Hoy nos vamos de ruta, sin prisa. La noche nos ha regalado unas cuantas gotas de la tan anunciada y ansiada lluvia, una lluvia que ha servido para poco más que matar el polvo del camino y para mojar las tierras sedientas de agua, como cuando tienes seca la boca y te calman la sed con un pañuelo mojado. No ha dado para más.
El Azud de Riolobos nos recibe pletórico, casi en su máximo esplendor, lleno de esa bendita agua, ahora casa y morada de peces y aves y, a partir de este año, también fuente de vida para un campo que lleva años reclamando su uso. El tiempo y la naturaleza dirán si ambas utilidades son compatibles. En sus aguas tranquilas se reflejan las nubes movidas por un vientecillo entre juguetón y molesto que no impide que podamos disfrutar de un paisaje donde empieza a predominar el color verde de trigos , centenos y cebadas con alguna plantación de guisantes que se ha colado de rondón, vaya usted a saber por qué o por mandato de quién.
A lo lejos, la torre del campanario de Riolobos sigue presidiendo el paisaje, un paisaje que ha visto como cambiaba su cara y sus gentes con el paso de los años. Gentes curtidas por el uso del arado, la hoz, el carro y los bueyes, trabajadores de sol a sol, que regaban esas tierras con el sudor de su frente para poder llevar un pedazo de pan a sus casas. Vacas y ovejas pastando en tierras áridas y algún que otro humedal que asemejaba un oasis en medio del desierto.
Hoy el paisaje ha cambiado. El agua es la protagonista, manantial de vida que genera vida y recursos que debemos mantener y cuidar como oro en paño.
Mientras los organizadores nos ponen al día de los nuevos inquilinos de esta zona, un milano nos vigila desde las alturas, es su territorio.
El camino de vuelta nos lleva por caminos flanqueados por cultivos de secano, ahora en su fase primaveral, que comienzan a dar colorido a un campo que sale de su largo letargo invernal. Los Pinos de Pedraza y el Gonio junto con las encinas y alcornoques del monte Gallego emergen en medio de esas llanuras y tesos tan característicos de nuestra zona, que no será la más bonita, pero que también tiene su encanto, nada más es buscarlo.
Los balidos y olores de las ovejas de Carmelo nos indican que llegamos al pueblo. Tras la marcha y la charla coloquio impartida y presidida por nuestro paisano Antonio García, unas buenas patatas meneás, (o revolconas, como queráis) nos esperaban para reponer fuerzas. ¡Y vaya si estaban buenas!. Enhorabuena a cocineras y cocinero.
Muchas gracias a todos los organizadores por su trabajo, su amabilidad y cortesía. Terminamos la ruta con un deseo :que no sea la última que se organiza en esta zona.