Entonces por aquí andaba el Pancaro.
Daría algo por retroceder 57 años, para vivir y sentir aquellos años de mi niñez, donde yo creo que me la secuestraron, porque con 11 o 12 años ya estaba trabajando con dolor de mi corazón, lo llevaba muy mal ya que era un niño y no se te puede hacer hombre antes de tiempo, pero claro éramos muchos en la familia y ganaba 20 pesetas al día, decía mi santa madre con lo que ganas tengo para el pan diario o para la paga de los domingos, según los años que tuvieras así te daban, a uno una peseta a otros dos. Yo lo llevaba muy mal, pero entendía a mi madre, teníamos que tirar del carro y era un jornalito.
En el año 1954 como mi padre tenía una pequeña labor en Riolobos, eran pocas huebras y no había aparatos para labrarlas, así que no cogíamos trigo para pasar el año para sobrevivir, porque siempre se estaba entrampado. Como saben la sementera empezaba a últimos de septiembre o primeros de octubre, el campo no es como el de ahora, ha evolucionado de tal manera que todo es distinto, hasta las mieses eran mucho más altas. Ahora ya viene todo elaborado y preparados para producir con R1, R2 o R3, para que no salga mierda, con muchos sulfatos que yo digo que nos están envenenando, pero si no lo hacen no recogen nada y aquí ya no hay nadie para escardar la gadiña que sale, por eso se echan estos productos.
Pues mi padre y todos los de entonces encalaban el trigo que sembraban con azufre, que supongo yo que también sería bueno, donde el trigo se teñía de azul, de aquella ponzoña que le echaban en líquido y a dar vueltas con la pala de madera para que todos los granos estuvieran encalados para que quedaran azules. Mi padre no nos dejaba arrimar, lo hacía por precaución, yo que era pequeño y travieso lo mismo podía comerme algo creyéndome que sería una golosina. Estos trabajos los hacía mi padre en el sobrao de casa, encima de la habitación grande y las dos pequeñas con el pasillo pero nos quedaba la cocina, que en aquellos tiempos era un lujo, pero nos quedaba la cocina donde mi madre guisaba y donde nosotros nos calentábamos malamente. Esto era unos días antes de los Santos, según me ha dicho mi hermano Pauli que yo creo que se acuerda más que yo y les cuento lo que aconteció. Mi madre ese día hizo un extraordinario matando un gallo de corral ya que era el día de los Santos , y más que mi hermano pequeño vino al mundo ese día, que para todos ese día era grande. Esperábamos la comida como el maná y luego un gran postre que tenía mi madre preparado, ya nos había llegado el olor porque andábamos todos muy bien de olfato. Antes teníamos que probar el sabroso gallo que mi madre había criado para ese día. Nos pusimos todos a la mesa, mis padres y los ochos hermanos, mi madre sacó la fuente con el gallo y la puso en el medio, nos dieron una tajada a cada uno y en poco tiempo dimos cuenta de ella, me imagino que sería plato único porque entonces no solía haber fruta ni danones en la nevera. Mi madre nos puso en la mesa una fuente grande y otra más pequeña de arroz dulce con canela por encima, con mejor planta que las que hacen Arguiñano o Chicote, con nuestros ojos clavados en lo que íbamos a comer, cada uno cogió su cuchara esperando que la madre nos dijera ¡venga hijos!, Pauli y yo estábamos a punto de meter la cuchara, no podíamos perder comba, aunque mi madre siempre estaba encima de nosotros porque siempre se solía comer en la misma fuente. En un instante mi madre se percató que en las dos fuentes había dos o tres granos azules y dijo hijos esto no se puede comer, bueno, el peor disgusto que nos pudo dar. Preguntando todos ¿porqué?, mi madre le dijo a mi padre no te das cuenta que ayer estuviste encalando el trigo y algún grano puede haber caído en la fuente y corremos el riesgo de envenenarnos, una palabra que yo casi ni la sabía. Pauli y yo dijimos, rodeamos el grano y ya está, pero aquella madre con el dolor de su corazón nos dijo otro día ya os prepararé otra fuente hijos. Con lo contentos que estábamos, nos quedamos con la cuchara en la mano, que a mi con meterla en la fuente me hubiera bastado y como no pensaba como ahora me decía para mi pues no pasa nada si uno se pone malo o casca el peine, como somos tantos, que ganas de comer tenia, así crecí yo tanto, de las ganas que tenía de comer y no lo conseguía, por lo menos aquel día. Pero lo que más me impactó es que lo cogió mi madre y se lo tiró todo a las gallinas y aquel niño hecho medio mozo se sentó en una piedra viendo como se lo zampaban, que me daban a mi ganas de picar, pero el miedo ya estaba en el cuerpo, así que esperé casi una hora a ver si se moría alguna gallina, pero que va, se hincharon que parecía mientras las observaba que se reían de mí, vamos que los santos los habían celebrado ellas y algún gallo. También pensé pronto son las navidades, porque era el día que te hinchabas y con un poco de suerte algún gallo o gallina iría a la cazuela. Y aquí sí que mi madre como no se pusiera las gafas de los afiladores, aquellas que servían para todas las vecinas para coser sin ir al oculista, no creo que viese nada malo, solo la cresta del gallo.
Si amigos, se pasaron muy canutas como dice un hermano, que todavía nos acordamos de aquel acontecimiento, no es más que cuando se ponía un hermano enfermo me ponía hasta contento, porque se estilaban los parientes y vecinos. Llevaban alguna tableta de chocolate, una lata de melocotón en almíbar o un pequeño bote de leche condensada, siempre se caía algo. Y si no yo, como tenía mucho olfato se lo birlaba a mi madre de aquella despensa de dos tablas y media que enseguida veía la presa. Nos daban un poco a chupar o lo untaban en un poco de pan, la leche condesada nos sabia a gloria.
Pero un buen día hablando de esto con mi mujer me dijo mañana te traigo un bote de leche condensada y lo cogí por banda después de cenar y a las tres de mañana por poco reviento, tan mal me encontré que jamás volví a probarlo, entonces por aquí andaba el Pancaro.
ALFONSO «EL PINDOQUE»