Hay lugares en este mundo que parecen estar sacados de un paisaje apocalíptico: guerras, terremotos, huracanes, incendios, inundaciones…
Lugares donde la miseria, el dolor y la hambruna campan a sus anchas.
Lugares donde el llanto de un niño, el grito desgarrador de una madre, y el silencio de unas lágrimas surcando el curtido rostro de un padre, forman parte de la vida cotidiana.
Lugares donde, acorralados por la muerte, el simple hecho de vivir es un lujo.
Lugares que de tanto verlos a diario, en directo, a través de los medios de comunicación y las redes sociales nos vuelven insensibles a la drama y la tragedia.
Lugares en los que, por sacar algo positivo, brillan con luz propia aquellos que siempre están dispuestos a ayudar, a poner en riesgo sus vidas por salvar las de los demás.
Antonio, Lucía, Juan, Sergio, Lorena… nombres propios de cualquier pueblo, de cualquier ciudad, vestidos de bomberos, militares, sanitarios, voluntarios de ONG o simples paisanos. No, no son conocidos ni famosos. Su grandeza radica en su trabajo, su honradez y su solidaridad. Son nuestros héroes.
Que nuestro aliento y apoyo lleguen hasta ellos y sepan transmitirlo a quien más lo necesite.