En corto ✍️
Un buen uso para el móvil, por si acaso. Nunca se sabe…
La abuela: «A mi cuando cuando me muera no se os ocurra enterrarme antes de que pasen veinticuatro horas. Que se vea que estoy muerta y bien muerta.»
La nieta: «No te preocupes, yaya, que te meteremos en el ataúd con un buen móvil bien cargado de batería. Si te despiertas nos llamas y todo arreglado.»
Y llegó el día de la despedida. Ese día que, tarde o temprano, siempre llega. Veinticuatro horas no, treinta y cinco la velaron. Hay que ser respetuosos y cumplir con los últimos deseos de los moribundos y, de paso, nos evitamos posteriores remordimientos de conciencia si no los cumplimos.
El móvil, el último que le regalaron por su cumpleaños, encontró su sitio entre sus manos cruzadas e inertes sobre su pecho. Era también su último viaje. Justo era que acompañara a su dueña.
Termina el día; en torno a la mesa camilla la familia llora en silencio la ausencia de esposa, madre y abuela. Una silla vacía preside la escena. De pronto, se rasga el silencio; lo rompe Alexa, ese aparato del demonio que salta cuando menos lo esperas. Suena una canción de Bob Dylan: «Knockin’ on Heaven’s door» («Llamando a las puertas del cielo»).
Se miran sorprendidos. La mayoría no conoce la canción. Tan solo un par de ellos le encuentran sentido. En los móviles se escucha la característica señal del wasap recibido. Es del número de la abuela. En todos ellos se lee lo mismo:
«Ya llegué a mi destino. Estoy llamando a las puertas del cielo. Gracias por dejarme el teléfono. Os quiero.»
SPP