También fue generosa con Villoria cuando nos dejó para siempre.
Tenía un don y unos conocimientos especiales. Sí, yo también recurrí a ella varias veces. Yo como mucha gente, no solo de Villoria, sino de toda Salamanca e incluso, me atrevo a decir, que de otras partes de España.
Cuando fui a su casa por primera vez me preguntó que de quien era,-seguro que como hacía con cada uno de los villorejos que acudían a ella- y siempre me hablaba de lo que bien que se había llevado con mi padre. Era una mujer ya entrada en años, con el pelo blanco, bajita, de débil apariencia, con una mirada que inspiraba confianza y con una voz suave que no delataba para nada esa fuerza que tenía en sus manos y, supongo, que en su mente.
¿Dónde te duele?, preguntaba, y una vez señalada la zona dolorida ella comenzaba a trabajar, unas veces solo con sus manos y otras ayudada con una especie de martillo de madera o algo parecido-nunca supe en realidad de qué se trataba – con una fuerza impensable en una mujer como ella, que te hacía ver las estrellas en la peor de sus versiones y jurar en arameo-en silencio eso sí-. Ella lo intuía, pero eso no era obstáculo para que siguiese con su tarea, sabedora de que lo que estaba haciendo era lo correcto y de que, más pronto que tarde, los resultados le daría la razón.
La visita terminaba con una buena dosis de dolor en el cuerpo, un «muchas gracias» y un «¿qué le debo?» que siempre llevaba la misma contestación: nada, por Dios, esto lo hago porque quiero. «Aquí no vuelvo ni de borracho», pensaba ya en la calle, a la vez que los juramentos en arameo, ahora sí, salían de mi boca mientras seguía sintiendo en mi cuerpo clavarse sus dedos -deformados por el trabajo- y esa especie de instrumento torturador en forma de martillo. Pero nada más lejos de la realidad, la señora Isabel sabía lo que hacía, y sabía que la próxima vez, cuando lo necesitara, volvería. Y acertaba, ya que fueron más de una vez y de dos las que tuve que recurrir a ella, ¿por qué?, pues supongo que porque, a pesar de los dolores, los resultados muy malos no fueron.
Así era la señora Isabel, «la curandera», como todos la conocíamos; amable, simpática y siempre dispuesta a aliviar los dolores, de forma altruista, a todo aquel que llamará a su puerta fuera a la hora que fuera y viniera de donde viniera. Cuantos esguinces, torceduras, luxaciones etc., etc. no habrá sanado desde su piso en la calle Regato del Anís en el Barrio Vidal de Salamanca y desde su casa en Villoria…Esa casa que hoy me motiva a escribir lo que hoy escribo. La casa situada en el nº 5 de la calle El Ciprés (antes Los Olmos y que bien podría llevar ahora su nombre), es ahora como muchos ya sabréis, propiedad única y exclusiva de la parroquia de Villoria. Así lo quiso ella, así está reflejado en su testamento y así quieren sus familiares que lo sepa todo el pueblo.
Isabel murió el año pasado. Consumió sus últimos años de vida en una residencia. Me consta que no estaba sola, que no le faltó cariño, de los familiares más cercanos eso sí. El día que nos dejó para siempre, en Villoria, el pueblo en el que pasaba largas temporadas, el pueblo al que tanto quería y en el que un año fue pregonera de sus fiestas, el pueblo al que curó y consoló cuando se lo pedía y el pueblo al que donó su casa, la casa por donde tantos y tantos pasamos a que nos sanara de nuestros males, sólo doblaron las campanas. ¿Quién se ha muerto?. La señora Isabel «la curandera»…
S.P.P.