas y tenían que pagar las trampas de los bancos que al cobrar te llevaban el doble, así que casi siempre estaban empeñados y si no pagabas, a los cuatro días estaban los carroñeros, abogados y notarios (me parece que eran Cascabel y Nodal), para dar fin a la presa.
En el verano era cuando mejor se comía, porque el cerdito que se mataba en el invierno se guardaba para esta estación que era cuando todo el mundo tenia trabajo.
Luego llegaba el otoño, que era cuando se sembraban los campos y la gente ya lo empezaba a pasar mal, cuatro jornales en las patatas, en la remolacha y el maíz. Luego llegaba el invierno donde se pasaba muy mal y la gente tenía que ir a los montes a estepar ¡¡era muy duro!! Me decía mi padre que las pasaban muy mal pero que se sacaban unas perrillas que venían muy bien.
Segunda generación.
A mí me tocó estar para un amo, que no sé cómo sobreviví, ganando 120 pesetas a la semana y el agua que quería beber. No sé si estrené una prenda, porque me las dejaban de herencia mis hermanos según iban creciendo. Aquellos trapos y albarcas que siempre estaban mojados, mis pequeños pies heridos por aquellos trapos de saco de mineral de marca Nitrato de Chile. Así que aquello era para muchos el tercer mundo, esos niños de la posguerra que no tenían ni voz ni voto.
Pero había que tirar, queríamos a España y no queríamos volver para atrás.
Luego empezaba la primavera y esta estación tan preciosa te brindaba el aroma de las flores, el despertar de un invierno largo, donde nos ofrecían más trabajo, para escardar las malas hierbas, sembrar patatas a azadón y toda clase de trabajos, porque era cuando las plantas crecían. También era cuando las parcelas se preparaban para dar sus frutos, que nos venían muy bien; los prados se llenaban de hierba, flores y alguna pareja haciendo el amor para que no los vieran (yo no tuve esa suerte, era muy pequeño). Como me dijo un señor, hacer el amor en el campo, entre flores, con ese olor que te trasmiten las plantas, es como un sueño y ese miedo que sientes por si te ven, esos besos apasionados en la naturaleza, nunca se te olvidan.
En España en ciertos sitios se están haciendo ricos y con trabajo, algo que no tuvimos aquí. Los castellanos, que los tenemos bien puestos, porque no se nos caen los anillos, tenemos que emigrar, dejando a lo que más quieres, a tus familiares y amigos. Así que nos fuimos muchas familias; unos a Francia, Alemania, Suiza, otros al país Vasco, Cataluña, donde no nos dieron nada de balde, dejando nuestro sello como trabajadores, y desde donde mandábamos lo que ganábamos para subir a nuestra España y para que nuestra familia pudiera vivir mejor. No es como ahora que nos roban sacando de ella a paraísos fiscales, lo que a nosotros tanto nos costó ganar.
Pasan los años y como yo, muchos, conoces a tu pareja y tienes tus hijos, vuelves a tu tierra, que no se te olvida, con los bienes que tantos esfuerzos te ha tocado ganar. Te da pena dejar gente muy querida, que has conocido. Llegas aquí con tus hijos pequeños y quieres lo mejor para ellos, unos estudian –yo no tuve esa suerte-, otros trabajan y como hay mucho trabajo, pues hay alegría porque estás con tus hermanos, padres y amigos. Ahí terminó mi generación, que más quieres.
Empieza la tercera generación, el país va para arriba, empieza una democracia, la gente nos ilusionamos por hacer cosas, nuestros hijos hacen sus casas o se compran un terrenito y se ilusionan con su pareja, porque yo creo que ha sido la generación más preparada que por desgracia muchos han tenido que salir fuera y los padres aportando lo que hemos podido.
Ahora viene la cuarta generación, nuestros nietos a quienes no les falta de nada, ¿pero que les espera?
Así que, abuelitos y abuelitas os daría un consejo; los queremos muchos, pero creo que se quieren más ellos. Van a su bola y no les cuentes hazañas, que están obsoletas y son aburridas. Chavales de quince años para arriba, guapísimos y altos, pero luego no dan un palo al agua y no les exijas, que saben todos los derechos de los menores. Sí es verdad que estudia el que vale y el que no, sus padres le tienen buen lecho para cuando vienen de juerga no pasen penurias o que no les falte su buen móvil o la tablet, que muchos están más pendiente de estas herramientas que de sus padres. Yo creo que tanto adelanto les puede comer el coco, pero no generalizo. Creo que les gusta mucho la cuchipanda sin compromisos, pasando de casi todo, donde se están perdiendo muchos valores que nos dejaron a nosotros y daros cuenta que os queremos tanto, que damos todo por nada, porque así hicieron nuestros antepasados.
Como va a haber muchas penurias hasta que maduréis y como sois buenos chicos, os acordareis de vuestros antepasados y espero que no tiréis todo por la borda. No lo veremos, pero estaremos ahí para ayudaros y controlaros, porque las generaciones no mueren, solo cambian de dueño.
Un abrazo
ALFONSO “EL PINDOQUE”
18, Octubre 2020