Queridos paisanos y recordado pueblo.
Me cuesta ponerle años cuando fue la última vez que celebré las Fiestas de la Virgen de la Vega. Las Fiestas Grandes, como así la llamábamos entonces. Curioso por mi parte no recordar el verdadero nombre y origen de los festejos. Pido disculpas por mi ignorancia, o quizá tenga que hacerlo a la Virgen por este imperdonable olvido a su celebración. Si la memoria no me hace trampa, no tendría más de 15 años. Esto quiere decir que han pasado casi 45 años. Como supondrán mis recuerdos de estas celebraciones son de mi remota infancia. Fiestas que, como es natural, han ido progresando y cambiando como tantas otras cosas en el pueblo, eso sí, sin perder desde siempre, la esencia que alienta y moviliza estas celebraciones a la gente del pueblo, ausentes y presentes.
Tengo que confesar algo. Hace algunos años que por mi mente ronda el deseo de participar de estas alegres celebraciones. Pero entendiendo qué, las circunstancias no se han dado, me quedo con la creencia que las cosas cuando no se dan es porque no se tienen que dar, por lo que acepto y espero a que llegue el buen momento. La semilla del deseo esta sembrada en mi corazón y más pronto que tarde, la Virgen de la Vega, interceda en el Universo infinito para que algún día yo también sea parte de esa alegría comunitaria.
Quería felicitar y agradecer a Manoli por el pregón que lanzó y la emoción con la cual logró expresar su mensaje y el sentir de todas y todos que nos obligó a abandonar el pueblo siendo tan jóvenes, llevando en nuestra maleta todos los recuerdos de nuestra infancia. Lástima que como a tantas personas de mi generación o más pequeñas, no la recuerde. El tiempo y la mente nos hace estas jugarretas. También felicitarle por el servicio tan maravilloso que hace con los chicos con problemas de droga.
El otro día hablaba con mi hermana pequeña. Ella se estaba preparando con mi hermana mayor, que vive en Italia, para estar presente en las Fiestas.
Tengo que confesar que tuve mucha nostalgia de no poder estar con ellas en esta ocasión. Y así se lo expresé. Pero con mi hermana, siempre ella tan positiva, decidimos que ya habría otras oportunidades y con esa esperanza me quedé.
Sin duda me estoy haciendo mayor, por la razón que desde lo más profundo emerja con fuerza la necesidad de volver a la infancia. Quizá, como en otra ocasión reflexioné, se deba al deseo inconsciente que tiene el alma de volver a conectarse con lo más profundo y puro de nuestra niñez. Y con más razón, si las raíces de la niñez, fueron troncada sin estar preparada para dejarlas tan pronto. Sin duda que el alejamiento obligado anida en alguna parte de tu mente sentimientos difíciles de superar. Sin embargo, la fuerza de la vida es más fuerte que el dolor y uno sigue hacia adelante. A pesar que estos sentimientos salgan disfrazados de otros más complejos, abandono, miedos, carencias, soledad, en definitiva desarraigo. Lo importante es tomar conciencia que es parte de tu vida y luchar para superarlo. Aceptar y sentirse gratificada que eres quien eres gracias a todo eso. Pues dicho esto, valoro desde el corazón haberme dado cuenta, siendo muy joven sobre esta gran verdad, de esta forma pude seguir creciendo y buscando las herramientas necesarias para sanar el dolor del desarraigo, sin echarle la culpa a nadie. Esta es mi única vida, y solo yo soy responsable de ella. Por algo estoy aquí haciendo este camino y escribiendo día a día el libro en blanco que es mi vida. Hoy por fin, puedo decir que sé cual es mi verdadera identidad, esa casa o morada, como decía la gran santa castellana, que cobija mi alma con el todo. Doy las gracias a mis padres porque me dieron la vida y a mi pueblo por despertar en mi conciencia el sentir profundo del arraigo con la tierra.
Ágata Martín
Santiago de Chile, 13 septiembre 2012