Sumergida en el ajetreo de los quehaceres diarios, del miedo y la incertidumbre de la situación, de multitud de información recibida, de confinamientos, contactos, pruebas… ; un día frenas y te da por pensar con el corazón de madre que empezó a latir en mí hace algo más de 4 años.
Miro los ojos de mis hijos, tan inocentes, tan llenos de vitalidad, tan ajenos a todo y a la vez, tan responsables. ¿Cuántas lecciones me han dado ya desde que me miraron por primera vez? Lo cierto es que creo que demasiadas para la edad, y buena parte de ellas en estos últimos meses. Esa capacidad de adaptación, aun privándoles de lo más valioso de su infancia, el juego con otros niños, el contacto, el amor. No puedo evitar que se me encoja el alma cada vez que escucho: mamá ponme la mascarilla que me quiero arrimar a ese niño, o que quiero ir contigo a algún lado. Esa máscara bendita, que está salvando vidas, y esa máscara maldita que nos está quitando sonrisas.
Y entonces vuelta a pensar… y esta bebé que vino a regalarnos vida hace ya casi un año ¿Qué pensará de la mascarilla? Justo a los pocos días de su llegada saltaron las primeras noticias, un nuevo coronavirus en China, nuevos hospitales, EPIS, desinfecciones… ¡Estos chinos que exagerados! Pensaba yo, y mientras tanto, ingenua de mí decía mirando a mi pequeña tan indefensa entre mis brazos, aunque saliese de China aquí no llega. Absurdo pensamiento que emerge del instinto más profundo de supervivencia y protección.
Pero llegó…ya lo creo que si llegó. Después del confinamiento propio de mamá recién nacido en pleno invierno, cuando los primeros rayos de la primavera nos daban una tregua y sus ojitos se abrían ya con más fuerza y con ganas de conocer mundo llegó el confinamiento de verdad, de momento no había más mundo que conocer que el de las paredes de nuestra casa, el de las voces y los rostros a través de la pantalla, el de los aplausos a las 8 y el arcoíris de la esperanza. Miedo, angustia incertidumbre, y necesidad de luchar, de mantener la calma, de dar fuerza a estos dos bichitos que llenaban de alegría la casa cada día. Siguieron riéndose y creciendo y emanando felicidad por cada poro. Aprendieron el lenguaje de los ojos, el del cariño a distancia, el de la sonrisa enmascarada.
¿Qué culpa tendréis vosotros? Ni nadie por supuesto, pero que bien lo estáis haciendo.
Y después de un verano raro, solitario, triste para lo que suelen ser otros veranos, y siempre dando gracias, llegan estas fechas tan señaladas; sobre todo por la ilusión que te generan en la infancia, esa que, los que ahora son niños están viviendo diferente. Y de nuevo en el caos de los datos saltan las opiniones y los comentarios ante los preparativos de estas atípicas navidades. Luces no, luces sí, pero ¿quién está para pensar en navidades?, ¿y porque no? Opiniones variopintas al respecto, todas ellas respetables.
Entonces muchas veces me pongo en modo cerebro de sanitaria y pienso…claro que no estamos para navidades, está bueno el panorama …
Y ¡plin!, me salta el corazón de madre, y ¿Por qué vuestros ojitos este año no pueden disfrutar de esas luces que os vuelven locos?, mejor dicho, nos vuelven; y de los villancicos que cantamos cada mañana una y otra vez; y la ilusión de la llegada de papá Noel y los reyes Magos; y del calor del hogar con un poquito de ilusión. ¿Qué culpa tenéis vosotros, pequeños? Este año no quiero robaros más cosas, si podemos, y cumpliendo con todas las medidas que debamos, intentaremos acabarlo manteniéndoos ajenos al desastre, claro que las cosas no están para celebraciones, ¿Cuántos años y en cuantas familias, por diversas circunstancias, no lo están? Pero ¿Qué culpa tenéis vosotros que lo estáis haciendo tan bien?
Estos días cuando veo en las imágenes las grandes bolas que iluminan nuestra triste Salamanca pienso que me encantaría meterme con vosotros en una de ellas, cerrarla y solo ver luz e ilusión hasta que todo esto pase, podamos salir y ver y sentir la luz de la alegría fuera.
Creo que estas palabras resumirán el sentir de tantas madres y padres. Hoy me apetecía escribir con el corazón.
¡GRACIAS, PEQUEÑOS!.
APS