Ya llega la Navidad, las familias, si las restricciones lo permiten se sentarán alrededor de la mesa, con sus padres, hermanos, abuelos, tíos, hijos, primos, cuñados, sobrinos y todo eso siempre y cuando no falten, que si es así siempre habrá un momento en el que se les recuerde y aparezcan las lágrimas y recuerdos imborrables que dejaron las personas que ya no están alrededor de esa mesa.
Todos tenemos en nuestra memoria aquellas navidades de cuando éramos niños, cada uno se acordará de las suyas. Yo recuerdo esas noches oscuras con la luz tenue por las calles, la niebla intensa y las casas con sus decoraciones de Navidad, belenes, árboles, mi padre lo pillaba en el pinar, que si es ahora te multan, todos los niños del pueblo nos juntábamos para cantar villancicos por las calles, cada uno como sabía y podía. Los que tocábamos la guitarra estábamos con las manos heladas, pero más o menos atinábamos con las notas. Las casas con la lumbre a todo trapo y sin dejar de echar leña ya que aquellos inviernos eran de verdad, la Misa del Gallo se llenaba y veías a las familias celebrando el nacimiento de Jesús, con esa alegría de aquellos años, que no teníamos grandes lujos, pero no nos faltaba de nada.
Recuerdo el bar de mi familia, lleno todo el día, y en nochevieja hacer con mis padres y hermanos las bolsitas con las uvas para luego repartirlas en el bar a la hora de las campanadas, cerrar un par de horas para cenar con mi abuela Fili, que era la que cortaba el bacalao, una mujer de las de antes, dura, trabajadora incansable y tirando de sus cuatro hijos y después nietos sin cansancio. A las diez y pico empezaban a llegar casi siempre el añorado Lucas el primero y le seguían algunos solteros ilustres, hasta que poco antes de las 12 estaba lleno de familias enteras deseando brindar por el fin del año y pidiendo para que el siguiente fuera mejor.
Siempre preparábamos el festival del cole, cuando las clases tenían más de 20 niños y el pueblo era una alegría constante.
Sobre todo, y lo que traían estas fechas eran a los seres queridos que estaban fuera, en mi caso a mi tío José Ignacio que nos traía alimentos típicos de Galicia.
Pasados los días de comilonas nos quedaba a los niños la llegada de los Reyes Magos, esa cabalgata que a día de hoy me sigue emocionando, tanto es así que habiendo visto la de Madrid, que es un show de publicidad más que una cabalgata de reyes, prefiero estar con mis hijos en la de Villoria, que es familiar y sin tener que estar dos horas esperando y verlo desde una escalera.
Esa noche mágica era la mejor del año, porque antes el regalo deseado venía ese día, no como ahora que tienen todos los caprichos y reyes es un día más. La mañana del 6 íbamos a ver a nuestros tíos y abuelos para ver lo que nos habían dejado en sus casas…
La nostalgia de estos días es buena y a veces nos saca esas lágrimas necesarias por los que se quedaron en el camino. Son años difíciles, el futuro es incierto, nuestros hijos están viviendo algo inimaginable cuando nosotros éramos pequeños; si os puedo pedir algo, solamente sería comprensión y generosidad para todo el mundo, que un simple gesto amable hacia el prójimo, le sacará una sonrisa y le allanará el camino para que estas fechas aligeren la carga emocional que nos está dejando esta dichosa pandemia.
A muchos les felicitaré físicamente, pero a los que no vea por el pueblo, Feliz Navidad y que el 2022 limpie al mundo de este maldito bicho y sobre todo de las injusticias.
El mejor de todos los regalos de cualquier árbol de Navidad es la presencia de una familia feliz…
Javier López Martín
2021-12-19