Las vacaciones es un tiempo esperado y merecido para descansar. Me permito disfrutar de dos semanas. Ni viajes, ni playa. Me recluyo en mi casa de campo como el mejor de los descansos. Entendiendo que siempre hay algo que hacer. Pero sin responsabilidades que cumplir. Soledad y silencio.
Estar sola no es ningún problema. La soledad es mi mejor compañera. No niego que me gusta recibir visitas, y cuando llegan, compartimos este hermoso espacio familiar para todos. Aprovecho a hacerles gazpacho rico y tortilla de patatas. El lugar se llena de voces y risas y disfrutamos del tiempo compartido.
En vacaciones se propicia el tiempo para abrir cajas y revisarlas de nuevo. La tradición es deshacerse a finales del año de cosas inútiles y viejas. Pero en este periodo de descanso se da el momento íntimo para ordenar papeles. Y entre tanto, encontrar alguna remembranza que salga a la luz para desvelar su sentido.
Abro una pequeña maleta de mimbre. Me acompaña desde hace más de treinta años. La compré en Ibiza, con motivo de un trabajo que hice en el verano del 77. En ella guardo cosas bien diferentes. Una especie de guardiana del tiempo y la memoria. Agendas, algún cuaderno, escritos sueltos en papeles, fotos, dos fotonovelas que hice en aquellos años, y que guardé en secreto silencio. Entre estas cosas una revista Besana, con una entrevista a mi abuela Nemesia.
https://www.besanavilloria.com/antiguo/modules/news/article.php?storyid=4634
La colección completa la tengo en mi biblioteca. Pero esta, no se por qué razón, la guardé en esa maleta.
Llegado a este punto y aparte, después de esta presentación, quiero hablar de mi abuela paterna. Muchas veces lo he intentado en mis escritos. Con la sensación de no haber conseguido expresar lo que mi abuela se merecía. No se si lograré dibujar lo que significó en mi vida y en el pueblo esta mujer. Casi seguro se quedarán muchas cosas por decir. Cuando se escribe, la mente se encarga de dictar los pensamientos. Lo que quede en este escrito será expresado desde la admiración y el profundo sentimiento que le tengo.
Si me remonto a mi infancia. No niego un cierto temor por ella. La señora Nemesia era de armas y tomar. Una mujer valiente y autosuficiente. Su vida no había sido fácil. Una madre soltera que dejó su pueblo escapando de la vergüenza. La separación de su hijo. Hasta que pudo llevárselo a vivir con ella. Un matrimonio que enviudó siendo muy joven. Mucha miseria. Varios hijos, alguno muerto en su tierna infancia. Un gran dolor que siempre lamentó toda su vida. La perdida de una niña de siete años, victima del azote de una epidemia.
La relación con sus hijos fue un vínculo muy profundo. Los tres sentían una gran admiración por ella. Por parte de mi padre de mucha confrontación. Los dos tenían un fuerte carácter, y mi padre un tanto machista, quiero imaginar que no pudo superar la independencia y autosuficiencia con la cual gobernó su vida. En el fondo un contradictorio sentimiento de amor y odio. Con los otros hijos fue más fácil su relación. El pequeño adoraba a su madre y el otro también. Pero con este se distanciaron mucho en los últimos años de su vida. Esto le produjo mucho dolor y soledad. Compensada, en cierta forma, por el cariño que sus nietas le dimos.
Mi infancia fue sembrada de murmullos y comentarios sueltos sobre el origen de mi padre. Nadie nos contó la verdadera historia. Por mi parte me fui creando la mía propia.
Había escuchado, que el posible padre, era un hombre rico de su pueblo. El gran señor de tierras, donde mi abuela servía en la casa. Era una moza de muy buen ver, y sin duda con gran personalidad. Mi abuela lo negó siempre. Se agarró a su orgullo llegando a creerse ella misma su gran mentira. Nadie logró sacarle la versión que siempre dio. Mi padre era hijo del novio que ella tenía. Contaba ciertos detalles y hasta la maldición que le hizo. Siempre me he preguntado a cual de ellos. Si solo al novio o también al otro. Decían el gran parecido que mi padre tenía con el único hijo, que el supuesto padre, tuvo legítimamente.
Cuando mi padre estaba muriendo en el hospital de Salamanca, una enfermera pariente de la familia de la abuela, le comentó a una de mis hermanas, que su posible hermano, aún estaba vivo, y que al no haber tenido hijos, se decía que su herencia se la dejaba a la iglesia.
Nemesia viene de Némesis. La diosa en griego que significa oscuridad y noche. Se le identifica con la venganza, la fortuna y la justicia. Vengaba a los amantes infelices por el perjurio de su pareja. Castigaba a los hombres si habían sido demasiado favorecidos para crear un equilibrio. Y a los hijos que no respetaban las ordenes de sus padres. Se dice que fue la madre, junto a Zeus, de Helena de Troya.
Por supuesto que nada tiene que ver mi abuela con esa mitología. Pero yo le doy mucha importancia al origen del nombre que nos identifica. Y el de mi abuela tiene mucho que ver con su carácter. Sin duda que se vengó de los hombres que le desgraciaron su vida. Fue una matriarca de tres hombres varones. De niña escuchaba decir que, junto a dos hermanas, que vivían solas en una gran casa, eran las brujas y que de noche se convertían en pájaros y otros animales.
Curiosa esta historia fantástica sobre ella. La Némesis mitológica tenía el poder de convertirse en cualquier animal. Se dice que siendo un cisne y Zeus un ganso, nació de un huevo la famosa Helena de Troya.
Cuando decía el cierto temor que mi abuela me inspiraba de niña era debido a estas historias que corrían por las bocas de las niñas. Sin duda eran los mayores quien las hacía circular por el pueblo. Al recordarlo me sonrío por aquellas fantásticas historias tan falsas y lejos de la realidad.
Mi abuela no solo era la comadrona que traía al mundo los niños de nuestro pueblo. También tenía el don de curandera. Con precisión y seguridad sabía ajustar los huesos que se habían salido de su lugar. Solo una vez presencié a mi abuela hacer algo así y me impactó de por vida. Palpó con delicadeza el brazo del niño y en un movimiento rápido y seguro le ajustó el codo.
Personas como mi abuela tienen el don de curar y alumbrar la vida. En otro siglo la hubieran quemado en una hoguera acusándola de bruja. No porque fuera bruja. En un mundo de hombres, y la inquisidora Iglesia lo era, estas mujeres naturalmente independientes qué, no se sometían a los hombres, eran un peligro social. Esa era la señora Nemesía. Una mujer inteligente que supo intuir el don que su naturaleza le había dado y con ello sobrevivir a su vida y desafíos personales.
En la cultura Mapuche. Son los indígenas originarios de este país. Y los únicos que como pueblo siguen conservando vigente su identidad. Una mujer como mi abuela para ellos es la Machi. La mujer sabia y médica que conoce los secretos de las hierbas y la Pachamama, (la Naturaleza). Mi abuela fue algo así como la Machi de nuestro pueblo. Y yo solo puedo sentirme orgullosa de ella.
Cuando me hice grande, esta mujer independiente y de espíritu libre, fue el mejor referente y modelo de mujer que tuve. Decidí ser madre soltera para reivindicar con orgullo el derecho que ella no pudo tener. Así se lo expresé estando embarazada de mi hijo mayor. Ninguna moralina. Lo único que a ella le importaba es si el padre estaba ahí con todo. Le tranquilicé que el padre estaba con todo. Era una decisión personal porque vivíamos en otro tiempo.
Cuando llegaba al pueblo, lo primero que hacía era visitarla e invitarla a comer a nuestra casa. Mis hijos la recuerdan como una cariñosa abuela.
Su sabiduría de anciana mujer se había forjado en la soledad de su existencia. La vida había sido dura y generosa con ella. Le dio la posibilidad de realizar lo más hermoso que alguien puede hacer. Traer al mundo la vida. Enfrentarse muchas veces con partos difíciles. Pero con innata destreza y manos firmes lograba colocar a los bebés y sacarlos con éxito a la vida.
La última imagen que recuerdo viva de mi abuela fue en Salamanca, en la Residencia de ancianos, tres meses antes de morir. Ese día lloramos juntas, pero nunca me cansé de decirla que la quería mucho. Su mente privilegiada estuvo lúcida hasta la muerte. Nunca me confesó la verdad sobre mi padre. Muchas veces se lo pregunté. Inclusive una vez le dije que tenía que decirme la verdad. Le juré que no se lo diría a nadie. Que necesitaba conocer la verdadera historia porque me gustaría escribirla. Ella mirándome no se permitió traicionar lo que para ella fue su mentira verdad. Su secreto a voces se lo llevó consigo a su tumba.
Rescato a mi abuela de su eterno sueño, cuando por estos días estaría cumpliendo 113 años. Descansa en paz.
Los Andes, febrero 2013
Ágata Martín