Mi abuelo ya hubiera dado la sentencia: «Eso le pasa por meterla donde no le llaman.»
Ha sido la noticia curiosa y anecdótica de esta semana: Los bomberos de Granada liberaban el pene de un hombre de 52 años que había quedado atrapado en un tubo de hierro de 2 cms. de diámetro por 5 de largo.
El protagonista de la historia había acudido previamente al hospital tras ver que su desvarío sexual podía costarle la pérdida de su querido miembro viril al no poder sacarlo del mencionado tubo.
Una vez llevado con éxito el rescate (que diría Rubalcaba) o la liberación (que diría Rajoy) del falo del susodicho, se me llena la cabeza de un montón de dudas y de interrogantes. Es obvio que la solución al enigma la tiene el propio interesado, pero dudo mucho que, dadas las circunstancias, vaya a salir a la palestra a contarlas, salvo que alguna cadena televisiva le suelte una buena cantidad de euros que aumente su cuenta corriente y se aplique el cuento de que las penas- en este caso las vergüenzas- con pasta son menos.
Metidos ya en elucubraciones, habrá que pensar que el individuo introdujo su pene-cuando estaba en posición de descanso- en el tubo, después se excitaría convenientemente de alguna otra manera, porque no creo que el roce del hierro le excitara; «eso» aumentó de tamaño y después, no sé por qué extraños motivos físicos, psíquicos o químicos no volvió a su volumen inicial. Resultado, ahí tenemos a un hombre con su apéndice masculino embutido en una tripa de acero, cual caballero medieval enfundado en su coraza, dispuesto a ser la llave maestra que abra el cinturón de castidad de cualquier dama solitaria y desolada en su castillo esperando la vuelta de su esposo.
¡Pero, alma de cántaro!. A quien se le ocurre hacer esto en los tiempos que corremos. Al menos si hubiera utilizado un ladrillo, la solución hubiera sido más sencilla y no hubiera pasado de algún pequeño roce. Una de dos, o no sabe que tanto en el hombre como en la mujer hay agujeros mucho más interesantes y menos dañinos, o está tan harto de todo que ha intentado un I+D+i por su cuenta y riesgo. ¡Qué lo cuente ya!, Jorge Javier.
T.P.