EL TENER UN PUEBLO ES COMO TENER UNA JOYA
¿Hasta cuándo señores que nos gobiernan? Esta mañana estaba hablando con una amiga en la avenida de Las Villas, pasa un niño pijo con un coche deportivo bastante deprisa, me pregunta mi amiga ¿le conoces?, contesté: estoy yo cojonudo para divisarle porque iba más rápido que Alonso en la fórmula uno, hablando los dos dijimos algún día vamos a lamentar. La calle larga ídem de ídem, la carretera donde los camiones que vienen de arriba bajan con una velocidad vertiginosa, que si hay un obstáculo no pueden frenar llevándose todo por delante.
Sé que este ayuntamiento y los anteriores se han quejado a fomento, pero no hacen ni caso, que son sus competencias, viendo que en Villoruela y Babilafuente hasta tienen guardias tumbados y algunos como en Aldealengua tienen semáforos de precaución. ¿A qué están esperando estos señores?, a que suceda lo que ha ocurrido en Madrid que unos por otros han generado una salvajada por ganar dinero, donde han muerto criaturas inocentes que son sus seres queridos, donde van a llevar familiares y amigos una cruz toda su vida, porque no hay peor dolor que perder a tus hijos, estamos quedando para enterrarlos. No señores políticos no, no esperemos a que suceda una tragedia que demasiada suerte hemos tenido y si ustedes no hacen algo yo me sentaría en la carretera y que nos lleven por delante a ver si se les ablanda el corazón y toman medidas urgentes.
Tener un pueblo es como tener una joya, cuantas historias me quedan por contar reales. Cuando yo era pequeño mis padres nos llevaban a Salamanca por San Mateo, ese día era algo grande, ya con montar en el tren y llegar a esta preciosa ciudad que tenemos, como el chicharro rebozado en «La Zarza», era una gloria. Pero que me sucedía que veía a los chavales de la ciudad y sentía una pequeña envidia, porque íbamos requemados, flacos hechos unos adefesios. Los chicos de la ciudad estaban blanquitos, bien vestidos, aquello molaba como ciertos chavales de mi pueblo con su camisa blanca, sus pantalones azules y negros, sus tirantes al estilo del señor Fraga, zapatos negros con calcetines blancos, que eran los chavales del dictador. Así que si me miraba a un espejo, que había pocos me sentía con este ropaje como estos chavales del tercer mundo, buscando comida en una escombrera, pero era feliz porque tenía un pueblo al que adoraba. Veíamos de todo, gatos, perros, burros, caballos, conejos, ovejas, gallinas, nidos de pájaros que te sabías, melonares, monte para coger bellotas, pinares para ir a buscar piñas, etc. Pero claro lo que menos había en mi casa era comida, ¡ojo! en la mía pero éramos muy felices, algo que los de la capital carecían de lo que aquí teníamos.
Van pasando los años, te vas refinando un poco sintiéndome feo, eso sí, mi pueblo lo llevaba por bandera. Así que a los 18 años (esto ya lo he contado en otras ocasiones) me voy a Bilbao con los amigos. No os podéis imaginar que pinta llevábamos, por lo menos yo que parecía un pimentero, antes de empezar a ganar dinero, unos amigos y yo nos vamos al cine un sábado y como yo nunca me he avergonzado de ser de pueblo les digo a la pareja mirando las carteleras,¡ chicos esta la hemos visto en el pueblo!, se titulaba «Ahí viene Martín Corona» me parece que era de Jorge Negrete. Me contestan con soberbia, calla bobo que tiene que saber nadie que somos de pueblo, pero de mala leche, eso si eran más altos y más guapos que yo. Aunque estuviéramos con un traje de Massimo Dutti se nos iba a notar cuando estábamos en la cola.
Aquello me dio que pensar, y estos amigos ahora quieren al pueblo más que yo, pero bueno como me he curtido como persona en el, pues la vedad no quería ser de ciudad, donde lo mismo me vuelvo tonto. Así que buscaba la felicidad en los animales , en mi familia y en la que más en mi madre. Tenía por entonces un gato que se llamaba Mimi, mi madre por la noche después de cenar se sentaba en un silla baja de espadaña y se daba la morrada, no teníamos sofás, así que el gato se ponía encima de sus piernas y ella con su mandil se quedaban dormidos al amor de la lumbre de paja o garrobaza. Había una chimenea donde algunas veces salía el humo para arriba y otras se quedaba en la cocina, con la suerte que se llenaban de morceñas el gato y mi madre. Yo le desataba el mandil y se lo ataba a la pata de la silla, la decía ¡que se quema el gato!, se espabilaba un poco asustada, se iba a levantar y no podía por la trastada que le había armado y me decía, pero hijo siempre me estas armando pícias. Yo le decía algún día se va a caer de bruces y se va a abrasar, se reía y nos dábamos un abrazo, porque a ella le gustaba que le hiciera esas cosas.
Luego tenía mi recompensa, me hacía rezar el rosario que a mí no me gustaba, pero como l iba a decirle que no a aquel angel llamada Filomena, sacándola luego dinero para un paquete de tabaco, un celta, que chantajista era pero así me parió ella.
Van pasando los años me caso con Conchi y tenemos a Alfonso y Cristina, en vacaciones venimos al pueblo donde disfrutan con sus primos y descubren la grandeza de su pueblo, ellos también quieren tener un pueblo. Así que cuando tienen 3 y 5 años nos venimos a vivir definitivamente al pueblo y hay que empezar una nueva vida con ellos. Cogen cariño a los animales y me dan dos gatos un siamés blanco precioso, Lucero y Peca, que en terminología gatera era una señora, yo no soy muy dado a ellos porque cuando desaparecen sufres, así que ya tenemos la pareja y mis hijos disfrutando de las cosas buenas que tenemos en los pueblos, pero claro todo no van a ser alegrías.
Ya están hechos unos mozos, Lucero desaparece sin más con un disgusto de los niños que te daba pena verlos llorar, su madre y yo les decíamos tranquilos que ya volverá, pasa el tiempo y no llega, yo pensaba nos lo habrán quitado, envenenado o se ha caído a un pozo. Empiezo a patear los huertos y en un pozo de mi amigo Furris allí estaba hinchado como una oveja, quien se lo decía a los hijos, pasa mucho tiempo donde se acordaron de él y yo no pude fingir más y les conté lo que había sucedido. Lo sintieron, pero las penas eran menores porque teníamos a Peca, era un sol de gata yo la vi volar tres metros acurrucada a que levantara el vuelo un pardal y a tres metros de altura como felino que es lo atrapó, que cariño la teníamos.
Un año dicen que tiraron ratones rabones los americanos, que estos tiran pocas cosas buenas, para las alimañas y me llenaron el jardín de ellos, pero por la noche Peca daba buena cuenta de ellos. Por la mañana cuando iba a trabajar, allí estaba ella con su docena de trofeos colocados en la puerta de casa, le daba una palmadita y ella me levantaba el rabo en agradecimiento. Los enterraba porque si salía la mujer era parda, se quedaba en casa por el miedo que le daban y eso que eran pequeños.
Empezó Peca muy pronto con el sexo y nos trajo bastantes camadas, se echó muchos calmantes así que cuando salía en celo me tropezaba con los gatos que la venían a cortejar, que algunas noches en la cochera con sus alaridos me quitaban algún sueño. Así que paria y cogía los gatos que eran pequeños, subía la escalera y los metía debajo de la cama. La mujer bueno bueno, pero ella era de casa hacía bien, luego yo los bajaba y los ponía en su cestita.
En una de estas camadas dejamos tres gatos, uno lo pusimos Perejil porque iba a ser para nosotros.¿ Qué sucedió? desparece Peca, intuí que la habían envenenado, así que como eran pequeños los gatos los dábamos a biberón. A los ocho días estaba yo sentado en la escalera del porche y aparece, nos pusimos tan contentos, la ven los gatitos se tumba para darles el pecho y según la zarandeaban empezaba a gruñir y dije Peca no está bien, eran sus hijos y era una reacción que yo no había visto en mi vida. Así que de la noche a la mañana desaparece otra vez, dije yo aquí hay algo raro el animal no se encontraría bien y nos quedamos otros ocho días sin verla. Y una noche de verano estando al fresco se presentó, nosotros tan contentos se tumbó y los gatitos empezaron a mamar sin quejarse de nada, nos dió una lección porque hasta que no se curó no volvió.
Crió a los gatitos y nos quedamos con Perejil, que era una gozada, como brincaba, Alba que era pequeñita hija de Satur Y Fini lo cogía como un bolso y jugaba con él como un juguete, era un salao pero yo creo que estaba como el amo porque los animales de casa se parecen a los amos, iba corriendo como loco y se daba cacho morrazo que te escojonabas de risa con el, pero su alegría duro poco, esas manos malditas me lo envenenaron y otra vez «No llores por mi Argentina».
Peca se iba haciendo mayor y corrió la misma suerte que su hijo, donde Alfonso mi hijo la enterró en el monte. Yo creo que con lágrimas en los ojos, porque la queríamos mucho y mi mujer lo paso mal, nunca le armó una trastada aun habiendo sardinas en la mesa, así que estas son las consecuencias de tener un pueblo y querer a los animales, descansa en paz Peca porque te lo has ganado.
ALFONSO «EL PINDOQUE»