Pocos sabrán de la existencia de un gigante en Villoria. Yo tampoco lo sabía, pero la casualidad hizo que una noche lo descubriera.
Una noche más, un montón de amigos estábamos jugando al juego de los zombis por todo Villoria. Para quién no sepa de qué se trata, es un juego que consiste en que unos son zombis, o sea que se la quedan, y tienen que ir pillando a los demás, y éstos se convierten en zombis. Y los demás corren o corremos como «locos» por todo el pueblo, para escapar.
Esa noche, yo estaba oculto a las afueras del pueblo para que no me pillasen y escuché un ruido extraño a lo lejos. Pensando que podían ser los zombis, me escondí entre los maizales. El ruido se fue acercando aún más.
En un momento dado, noté como la noche se hacía más oscura. A mi alrededor se aplastó el maíz con la forma de una enorme pisada. La sombra de un ser inmenso pasó por encima de mi cabeza. Se fue alejando, haciendo que el maíz se moviera bruscamente a cada paso.
Se acercaba la hora de volver a casa, y salí corriendo de allí.
Esa noche no conté nada porque nadie me iba a creer.
Al día siguiente se lo conté a mi tío, a el más fantasioso de todos. No me creyó demasiado, pero ya teníamos una aventura y algo que investigar para pasar el rato.
Tras varios días insistiendo en lo mismo, mi tío y yo decidimos ir al maizal donde me escondí aquella noche. Sí que había una marca en medio del lugar, pero mi tío decía que seguramente una cigüeña se habría posado o que alguna gran rapaz habría cazado algo allí.
Pasaron varios días y noches y no volvimos a ver nada extraño. Hasta que una noche, a la salida del pabellón, después de ver un partido del torneo de futbito, volvimos a ver esa gran sombra, que se iba dirección a el canal.
– ¡Allí tío!, ¡allí tío, allí! -dije yo.
Los dos pudimos ver cómo corría dirección sur.
Una tarde ensayando con el tambor por el camino del canal, ya cerca de la torreta, me dio la sensación que algún ser enorme se despertaba con el estruendo del tambor y nos vigilaba.
En ningún momento tuvimos miedo, ya que nos dio la impresión de que era un gigante bueno, el que protegía Villoria; cuidando las parcelas y huertas por la noche, el que mantenía las casas de adobe, el que limpiaba los caminos (aunque con sus enormes pisadas dejaba huellas y volvía a levantarlos).
Así que ya sabéis chic@s, si en alguna ocasión dais un paseo cerca de la torreta, intentar no hacer mucho ruido para no despertar a la enorme criatura, para que durante el día pueda descansar a gusto y para que a la noche pueda trabajar duro cuidando del pueblo. «
Fin
Autor: Eneko Miguel García.
Colaborador: Su tío Roberto.