Me da una pena muy grande cuando miro las fotos que ponéis en besana y no conozco a nadie
A veces cuando recuerdo el pueblo es como si mirara en un espejo, pero, un espejo que me enseña un pasado que ya no existe y digo que ya no existe porque todo espejo y humano cuando se hacen viejos se estropean o difuminan y aquello que era hermoso las manchas que deja el pasado, en el espejo y las arrugas que deja en la cara el maldito tiempo, todo lo estropea, todo lo cambia.
Me da una pena muy grande cuando miro las fotos que ponéis en besana y no conozco a nadie y no puedo preguntar como hacia cuando iba al pueblo ¿Y tú de quién eres? Y esta simple pregunta, me sacaba de dudas, porque aquel joven al que preguntabas ya veías la cara de sus padres, o incluso la de sus abuelos. Es más, hasta la de sus bisabuelos, porque uno ya va siendo un poco viejo.
Este relato que ahora os voy a contar, sucedió hará unos setenta años por eso cuando me encuentro en soledad paseando por el pasado, veo a esos antepasados y me traen viejos recuerdos ya olvidados ¡¡Primero, porque ya no existen aquellos en los que yo encontraba la gracia!! Y porque sé que en la actualidad nada de lo que yo ahora de ellos diga puede que haga gracia, pero hoy voy a revivir anécdotas ya olvidadas de alguno de aquellos que a mí y a muchos de mi generación sí que nos lo hacía.
Cuando yo diga alguna de estas simples anécdotas quiero que os pongáis en aquel lugar y en aquel tiempo, en el que vivíamos nosotros. Que no había Radio, no había Tele, lo único con lo que nos distraíamos era con las cosas que escuchábamos a nuestros mayores, todo anecdotario, viejos chistes, o con las formas de ser de gente que su mundo era la bondad y la sinceridad.
Me acuerdo ahora del tío Paco el Suave, este hombre hablaba solo, por eso era frecuente escucharle largas conversaciones de cosas sin sentido, sin que él se diera cuenta que le estaban escuchando. Pues no solo hablaba solo sino que se contestaba y de una forma tan suave, que de ahí le venía el apodo o mote, Suave porque no solo hablaba con el solo de esa manera, sino que lo hacía con todo el mundo. Me acuerdo de un viaje que hice con él cuando yo era un niño desde Villoria a Riolobos. ¡Hablaba conmigo como si lo hiciera con una persona mayor! Pero lo hacía de forma como si hablara a distancia, porque ni miraba para mí. ¡Recuerdo que al llegar a la fuente de Alba que era donde iban las mujeres a lavar y donde se encontraba a cualquier hora a la señora Serrana porque esta señora se ganaba la vida lavando! Me dijo ¿Mira esta señora un día va aparecer aquí muerta? Y no sé si murió antes que él, pero acertó. Esa mujer murió allí lavando.
Seguimos la carretera para ir a Riolobos y cuando empezamos a subir la cuesta ya empezó hablar solo ¡¡Y se decía así!! ¡Arriba Paco!, ¿Paco ya no es quien era? Y se sentaba y se decía ¡Siéntate Paco y échate otro cigarro Paco! Y al acabar el cigarro Otra vez el solo se animaba Diciendo. ¡Arriba Paco, venga Paco, sigue, sigue! ¿Paco ya no es quién era? ¡Y así todo el camino animándose él solo!
Al subir la cuesta salía el sol y dirigiéndose a mi me dijo: Mira para allí muchacho, apuntaba al este por donde sale el sol. Aquel día, pleno verano, deslumbraba Pues por la tarde se mete por allí, apuntaba al oeste y seguía hablando. No sé si para mí o para el ¡Y decía! ¿Ahora andan diciendo que es la Tierra la que da vueltas al sol? ¡Que se lo digan a otro! Yo veo que sale por Poveda y se mete por Salamanca y la tierra donde estaba ayer está hoy, asique vayan a engañar a otro a mi no me engañan. Yo callaba y escuchaba y de lo poco que sabia del colegio nada le dije.
Seguimos la carretera, carretera que entonces acababa en el monte. Y allí empezó a contarme la historia, de un Rapaz que paró en el monte a hacer sus necesidades. Rapaz se le llamaba a un muchacho que asistía a una cuadrilla de segadores para llevarles las comidas y las cenas con un burro y unas aguaderas. Como digo, paró en el monte y se puso justo debajo de una encina donde tenía el nido un mochuelo que empezó a cantar al verle.El mochuelo cuando canta dice Mío, mío. Y el rapaz cogió tanto miedo que no fue capaz de salir de allí en toda la noche. Y el rapaz le decía al Mochuelo: Que no soy tuyo que no soy tuyo, que soy de mi padre y de mi madre coge la cena y déjame marchar. Y allí estuvo hasta que se hizo de día que dejó de cantar el mochuelo y pudo seguir el camino. Esto me lo conto el tío Paco el suave hace setenta años.
Seguimos el camino ¡Y de pronto me dijo! ¿Escucha muchacho escucha, apuntando a lo alto donde cantaba una alondra. Mira, ¿sabes para quien está catando esa alondra? ¿No? ¡Pues escucha! Esta cantando a las crías que tiene en el nido ¿Y qué les dice? Les dice que cuando sean mayores si ven venir a un hombre y se agacha que vuelen lo más rápido que puedan, pues va a coger un canto para tirároslo y haceros daño. ¡Y de pronto calló la alondra! Yo le pregunté ¿Por qué se ha callado ahora la alondra? El tío Paco el suave me dijo porque los hijos le han dicho ¿Mama, mama y si trae el canto en el bolso como hacemos? La alondra calló pues la dejaron chafada al ver lo listos que eran ya sus hijos.
Seguimos el sendero del monte y llegamos al prado de Valdaragona, la hierba estaba muy alta, pues entonces las ovejas no pisaban los prados. Pues estos se reservaban exclusivamente para bueyes y mulas de trabajo y otras veces se arrendaban para ganado bravo y este era el motivo para que la hierba creciera de esa manera en la primavera, pues estaba prohibido que los animales lo pisaran ¡Los saltamontes o saltigallos abundaban tanto que cuando pasabas por el prado te golpeaban en todas las partes¡¡ Uno de estos saltigallos le dio al tío Paco en la cara tan fuerte, que le hizo perder la suave compostura ¡Maldito saltigallo dijo! Tengo ganas que pase San Pedro yo le pregunté ¿Por qué? ¡Porque por San Pedro salen los cigüeños volanderos y entonces todos los cigüeños y sus padres de todas las torres que se ven desde aquí, vendrán aquí a engordar, con todos estos saltamontes y grillos! Para luego marcharse África hasta el invierno que viene por San Blas.
De pronto calló porque llegamos a Riolobos y él se fue con su familia y yo con la mía a dejar lo que llevábamos en las alforjas, un pan y un cuartillo de aceite.
Allí donde crecía la Encina
Era un campo yermo y seco
que al llegar agosto todo cambiaba.
Un color pardo amarillento
de su entorno se apropiaba
y el aire que allí había, respirar costaba.
Jaras, canalejas y punzantes espinos
compartían el entorno con la vieja encina
en aquel lugar inhóspito,
donde el alacrán se ocultaba
y la venenosa víbora su cuerpo arrastraba.
La chicharra y el grillo
en sus escondrijos chirriaban
y su estridente monotonía
dañaban al oído con su horrible melodía,
haciendo más áspero el lugar, el día.
La enorme culebra bastarda
dejaba su vieja camisa,
entre la seca y punzante hierba,
para vestir su nuevo traje,
en la nueva primavera.
Todo era áspero, desértico,
solo la vieja encina su verdor resaltaba
ponía color daba vida, daba sombra
que amortiguaba el fuerte calor
donde se refugiaba el solitario pastor.
Oasis de paz en el escabroso monte
donde dormía la siesta aquel hombre,
donde comía su merienda,
donde acariciaba a su perro,
que era su eterno y noble compañero.
SIGI.
Sigifredo Maria Cascón